Por Luis Rodríguez Salcedo
En medio de un colapso del mercado global que sacude las economías más sólidas, el presidente Donald Trump ha decidido aplazar por 90 días los aranceles a la mayoría de las naciones, una jugada que busca reducir tensiones con aliados comerciales. Sin embargo, en un giro abrupto, ha elevado al 125% los aranceles a las importaciones chinas, intensificando la ya prolongada guerra comercial con el gigante asiático.
La acción de Trump es estratégicamente ambigua: por un lado, muestra cierta apertura hacia aliados al suavizar temporalmente los aranceles; por otro, mantiene una línea dura y hostil contra China, lo que puede agravar aún más la crisis en lugar de mitigarla.
Este tipo de decisiones reflejan una visión proteccionista, en la que el interés nacional se sobrepone a los acuerdos multilaterales, pero en un contexto de colapso global, tales medidas podrían tener efectos contraproducentes si no son acompañadas de políticas internas robustas y una diplomacia activa.
Este endurecimiento selectivo revela una estrategia de confrontación que, más que resolver, podría agudizar la crisis. En lugar de fomentar cooperación internacional, Trump apuesta por el aislamiento y la presión unilateral. El impacto no se hará esperar: se van a encarecer productos clave, se van a resentir las cadenas de suministro y el consumidor estadounidense pagará la factura.
En momentos donde el mundo requiere liderazgo, Trump prefiere la confrontación. La pregunta no es si esta medida afectará la economía, sino cuánto más la hundirá.
LRS