Por Claudio Acosta
Antes de iniciar una jornada de movilizaciones en las calles, como anunció su Comité Político, para protestar por el apresamiento de varios de sus dirigentes imputados en la operación Calamar, la dirigencia del PLD debería sopesar muy bien los pasos que dará en momentos en los que resulta tan difícil pensar con claridad y tomar las decisiones correctas, como quedó evidenciado con la turba que intentó ingresar a la fuerza al Palacio de Justicia de Ciudad Nueva, y donde vimos a un descompuesto Jaime David Fernández Mirabal intentando contener a los revoltosos recordándoles, coñazo incluido, que así no se comportan los peledeístas a los que formó Juan Bosch.
Esfuerzo que, desgraciadamente, resultó infructuoso, ya que no impidió que rompieran los cristales de la puerta y varias ventanas del recinto judicial, mostrándonos a un PLD desconocido, agresivo y violento, que amenaza al país con defender en las calles y las plazas lo que debe hacer en los tribunales de justicia, como le aconsejó el movimiento cívico Participación Ciudadana.
Es por eso que salir por todo el país a protestar por esos apresamientos, que los peledeístas insisten, a falta de mejores argumentos, en calificar de políticos, equivale a salir a defender la corrupción desfachatada que los sacó del poder, de lo que parece otra muestra escandalosa Operación Calamar en la medida en que vamos conociendo detalles sobre la forma en que operaba la red criminal y las cantidades de dinero público que habría llegado a manejar.
Las protestas pacíficas, como demostró el pasado lunes un PLD en modo tigueraje, degeneran fácilmente en desórdenes, y lo que menos le conviene es que se le asocie con acciones que alteren la paz social. Un vistazo a las reacciones de la opinión pública debería convencer a su dirigencia de que no es el momento de mostrarnos el PLD violento que vimos en Ciudad Nueva, ya que solo servirá para terminar de convencer a la sociedad dominicana de que no merece regresar al poder “mas nunca”.