EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
La Unesco, la organización cultural de las Naciones Unidas, incluyó el casabe, un pan de yuca redondo que se hace en el Caribe, en su lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Este reconocimiento fue otorgado a Haití, Cuba, República Dominicana, Honduras y Venezuela, países que presentaron una solicitud conjunta el año pasado para destacar la importancia de este alimento común en la región.
La organización reconoce la tradición de hacer y consumir pan de yuca, conocido también como casave o kasav en Haití, que se remonta a los pueblos indígenas de la región hace más de mil años: un proceso de producción que se ha transmitido a lo largo de las generaciones y que ha mantenido la técnica original basada en harina de yuca. La Unesco subraya que se trata de un saber compartido entre países caribeños, a pesar de sus diferencias lingüísticas e históricas.
En Cuba, el pan de yuca se elabora principalmente en las provincias rurales. También es muy popular entre las comunidades indígenas y los descendientes de africanos en Venezuela. En República Dominicana, así como en Haití, se consume ampliamente en todo el país, mientras que en Honduras es una fuente principal de alimentación para los garífunas, un pueblo cuya cultura mezcla tradiciones africanas e indígenas.
“Cada raíz de yuca cuenta una historia”
Para Dominique Dupuy, ex embajadora de Haití ante la Unesco, y quien fue clave en la nominación, este reconocimiento demuestra que la historia y las contribuciones de Haití superan sus problemas actuales. “La inclusión de la yuca como patrimonio cultural representa un recordatorio de la interconexión entre Haití y sus vecinos, y la importancia de preservar estas tradiciones para las futuras generaciones”.
Este logro no es solo simbólico, también tiene un impacto práctico. En Haití, donde la inseguridad alimentaria afecta a 5,4 millones de personas, el pan de yuca ayuda a llenar los estómagos de quienes no tienen acceso a otros alimentos básicos debido a la inflación. Además, en el norte del país, en Cabo Haitiano, la producción de este alimento sigue siendo un motor económico local.
En Puerto Príncipe, las plazas de mercado son un lugar de constante movimiento. Las voces de los vendedores se mezclan con el bullicio de la ciudad y el aroma de la comida llena el aire. En medio de los puestos de frutas, verduras y especias, Claire Jean, una mujer de 45 años con el cabello recogido en un pañuelo, invita a los compradores a acercarse. Sostiene una raíz gruesa de yuca, la corta con un machete y muestra su interior: “Aquí está la verdadera cassava. La usamos para hacer kasav, un pan tradicional”. La preparación de la yuca es un arte que ha sido transmitido de generación en generación, y cada familia tiene su propio estilo de hacerlo. Se le agrega coco, jengibre, sal o azúcar, dependiendo de la región y las costumbres. En Puerto Príncipe, el kasav se cocina a menudo sobre un fuego abierto.
La yuca llegó a Haití hace siglos, cultivada por los indígenas taínos y luego extendida por los africanos esclavizados. “Es importante que los discos no sean demasiado gruesos,” explica la mujer con precisión, mientras hace una demostración de lo que es el kasav, colocando una plancha sobre la estufa. Se sirven calientes y a menudo se acompañan con guisos, mermeladas o queso. “Recuerde que cada raíz de yuca cuenta una historia”, insiste la vendedora.
Una “raíz cultural” que atraviesa América Latina y el Caribe
Geo Ripley, un artista e investigador nacido en Caracas y radicado en República Dominicana, ha recibido numerosas llamadas de diferentes países latinoamericanos interesados en unirse a la nominación del casabe. “Me han contactado de Brasil, Guatemala y otros países que no pudieron completar sus archivos a tiempo para este reconocimiento, pero ahora están emocionados por hacerlo”, comenta.
El proceso de nominación fue largo y requirió la colaboración de varios países. Haití brindó ayuda técnica para preparar los archivos necesarios, mientras que República Dominicana lideró el proceso político. “La yuca es nativa de la cuenca del Amazonas-Orinoco. Desde Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, hasta las Antillas Menores, todos tienen su versión”, explica Ripley, quien insiste en que es una “raíz cultural” que atraviesa América Latina y el Caribe, conectando las comunidades a través de su preparación tradicional.
Ripley, quien también es babalawo, un sacerdote de la religión yoruba, recuerda cómo, en el momento de su iniciación, se comprometió a promover el casabe como un patrimonio cultural. “Voy a darles el casabe, que vamos a convertir en patrimonio cultural Inmaterial de la humanidad para honrar a nuestros antepasados pre-Colombinos”, dijo a sus seguidores hace algunos años. Con el reconocimiento de la Unesco, el babalawo siente que se ha alcanzado un logro importante para la historia común de los pueblos de América Latina y el Caribe. “Estamos creando una ruta cultural de la yuca que no solo es nacional, sino migratoria: que conecta la cuenca amazónica con las Antillas”.