Por: Simeón Arredondo
Poeta y escritor dominicano residente en España
simeonarredondo@gmail.com
Continuamos celebrando el centenario del poeta Víctor Villegas, quien nació en San Pedro de Macorís, República Dominicana, el 22 de septiembre de 1924, y fue ampliamente galardonado durante su vida debido a la calidad de su obra, a su amplia labor cultural, y también a sus grandes aportes a la sociedad, ya como abogado, ya como catedrático universitario, ya como ciudadano en cuyos labios siempre había una sonrisa para el prójimo destacándose su serenidad y afabilidad. Fue miembro del número de la Academia Dominicana de la Lengua, del Ateneo Dominicano y de la Academia Dominicana de Letras, entre varias entidades más, tanto nacionales como internacionales.
Como parte del homenaje que hacemos a Don Víctor en ocasión de celebrarse 100 años de su nacimiento transcribo a continuación mi CONTRACANTO A VICTOR VILLEGAS contenido en el libro del mismo título (Santo Domingo, Editora Mediabyte, 2016). En la próxima entrega me referiré a algunos aspectos de su poética.
Contracanto a Víctor Villegas
A propósito de sus “Diálogos con Simeón”
Ciertamente “éramos niños”, Villegas, cuando
“el viento bufaba entre los árboles y penetraba
con fuerza en los cabellos”.
Y ya exhibía El Higuamo
sus banderas blancas.
Y habíamos aprendido
a saborear el silencio.
A hurgar en nichos de esperanza.
A bebernos el néctar de los recuerdos.
A dibujar pleonasmos.
A ahogarnos en vasos de esperma.
Han desfilado las décadas
escuchando anécdotas
y leyendas inconclusas.
Y esas flores “que son como los
hombres que se levantan en
medio de las ruinas a proclamar
su belleza permanente”,
ven cada tarde los pescadores salir
con redes somnolientas
y regresar por la ruta desolada.
Y ven a los obreros portuarios
velar al horizonte cada invierno.
Aunque “es verde el cielo y la mañana”, Villegas,
nos han enseñado
a nadar en tóxicas promesas.
A deletrear ahuecados adjetivos.
A aplaudir en homicidas encuentros.
A masticar prefijos exhaustos.
A bailar al compás de ritmos violentos.
A perdernos en pasillos cibernéticos.
Sí, Villegas,
mis párpados aún están húmedos.
“Esa es la realidad”, mi realidad.
“Ese angustioso panorama” sigue ahí.
Las farsas habitan mansiones y palacios.
Las ideas se diluyen
en los intestinos de la burocracia.
La ciudad bosteza
frente a la timidez de las horas.
Los minutos se congelan
y los años palidecen.
“Aquellos niños”, Villegas, “los hijos de la yuca
y el casabe”,
siguen deambulando en avenidas desiertas
y lamiendo las llagas del viento.
Ellos son habitantes del planeta
que espera en manos de la desidia.
“Así es”, Villegas, “ni mas ni menos, son
hijos de la tierra, también del amo”.
Sus días no son días.
Sus horas son eternas,
y sus sonrisas son el cadáver
de un sueño.
“He visto amigo”, que en esta aldea
hay hombres que esperan sentados
el olor de la primavera,
y que la voz del tiempo
muere ahogada en tuberculosis,
y que toda el agua del mar
parece escaparse en busca del perdón;
Mientras algunos mozalbetes
promueven los colores del crepúsculo,
y ponen alas a la ciudad.
Ellos, Villegas,
los que no saben percibir
el olor de los limones frescos,
los que no saben escuchar
el canto de la lluvia,
los que no saben oler
el vuelo de las aves,
los que no saben apreciar
“la luz de nuestras playas”;
Ellos,
envuelven sus falsas identidades
en demagogos protocolos,
en vagos certámenes,
en biografías ilusorias,
en discursos pestilentes,
en galardones cancerosos,
en noches simuladas…
Ellos,
acostumbran a andar
por ebrias rutinas,
y a suscitar titulares carcomidos
y vanos editoriales.
“Tú y yo”, Villegas, “y los amigos nuestros”,
sabemos de sus
cámaras repugnantes.
De sus concejos inmundos.
De sus comisiones nauseabundas.
De sus comités inicuos.
Y también sabemos
de sus milenarios objetivos,
de sus estadísticas heladas,
de su calentamiento global,
de su cambio climático
y de sus millones de máscaras.
“Tú y yo” lo sabemos.
Ciertamente “éramos niños”, hermano,
cuando “esas tumbas invisibles”
nos marcaron el espíritu,
y nos hicieron descubrir
el camino hacia las montañas,
y nos enseñaron a escuchar
la dulce voz de nuestros ríos,
y nos mostraron los pinos,
las palmeras y los cocoteros…
No temas,
“hermano de lágrimas”,
que “esas tumbas invisibles”
han parido esas flores
que se levantan frente a nosotros.
Han hilvanado esas banderas
que ves en el horizonte.
Y han escrito esas canciones
que escuchamos con el corazón, Villegas.