Uranio perdido, verdades enterradas: el juego nuclear entre Irán, EE.UU. y el OIEA se vuelve más turbio
Redaccion Teclalibre:
Entre bombas y bravatas, se ha desatado un episodio digno de película de espionaje, pero con consecuencias nucleares bien reales. El presidente Donald Trump, con su habitual estilo de “héroe incomprendido”, ha afirmado que “salvó la vida del ayatolá Ali Jamenei” y que Irán debe darle gracias por no haber intentado un “cambio de régimen”. ¿Respuesta de Teherán? Indignación nacional, acusaciones de insulto a millones de iraníes y un mensaje claro: aquí no se agradecen amenazas disfrazadas de favores.
Pero lo más alarmante no está en los discursos, sino en los escombros nucleares. Tras los bombardeos de EE.UU. a las instalaciones de enriquecimiento de uranio en Fordo, Natanz e Isfahán, nadie -ni siquiera el OIEA- sabe exactamente dónde está ahora el uranio al 60 % que Irán almacenaba. Y no se trata de un par de kilos: hablamos de unos 400 kg que, de alcanzar el 90 % de pureza, podrían convertirse en hasta nueve ojivas nucleares. O sea, un arsenal que cambiaría el juego geopolítico de Medio Oriente… y del mundo.
Lo inquietante es que imágenes satelitales muestran movimientos sospechosos —camiones, vehículos y supuesta retirada de material— justo antes de los ataques. ¿Coincidencia? ¿Presciencia iraní? ¿Fuga con preaviso? Un diplomático occidental lo resumió sin adornos: “casi como si supieran que iba a ocurrir”.
En Washington, el Departamento de Defensa niega haber visto evidencia de traslado del uranio. Pero mientras ellos aseguran que las instalaciones fueron destruidas “totalmente”, un informe confidencial sugiere lo contrario, y desde Teherán ya han dicho que seguirán adelante con su programa nuclear. Además, el Parlamento iraní suspendió toda cooperación con el OIEA, al que acusan de “silencio cómplice” ante los bombardeos.
El director del OIEA, Rafael Grossi, apenas ha podido confirmar que hay cráteres en Fordo, pero no sabe lo que hay bajo tierra. En otras palabras, el organismo internacional está ciego, Irán está furioso y EE.UU. necesita demostrar que sus ataques sirvieron de algo. Mientras tanto, el uranio enriquecido está en el aire (literal o figuradamente), y el mundo entero juega al “gato y ratón” con un material que puede volverse fatal.
Mientras Trump presume de haber “salvado” al ayatolá, y el Pentágono se consuela con la ilusión de instalaciones destruidas, Irán afina su estrategia nuclear entre sombras, escombros y secretos. El OIEA ya no es bienvenido y las bombas pueden haber ayudado más a ocultar que a destruir. Aquí nadie canta victoria. Pero alguien, en algún lugar, podría estar afinando su propio botón rojo.
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