Hace casi 12 años, Ucrania vivió un punto de inflexión histórico: el Euromaidán, un movimiento de protesta que comenzó en noviembre de 2013 y desencadenó una cadena de eventos que redefinieron la geopolítica europea, culminando en la invasión rusa de 2022.
Todo comienza con la decisión del entonces presidente Viktor Yanukóvich de suspender la firma del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea (UE) el 21 de noviembre de 2013, optando este por fortalecer lazos con Rusia. La medida indignó a sectores proeuropeos, especialmente en el occidente del país, donde la UE se percibía como sinónimo de democracia y modernización.
Tras décadas de división entre regiones occidentales (proeuropeas) y orientales (prorrusas), el gobierno de Yanukóvich —acusado de corrupción y autoritarismo— enfrentó un descontento acumulado. «Era una lucha por la identidad y contra un sistema opresivo», explica un analista local.
Las manifestaciones iniciaron de manera pacífica en la plaza Maidan Nezalezhnosti (Plaza de la Independencia) de Kiev, lideradas por estudiantes y activistas. Sin embargo, la represión policial del 30 de noviembre radicalizó el movimiento. Para enero de 2014, los enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad dejaron escenas de caos, con episodios críticos como los disparos de francotiradores en la calle Institutska (20-21 de febrero), que cobraron más de 100 vidas.
El 21 de febrero, un acuerdo mediado por la UE prometía elecciones anticipadas y reformas, pero colapsó cuando Yanukóvich huyó a Rusia, siendo destituido por el Parlamento.
Mientras la Unión Europea y Estados Unidos apoyaban las protestas e imponían sanciones, Rusia denunció un «golpe de Estado» orquestado por Occidente. En marzo de 2014, Moscú anexó Crimea —acción no reconocida internacionalmente— y respaldó a separatistas prorrusos en Donetsk y Lugansk, dando inicio a una guerra en el Donbás con más de 14,000 muertos hasta 2022.
«El Euromaidán fue un espejo de la pugna entre Rusia y Occidente», señala una experta en relaciones internacionales. «Ucrania quedó atrapada en medio».
Tras la caída de Yanukóvich, Ucrania celebró elecciones en mayo de 2014 que llevaron al poder al prooccidental Petro Poroshenko. No obstante, las promesas de reformas contra la corrupción tuvieron avances limitados.
El conflicto en el este del país y la anexión de Crimea profundizaron las divisiones internas. Para muchos, el Euromaidán simbolizó la resistencia ciudadana; para otros, exacerbó tensiones históricas.
La interpretación del movimiento sigue dividida, mientras la narrativa proucraniana lo celebra como una revolución democrática; la postura prorrusa insiste en que fue un golpe con influencia extranjera.Los críticos internos subrayan que no resolvió problemas estructurales, como la corrupción sistémica.
A largo plazo, el Euromaidán marcó el camino hacia la invasión rusa de 2022 y aceleró la integración de Ucrania con Occidente. En 2022, el país obtuvo el estatus de candidato a la UE, un símbolo de su aspiración europea.
Diez años después, el Euromaidán sigue siendo un capítulo crucial en la historia de Ucrania, reflejando las complejidades de las transiciones post-soviéticas y el peso de la geopolítica. Sus consecuencias, desde la guerra hasta la búsqueda de identidad, subrayan que las demandas de aquel invierno en Kiev aún definen el presente.
LRS