Por Julio C. Gambina /
Argentina definió su rumbo de inserción mundial hacia 1880, constituyendo la base de la estructura económico social que perdura en nuestros días, de articulación oligárquica con el capital externo, aunque tuvo momentos de cambio, o si se quiere, de adecuación a nuevos rumbos de la economía mundial.
Uno de esos momentos de cambio acontece entre 1910 y 1930, con el estímulo a la industrialización para abastecer el mercado interno, sin perjuicio de mantener la inserción internacional con la provisión de bienes primarios. Allí aparece con fuerza la extensión de la salarización y sus formas de organización, junto a una burguesía local orientando su acumulación en el mercado interno.
Esos cambios en la economía trajeron modificaciones políticas, entre ellas, la universalización del voto masculino de los mayores y la emergencia de nuevos partidos que expresaron la representación política de nuevos sectores sociales construidos en el marco del modelo productivo y de desarrollo.
Remito a la ley Sáenz Peña (1912), la presidencia de Irigoyen (1916-22 y 1928-30) y la aparición del radicalismo como proyecto hegemónico del nuevo orden político con persistencia hasta el presente; tanto como el socialismo, el comunismo y otras identidades. Era tiempo de una nueva organicidad social, con sindicatos de tradición anarquista, socialista y comunista; de aliento a entidades de solidaridad social y económica, como mutuales y cooperativas, de clubes sociales y variadas formas de organización popular, incluso la novedad de la reforma universitaria.
Son tiempos de organización del proletariado emergente ante el desarrollo capitalista subordinado a la inserción productiva entre 1880 y 1930 y ahora con la industrialización que privilegiaba el mercado interno y la extensión del consumo a los sectores trabajadores y su familia. La lucha por mejores salarios y la competencia por la apropiación del excedente fue la característica de una lucha de clases entre capital y trabajo y entre los propios propietarios de medios de producción, locales y extranjeros.
La disputa por la restauración del poder oligárquico imperialista
Desde 1930 y con la crisis mundial como trasfondo es que acontece la búsqueda vía golpes de Estado de la “restauración” del poder oligárquico asociado al capital externo; una constante en disputa hasta 1983, año de restablecimiento de las normas constitucionales, ininterrumpida hasta la actualidad. En el medio, surge el peronismo, construcción política de mediados de los años 40 para afirmar el proyecto de industrialización y expansión del mercado interno, con cambios en la estructura sociopolítica, especialmente en el movimiento popular.
Es el tiempo de la universalización del voto de mayores con la habilitación del voto femenino. Se modifica sustancialmente la identidad mayoritaria en el movimiento obrero y popular y avance un proyecto que intenta conciliar la búsqueda de salario con ganancias empresarias, lo que supone una importante función del Estado como actor económico y político.
La realidad es que la disputa del rumbo del capitalismo local, su hegemonía, se presenta entre 1930 y 1990, con golpes y la alternancia de gobiernos constitucionales. Los primeros con horizonte de “restauración conservadora”, y los segundos con vocación en defensa del proyecto de industrialización y distribución relativa del ingreso, claro que con matices en distintos gobiernos de liderazgo radical o peronista.
Son tiempos de una dinámica de organización y lucha del movimiento de trabajadores y trabajadores y del conjunto del pueblo que le otorga una dinámica especial, con acontecimientos destacados que definió la presencia sociopolítica en las calles y en ámbitos laborales y de estudio. Son los 60/70 atravesados por un espíritu de época que tiene en la cima a la revolución cubana y luego el triunfo de la Unidad Popular en Chile.
La restauración esbozada en el 75/76 termina de consolidarse en la última década del Siglo XX, bajo gobiernos constitucionales dirigidos por las dos fuerzas emergentes en el siglo XX, el peronismo (Menem) y el radicalismo (De la Rúa). Es un rumbo que se afirma entre 2015 y 2019 con el primer presidente constitucional que no remite ni a la identidad radical ni peronista (Macri y el PRO).
Surge así un nuevo tiempo con base en crisis de representación de los partidos tradicionales y se habilita la conformación de coaliciones que en su seno contienen a las tradiciones históricas, en mayor o menor medida. En los últimos años, estas coaliciones se identifican bajo el “kirchnerismo” y el “macrismo”. Ambas coaliciones expresan un debate a su interior sobre el rumbo a seguir en el corto y largo plazo, lo que nos puede explicar la ausencia de candidaturas, con fuertes disputas a su interior, e incluso la aparición de una tercera fuerza, llevando el debate hacia la ultra derecha.
¿Qué futuro cercano se avecina?
El ajuste derivado del acuerdo con el FMI sostenido por las dos coaliciones que disputan el gobierno en la Argentina en el nuevo tiempo político emergente desde 2001.
Además del ajuste, en el contexto inflacionario local y global más las tendencias a la desaceleración y/o recesión resulta esperable una fuerte presión para la regresiva reestructuración de las relaciones sociales, especialmente en materia laboral y previsional. Es algo que acontece en el ámbito regional y mundial y que constituye parte esencial del programa de las transnacionales en todo el planeta.
¿Pueden desarmarse las actuales coaliciones para evitar ese destino manifiesto? Sí, es posible, tanto en el Frente de Todos, agrupando a las voces críticas al acuerdo con el FMI, como en la coalición opositora para reagrupar la derecha con lazos más estrechos con los anarcos capitalistas, los libertarios de Milei, algo que anticipa la llegada de Espert al “macrismo”.
El problema está en la construcción de alternativa, con una Izquierda que lleva tiempo de alianza electoral del trotskismo, sin abrir su perspectiva de articulación con otras izquierdas, algunas de las cuales están perdiendo expectativas en la coalición gobernante. Existe una izquierda diversa, muchas de las cuáles no vienen disputando electoralmente, algunos solo parcialmente, a nivel provincial (Desde el Pie en La Pampa, por ej.), o incluso como parte de otros proyectos, incluida la izquierda parlamentaria.
Ahí existe un desafío, siendo la más probable un nuevo turno electoral perdido para llevar adelante una experiencia de amplia unidad de una izquierda diversa, que sufre (con matices) la ausencia de alternativa que supuso la derrota del socialismo que definió la bipolaridad del sistema mundial entre 1945 y 1991.
Me dicen: ¿con qué programa? Contesto: con el que está en la calle, en la auto convocatoria por la suspensión de pagos de la deuda y auditoria con participación popular, anulando el acuerdo con el FMI; con la demanda del movimiento social territorial y piquetero; con las demandas de trabajadores y trabajadoras sindicalizados o flexibilizadxs, por ingreso y condiciones de trabajo, con el del movimiento de jubilados y jubiladas; el ambientalismo en su diversidad, los feminismos populares. El programa, con matices, existe en la lucha y organización popular.
La gran ausencia es la construcción política, la referencia de una diversidad de demandas y luchas que no encuentra síntesis política en el escenario electoral. Más allá de las elecciones, ahí está el desafío para construir alternativa política que defina un rumbo económico, social y cultural en beneficio de la mayoría empobrecida de la sociedad, de quienes quieren otro destino para el pueblo argentino, en consonancia con las aspiraciones de los pueblos en la región y en el mundo.
Buenos Aires, 28 de mayo de 2023
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Julio C. Gambina
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