Por Simeón Arredondo
Poeta y escritor dominicano residente en España
simeonarredondo@gmail.com
Cuando leemos los versos de Salomé Ureña de Henríquez, emerge a nuestras vistas, a nuestros cerebros y a nuestras venas la bandera tricolor que por vez primera enhestara Francisco del Rosario Sánchez la memorable noche del 27 de febrero de 1844.
Seis años después de aquel magno acontecimiento, y 13 años antes de la segunda independencia, nació en la capital dominicana la insigne poeta y educadora que llevaría siempre prendido en su pecho el fuego del patriotismo que condujo a los trinitarios, y posteriormente a los restauradores a darle al pueblo dominicano una patria libre.
Ambos hechos son motivo de inspiración para la poeta, que los reseña en sendos poemas que llevan por títulos sus respectivas fechas, resaltando el honor de la patria y los lauros de los patriotas:
“Honor, eterna gloria
de agosto a los gigantes adalides,
que en desiguales lides,
luchando con la fe del patriotismo
la grandeza volvieron a su historia,
dando ruda lección al despotismo!
De lauros mil ceñida
por ellos hoy la Patria alza la frente,
y con afán ardiente,
bañada por el sol de la esperanza,
en pos de nueva luz, de nueva vida,
al porvenir intrépido se lanza.”
Y en “27 de Febrero” conversa alentadoramente con la Patria: “Ay, abre nuevas sendas; / que se levanta el sol, y el iris raya, / y el progreso benéfico sus tiendas/ viene a sentar en tu desierta playa!”
Los dotes de poeta de Salomé Ureña de Henríquez se pudieron notar desde su adolescencia. Cuando apenas tenía 15 años de edad, ya se codeaba con los intelectuales de la época y se había leído los principales clásicos españoles y franceses, gracias a la motivación de su padre, el también escritor y educador Nicolás Ureña de Mendoza, lo que sin lugar a dudas, incidió significativamente en su sólida formación cívica e intelectual.
Ya a los 17 años se conocían públicamente inspiraciones suyas, en las que manifestaba su afán por el progreso colectivo, su esperanza en el porvenir y su respeto y admiración por la juventud. “El mundo se conmueve / cual de una fuerza mágica impulsado; / el progreso su luz entiende breve / desde la zona ardiente al mar helado / y vida y movimiento a todo imprime.”
El hecho de haber nacido y crecido en un hogar donde la cultura siempre estaba presente, influyó notablemente en el amor de Salomé por las letras y la educación, y sobre todo su entrañable sentir patriótico.
Los críticos y biógrafos de Salomé Ureña de Henríquez han clasificado su poesía en varios tipos, llegando a diferir en algunos aspectos; sin embargo todos coinciden en el tema patriótico. En la semblanza presentada en una de sus obras se lee: “Su producción poética puede clasificarse en dos grupos; poesía patriótica y humanística y poesía sentimental y doméstica… Son los poemas del primer grupo los que singularizan a Salomé Ureña entre los cultivadores del verso dominicano y son éstos sin duda los que le confieren aliento de gran poetisa con valor universal.”
Mientras que Franklin Gutiérrez en su Diccionario de la Literatura Dominicana afirma que “en su poesía predominan tres temas: a) el patriótico, donde aflora su deseo por el bienestar de la sociedad dominicana… b) el sentimental, caracterizado por su apego a la naturaleza y a la familia… y, c) el indianista, corriente literaria a la cual recurre al momento de exaltar a la raza indígena quisqueyana exterminada por los conquistadores españoles desde los primeros años de la colonización.”
Y en biografías suyas publicadas en varios sitios web se señala: “Su estilo nítido y espontáneo se manifiesta muchas veces lleno de ternura, como ocurre en El Ave y el Nido, en otras se vuelve trágico, como en Horas de Angustia y otras veces su verso se torna viril y patriótico como en A la Patria y en Ruinas.”
Como se puede apreciar, el tema de la Patria está presente, de manera casi obligatoria en todos los comentarios y críticas realizados en torno a la ilustre escritura, como lo está a lo largo de toda su producción literaria; pues apenas poco más de tres decenas de sus poesías no tienen como tema central el patriotismo; sin embargo, en ninguna de ellas se puede ocultar. En “El Ave y nido”, por ejemplo, poema en que se ponen de manifiesto la ternura y la sensibilidad de Salomé, de alguna forma brota el patriotismo, pues es a un valor de su tierra que la poeta le está cantando.
Quizás esos conceptos y criterios llevaron a Joaquín Balaguer a afirmar que “lo que distingue a Salomé Ureña y la levanta sobre el vulgo de los poetas dominicanos, no es sólo su fuerte personalidad lírica, su acento poderosamente varonil, la perfección mecánica de sus versos y el sentido hasta cierto punto didáctico que tiene a veces su poesía, y que nos deja ver con frecuencia a la educadora detrás de la poetisa, sino más bien la sinceridad de su entusiasmo por los ideales del progreso patrio, la pasión no retórica sino profundamente sentida por las glorias de la República y por las conquistas de la ciencia victoriosa. No fue un fervor fingido el que le inspiró esos acentos entusiásticos que acudieron a sus labios cuando habló de la Patria…”
Estas y las demás afirmaciones que hemos analizado encuentran eco en voz de la propia poeta cuando nos dice:
“Levanta victoriosa
la egregia frente de entusiasmo llena
¡Oh Patria de mi amor, cuna famosa
del mundo americano.”
“¡Ah! Yo adoro esta Patria donde nacieron mis padres, donde vine yo al mundo, donde he visto irradiar sobre mis hijos la luz de la existencia”. Afirma.
Como todo patriota, Salomé Ureña de Henríquez, también se desvelaba por la educación de su pueblo. De ahí que su esposo, el escritor médico y abogado, Francisco Henríquez y Carvajal, no tuvo que emplear mucho esfuerzo para convencerla de que fundara en el año 1881 el Instituto de Señoritas, primer centro de educación superior en el país dedicado a la formación femenina. Debemos recordar que Salomé fue también una gran abanderada de la emancipación de la mujer.
Fuertemente influenciada por el educador de Las Antillas, Eugenio María de Hostos, echó a andar su proyecto educativo y antes de concluir la década de 1880, ya había graduado las primeras maestras normales de la Patria de Duarte.
En franca alusión a Hostos en uno de sus discursos al investir un grupo de profesoras dice: “Le vi aparecer trayendo por séquito los rayos de las nuevas ideas, de las ideas redentoras, de las ideas de la civilización actual, y yo, que siempre he suspirado, que suspiro aún, que suspiraré mientras aliente por el engrandecimiento moral y material de mi país, batí palmas de gozo y esperé.”
Salomé Ureña de Henríquez abrazó la lucha por educar a la mujer dominicana con tanto fervor y humildad, que durante la última graduación que celebró en el Instituto de Señoritas, de sus labios se escaparon estas palabras: “Bástame, señores, con la satisfacción íntima de ver el cambio que va operándose gradualmente en la educación de la mujer dominicana; y si alguna gloria hay en ello, la reclamo toda entera para los que conmigo han coadyuvado a la realización de la obra.”
Por la temática tratada en sus versos, por sus aportes a la educación dominicana y por su abnegada dedicación al movimiento feminista dominicano, la madre de los respetables intelectuales Max, Pedro y Camila Henríquez Ureña, es una poeta de la Patria. Sobre ella ha dicho el intelectual José Rafael Lantigua que “Su presencia en el parnaso dominicano es una expresión genuina y precisa de las vivencias de mujer una dulce y a pesar de ello atribulada; de una mujer enérgica, tenaz, y a la vez debilitada por los sinsabores de la vida familiar y de la mala salud…. Salomé Ureña es acopio de muchas virtudes ejemplares dignas de ser recordadas y veneradas por siempre.”
Salomé Ureña de Henríquez es, sin lugar a dudas un paradigma de patriotismo, civismo e intelectualidad para los dominicanos.