Siempre me ha sido difícil emparejarme. Y no es por falta de enamoramiento porque me considero muy enamoradiza. Más de lo que me gusta admitir.
Siempre he tenido claro lo que no quiero, lo que puedo manejar o puedo tolerar, en una relación amorosa.
Varias veces he echado a perder uno que otro intento de relación, porque siempre salí corriendo a los compromisos que tienen que ver con el corazón. Todavía me causan terror.
Cuando la tuve, quise disolverla antes de que uno de los dos resultara afectado. Es un problema de estándares.
Y Confieso que algo que ha influido mis estándares es la relación de mi mamá con mi padrastro, junto al hecho de que en mi alrededor hay muchas y hermosas historias de amor.
Mi mamá es médico. A causa de esa profesión, ella tiene que pasar días completos, y a veces hasta amanecer trabajando.
Mi mamá es un ser sumamente servicial, y no se atreve a comer delante del hambriento, por lo que su cómplice, Súper Perello (mi padrastro) cuando llega de trabajar, hace chocolate caliente para ella y todos sus colegas.
Como detallista al fin, pone todo en empaques especiales y lo acompaña con galletitas.
Eso es, todo un príncipe de película. Mi mamá no pudo decidir un mejor hombre para que sea su compañero de vida.
Cuando no existía la pandemia, ni el toque de queda, él esperaba todos los días hasta que ella terminara de trabajar.
No les importaban las altas horas de la noche; se dormía en su camioneta hasta que ella saliera, y así poder escoltarla hasta llegar a casa sana y salva.
Claro, una heroína, como Madelin necesita su héroe.
Entonces, dirás que quien suscribe, pido demasiado, y de inmediato confieso que mis estándares son elevados, y que parecen elevarse más ante esta generación que celebra la indiferencia, el desinterés y el desamor.