Ana Marchena nos presenta ‘Que los arboles no me dejen’, poemario dedicado a la naturaleza, publicado por Isla Negra de Puerto Rico, dividido en tres secciones: Raíz diecinueve poemas, Árbol y Humus diecisiete cada uno.
La maestra Marchena, combina su especialidad de Lingüística Hispánica con una dedicación y fervor apasionado a la naturaleza, la tierra, las plantas y las flores, es un alma que ha elegido cultivar no solo especies ornamentales, sino también una profunda conexión con el entorno que la rodea. Su pasión se manifiesta en cada amanecer, al contemplar un esqueje, un tallo que brota, el roce de una hoja, en cada pétalo que contempla. Ella expresa en su poema «Universo», que «los jardines los llevamos dentro… unas veces lozanos y vibrantes», reflejando así la dualidad de la vida misma.
Su jardín, lugar ‘donde la vida explota/ en colores y texturas/ donde imperan los silencios/ que la mañana se estrena /resurge la vida toda/…
En su caso, mucho más que un pasatiempo; es un estilo de vida, Ana comparte sus flores y plantas y nos invita a admirar la belleza que nos rodea, a encontrar en la naturaleza un refugio y un espacio de sanación. Las flores que siembra son testigos de su amor por el mundo y de su deseo de compartir esa pasión con quienes la rodean.
Su poética se convierte en un canto a la belleza que la tierra fértil nos brinda. Cada palabra es un susurro de gratitud hacia la creación, un homenaje a los colores y aromas que nos envuelven. En sus versos, nos invita a detenernos y apreciar lo que muchas veces pasamos desapercibido: el esplendor de un simple brote, la fragancia de una flor en plena primavera, el murmullo de una brisa que acaricia las hojas. La naturaleza, para ella, no es solo un espacio físico, sino un universo interno que florece con cada experiencia vivida.
Ana Marchena con su pasión por la naturaleza nos transmite un mensaje de esperanza y agradecimiento. En cada jardín que cultiva, en cada poema que escribe, deja una huella de amor que florece en el corazón de quienes la conocen. Ella nos recuerda que, en medio del caos, siempre podemos encontrar un rincón de paz y belleza en el abrazo de la naturaleza.
El influjo de este amor por la naturaleza ejerce un efecto transformador en su vida. Al sumergirse en el cuidado de sus plantas, experimenta una plenitud que nutre su alma. Este acto de cultivar se convierte en una metáfora de su propia existencia. Así como se dedica a fortalecer las raíces de sus plantas, también fomenta sus propias raíces emocionales y espirituales. La gratitud que siente la lleva a postrarse ante la grandeza de la creación, reconociendo en cada hoja verde y en cada flor un reflejo de su esencia.
La poeta le canta a las bromelias, oriundas de los bosques tropicales y subtropicales de América Central y del Sur que crecen como epifitas en los arboles y que ‘guardan secretos misteriosos’
A las Lágrimas de sol ‘abatidas por la efimeridad de sus vidas … que visten de colores los cuerpos verdes y resarcen el alma de quienes sufren, les llama ‘bailarinas lenes que acompasan/ su danza mortal al ritmo del viento… /cumplen el llamado vital/ de primavera’
Las Magnolias splendens ‘ensamblada con ternura…cosida con lunas blancas’, se lo dedica a la botánica, astrónoma, geóloga y meteoróloga, Ana Roque de Duprey, 1853-1933, conocida como Flor del Valle, quien ademas de educadora fue una activista por los derechos de las mujeres y una de las fundadoras de la Universidad de Puerto Rico.
Trinitarias: ‘erguidas y coloridas’, flamboyan: ‘viajero de otros mares, lo divisa dibujando alegres flamas… tus secretos de antaño alquimiados en rojo… tiñe de achiote el horizonte senil’.
Pascua ‘de flores…efímeras, palpito de vida ilusorio, alucinada con rojos disfraces la locura le habita… cree que vivirá en mímesis toda la eternidad!’ todas ejercen un influjo maravilloso en la poeta, a Julia dedica un poema, a quien siente como un lecho de hojas danzando en su cabeza.
Estoicas que ‘ante la indiferencia/humana /su belleza/ desparrama/ un oasis de color/ dispersando/ esperanzas/presumidas.
‘Acabada de nacer’ invita a despertar a abrir sus hojas, cada célula sabe cual es su destino.
Malvas, Madreselvas y Jazmines nos recuerda con sus olores y colores.
Celebramos y disfrutamos estos bellos poemas inspirados en la naturaleza, en los arboles; en momentos que vemos a heroicos y valientes dominicanos, defendiendo a los arboles de la tala indiscriminada en grandes extensiones de terreno, con uñas y dientes, los recursos naturales que garantizan la vida de sus comunidades.
Ana Marchena es nativa de Azua, República Dominicana emigra en 1984 a Bayamón, Puerto Rico, ha publicado varias investigaciones del área de lingüística y varios de sus poemas y cuentos han sido publicados en las antologías Abrazos del Sur (2011, 2012, 2013, 2014 y 2015) del colectivo Canciones sin fronteras que aglutina escritores latinoamericanos. En Abrazos del Sur (2013), publicó su primer cuento La Singer. En el 2016, dos de sus obras fueron reconocidas por el Rector de la Universidad de Puerto Rico, Dr. Carlos Severino dentro del acervo intelectual puertorriqueño en la Obra Creativa País: Migración (cuento, 2015) y Pasado, Presente y Futuro (poemario, 2014), Doledades poemario (Santuario, 2019).
Ha recibido varios reconocimientos entre otros: Embajadora Cultural por la gobernación de Azua de Compostela (2013); Hija Meritísima de Azua (2013); Profesora Emérita Universidad Tecnológica del Sur (2013).
A continuación algunos poemas Que los arboles no me dejen, de Ana Marchena.