Los países de la OTAN decidieron este martes que invitarán a Ucrania, confrontada a una invasión rusa, a adherir a la alianza «cuando se cumplan las condiciones», pese a la presión del mandatario ucraniano, Volodimir Zelenski, para obtener una vía más clara a la membresía.
«Presentaremos una invitación para que Ucrania se una a la OTAN cuando los aliados estén de acuerdo y se cumplan las condiciones», dijo el secretario general de la alianza transatlántica, Jens Stoltenberg.
En 2008, en su cumbre de Bucarest, los aliados dejaron escrito que Georgia y Ucrania «se convertirán en miembros de la OTAN» en algún momento futuro. Aquel punto, el 23 de la declaración final, no impidió que meses después Rusia atacará a la primera y que seis años después se anexionara Crimea.
Aprendidas las lecciones, y tras la terrible invasión de febrero de 2022, la Alianza Atlántica se comprometió tras meses de ayudas permanentes, de vaciar sus arsenales para sostener a Kiev y de ir rebasando poco a poco todos los límites autoimpuestos, a ir más allá. Dijo que esta vez, en Lituania, llegaría más lejos, que reforzaría el mensaje de puertas abiertas y que haría todo lo posible para intentar colmar las enormes esperanzas ucranianas. Pero el resultado no ha sido el que Volodimir Zelenski soñaba. «Estaremos en condiciones de extender una invitación a Ucrania para unirse a la Alianza cuando los Aliados estén de acuerdo y se cumplan las condiciones», se limita a decir el punto 11 del texto consensuado este martes por los 31 miembros.
Es lo máximo que la OTAN puede ofrecer a un país en guerra abierta, ocupado en el Este, mermado en sus capacidades. Un país que según las reglas de la Alianza no está preparado, ni puede contribuir a la seguridad colectiva. Todos creen que el sacrificio del país es una aportación existencial para la seguridad de Europa, pero ahora mismo su ingreso supondría mucho más riesgo que lo contrario, por razones obvias. De aquí que no pueda haber calendario exacto, que no haya invitación ni, como aspiraban en Kiev, alguna especie de automatismo que señalara que según terminen los enfrentamientos llegará una invitación.
La decepción de Zelenski ha quedado de manifiesto. Está la palabra, «invitación», por primera vez en la historia, es algo que hace dos días, literalmente, no se contemplaba. Es el «lenguaje más fuerte nunca usado», según el secretario general Stoltenberg. Y se da por cumplimentado el Member Action Plan (MAP) el proceso formal que se le exigía al país antes de poder aspirar a membresía, una forma de allanar el terreno. Pero no ha sido suficiente. «Absurdo», «falta de respeto», «motivación para que Rusia continúe con su terror» o «la incertidumbre es debilidad» son las expresiones con las que el presidente ucraniano se ha referido al lenguaje escogido por sus amigos. Él de verdad esperaba cambios en el último momento, que su reconocida persuasión a través de la presión digital funcionara, pero era imposible. La OTAN no improvisa, no da giros bruscos. Llevaba semanas perfilando esta declaración, un equilibrio complejísimo a 31 bandos, y es lo más lejos que sus miembros están dispuestos a ir.
La fórmula es lo suficientemente vaga para que quepa todo y nada. «Cuando los Aliados estén de acuerdo y se cumplan las condiciones» apunta al final de las hostilidades, porque Alemania, por ejemplo, ingresó a pesar de estar dividida, décadas antes de la reunificación. Pero no había combates, bombardeos, peligro de que estallen centrales (o armas) nucleares en cualquier momento. Ni en Moscú, entonces, se recuperaban de amagos de golpes militares. Es un avance, se ha ido algo más lejos, pero en el mundo de las emociones, las grandes declaraciones y la grandilocuencia saben a poco.
La OTAN fue concebida para hacer frente a la URSS, y Rusia sigue siendo su gran razón de ser, pero precisamente por eso es fácil olvidar que en Rumania, hace 15 años, Vladimir Putin estuvo invitado, participó en reuniones y declaró que no era el deber de su país decidir quién debería o no formar parte de alianzas externas. Y que hubo colaboración tan cercana que incluso se barajaron misiones de paz conjuntas entre los dos bloques tradicionalmente enfrentados. Pero eso es pasado y parece impensable volver a construir algo sólido sobre las cenizas de todos los muertos ucranianos.
El texto de hoy, de 90 puntos, abarca todos los frentes abiertos, militares, de seguridad, inteligencia, el flanco sur y el este, los miedos nucleares, al terrorismo y las políticas «coercitivas de China». Pero la atención estaba puesta en las dos obsesiones de Ucrania: la ecuación para la adhesión y las «garantías de seguridad». Esto es, qué puede hacer una Alianza militar que formalmente no está entregando ni equipamiento letal para dar tranquilidad a un socio agredido reiteradamente por su principal enemigo, y todo ello sin acabar en una guerra aniquiladora.
La Alianza, hoy en Vilna, ofrece pese a la decepción ucraniana mucho más que nunca antes a un vecino. Más allá del suministro de armas y munición del último año y medio, de los planes para dar hasta 500 millones de euros anuales en el Paquete Integral de Asistencia para equipamiento no letal, de meter a Zelenski y sus ministros en todas las reuniones, de la inteligencia compartida. A parte de eso, se ha creado un Consejo OTAN-Ucrania, el segundo formato de este tipo en toda su historia, tras el que se hizo para mejorar la interlocución con Rusia, pero que saltó por los aires y está inactivo desde la invasión. El primer foro en el que no serán invitados, sino parte de pleno derecho, hablando de tú a tú y sin que socios como Hungría puedan torpedear, como llevan lustros haciendo por rencillas por las condiciones de la minoría magiar en Ucrania.
La declaración consensuada hoy reafirma la «inquebrantable solidaridad con el Gobierno y el pueblo de Ucrania en la heroica defensa de su nación, su tierra y nuestros valores compartidos» e insiste en que Occidente se mantiene «firme en nuestro compromiso de intensificar aún más el apoyo político y práctico a Ucrania mientras continúa defendiendo su independencia, soberanía e integridad territorial dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas. Y continuaremos nuestro apoyo mientras sea necesario».
Pero a la hora de entrar en esas garantías de seguridad, que fuentes diplomáticas preferirían definir como «encajes o arreglos de seguridad», la respuesta tiene que ser otra. Tendrá dos modalidades: bilaterales por un lado y al nivel de G7, en paralelo, por otro. «Apoyamos plenamente el derecho de Ucrania a elegir sus propios arreglos de seguridad», dice la declaración, pero sin poder entrar en detalles concretos para evitar problemas. «El futuro de Ucrania está en la OTAN. Reafirmamos el compromiso que hicimos en la Cumbre de 2008 en Bucarest y hoy reconocemos que el camino de Ucrania hacia la plena integración euroatlántica ha ido más allá de la necesidad del Plan de Acción de Membresía. Ucrania se ha vuelto cada vez más interoperable y políticamente integrada con la Alianza, y ha logrado un progreso sustancial en su camino de reforma», dice el texto.
Algunos países, como ya hicieron con Suecia y Finlandia nada más dar ambas un giro histórico a su política de Defensa pidiendo el ingreso en 2022, van a ofrecer «garantías bilaterales». No es algo equivalente al Artículo 5 de defensa colectiva de la Alianza, por el que si se ataca a uno se ataca a todos. Ni siquiera el 4, que contempla los pasos previos. Se trata más bien de formalizar que pase lo que pase habrá asistencia militar en el futuro, armamento, tanques, lo que haga falta. Y por eso Alemania, Francia o Reino Unido han aprobado la cita para anunciar más envíos, igual que hizo EEUU la semana pasada, incluyendo las polémicas bombas de racimo. No es un compromiso legal, sino político. Es un mensaje a Moscú recalcando que está sola y que Ucrania tendrá detrás, una y otra vez, a las potencias económicas y militares de Occidente.
«La OTAN no busca la confrontación y no representa una amenaza para Rusia, pero a la luz de sus políticas y acciones hostiles, no podemos considerar a Rusia como nuestro socio. Cualquier cambio en nuestra relación depende de que Rusia detenga su comportamiento agresivo y cumpla plenamente con el derecho internacional. Seguimos dispuestos a mantener abiertos los canales de comunicación con Moscú para gestionar y mitigar los riesgos, evitar la escalada y aumentar la transparencia. Al mismo tiempo, continuaremos consultando y evaluando las implicaciones de las políticas y acciones de Rusia para nuestra seguridad, y responderemos a las amenazas y acciones hostiles de Rusia de manera unida y responsable», zanja la declaración.