-Reino Unido y Canadá forman su propio G2 (¡Sin invitación a Washington!)-
Por Redacción Teclalibre
En el siempre chispeante teatro de la diplomacia global, hay veces en que un personaje tan ruidoso, tan impredecible, tan… Donald Trump, logra lo impensable: unir a los más moderados, a los cautos, a los que normalmente se abrazan sin alzar la voz. Esta semana, Canadá y el Reino Unido —dos naciones que suelen susurrar en vez de gritar— decidieron juntar sus fuerzas para enfrentar al torbellino naranja que vuelve a agitar la Casa Blanca.
Sí, Trump abandonó de forma teatral la Cumbre del G7 en Kananaskis, dejando a los líderes de las democracias occidentales con la boca abierta y las manos vacías. Se fue a bordo del Air Force One lanzando advertencias comerciales como si fueran panfletos en tiempos de guerra. Pero no se fue sin provocar una consecuencia insospechada: que Londres y Ottawa digan «hasta aquí».
En una reunión exprés pero cargada de simbolismo, el británico Keir Starmer y el canadiense Mark Carney se encontraron en Ottawa. El mensaje fue claro: “Canadá es un país soberano e independiente”, dijeron, mirando de reojo hacia Washington como quien dice “y no una provincia de Trumpistán”.
Ambos líderes no solo reafirmaron su amistad, sino que acordaron crear un grupo económico bilateral, revisar acuerdos comerciales y resistir juntos los embates del proteccionismo estilo “America First, and You Last”.
Lo curioso —y por qué no, hilarante— es que ni Canadá ni el Reino Unido buscaban convertirse en adalides de la resistencia global. Pero Trump, con su arrogancia comercial y su visión de la geopolítica como un “reality show”, les dio ese papel.
En Canadá, incluso se barajan nuevos aranceles contra el acero y el aluminio estadounidenses, y se habla en voz alta de “diversificar las alianzas”, como quien termina una relación tóxica y empieza a mirar a otros en la fiesta.
Mientras tanto, el Reino Unido, que parecía estar a los pies de Trump tras el nuevo acuerdo para rebajar aranceles a sus autos, ahora descubre que la sumisión no garantiza lealtad. Londres sonríe en público, pero aprieta los dientes en privado.
Buena pregunta. Su política de «trátenme bien o aténganse» ha sembrado malestar hasta entre sus antiguos aliados. Ha convertido al G7 en un G6.5 (con EE. UU. entrando y saliendo según su humor), y ha obligado a los más cautelosos a tomar posiciones. Una proeza, si lo vemos como maestro del caos.
Pues ahora veremos a Reino Unido y Canadá actuando como un nuevo minibloco de cordura, intentando preservar las formas diplomáticas y el comercio justo mientras Trump sigue barajando amenazas y retirándose de mesas de negociación como si fueran torneos de póker.
La ironía es hermosa: el mismo líder que desprecia las alianzas internacionales está forjando nuevas a fuerza de atropellos. Y lo hace entre quienes, en condiciones normales, habrían seguido sonriendo y sirviendo té.
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