InicioARTE Y CULTURAGertrudis Gómez de Avellaneda (Tula), 1814-1873: sentimiento y autodeterminación

Gertrudis Gómez de Avellaneda (Tula), 1814-1873: sentimiento y autodeterminación

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«No encuentro paz, ni me permiten guerra;… ni libre soy, ni la prisión me encierra» GGA

 

Gertrudis Gómez de Avellaneda, es una figura fundamental de la literatura cubana y española,  nacida en el seno de una familia de la alta sociedad, en Santa María de Puerto Príncipe, Cuba, el 23 de marzo de 1814,  llamada cariñosamente «Tula», «La Peregrina», «Carcajada» o «La Avellaneda».

Novelista, dramaturga y poeta del Romanticismo «No encuentro paz, ni me permiten guerra;… ni libre soy, ni la prisión me encierra» me bastaron estos versos para tratar de conocer la vida y obra de esta mujer, expresan rebeldía,  angustia y dolor, en tiempos en que la vida de las mujeres la decidían los  ‘otros’.

Es de notar que sólo mujeres de posición económica holgada osaban expresar sus sentimientos, Gertrudis apenas contaba trece años y su abuelo materno le había arreglado matrimonio con un rico pariente lejano, a lo cual ella se opone y se va de la casa por lo que la desheredan.

‘Yo como vos para admirar nacida, / yo como vos para el amor creada, / por admirar y amar diera mi vida, / para admirar y amar no encuentro nada’.

Su infancia fue feliz hasta los diez años cuando muere su padre, Don Manuel Gómez de Avellaneda y Gil de Taboada, un oficial naval español sevillano, y su madre Francisca María del Rosario de Arteaga y Betancourt,  una criolla de ascendencia vasca y de las Islas Canarias, se casa nuevamente con el militar español Gaspar Isidoro de Escalada y López de la Peña, con todos esos nombres, podemos imaginaros el abolengo y las restricciones que impuso a Gertrudis que hasta le prohibió escribir tragedias.

La familia decide irse a vivir a España, a Burdeos, donde vive la familia del padrastro, Gertrudis tiene veintidós años, al alejarse de las costas cubanas, escribe un soneto que muestra el profundo amor a su patria. «Al partir»

Al partir

¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
la noche cubre con su opaco velo,
como cubre el dolor mi triste frente.

¡Voy a partir!… La chusma diligente,
para arrancarme del nativo suelo
las velas iza, y pronta a su desvelo
la brisa acude de tu zona ardiente.

¡Adiós, patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela,
tu dulce nombre halagará mi oído!

¡Adiós!… Ya cruje la turgente vela…
el ancla se alza… el buque, estremecido,
las olas corta y silencioso vuela.

En La Coruña escribió los poemas «A la poesía», «A las estrellas», «La serenata», «A mi jilguero». Junto a su hermano Manuel se va a Andalucia a Constantino de la Sierra, de donde era originario su padre y allí entabla amistad con Alberto Lista y Manuel Cañete, publica versos (La Aureola de Cádiz y El Cisne de Sevilla) bajo el seudónimo de La Peregrina, que le granjearon una gran reputación.

 

Al irse de casa con su hermano Manuel,  nuevamente es desheredada por el padrastro, y  su tío Felipe y su hermano Manuel,quieren casarla,  se va sola a Sevilla y allí en 1839 conoce al que será el primer gran amor de su vida, Ignacio de Cepeda y Alcalde, su gran fracaso amoroso, nunca fue correspondida como ella quería, le dejó una imborrable huella. Conocemos sus mas íntimos sentimientos a través de las cartas que ella le enviaba y una autobiografía que fueron publicadas cuando el falleció.

 

Se va a Madrid, hace amistad con lo más granado de la sociedad, publica su primera colección de versos con el titulo ‘Poesías’, en 1841 publica su novela Sab considerada como la primera novela anti esclavista de la historia, anterior incluso a (La cabaña del tio Tom) de la escritora norteamericana Harriet Beecher Stowe, en 1842 publica Dos mujeres, novela que apoya el divorcio como la solución a una unión no deseada, es detractada por estas posiciones inaceptables en el tiempo histórico que le tocó vivir, la mujer estaba destinada al matrimonio,  ni pensar en divorcio, el matrimonio era para toda la vida… el final de todos los cuentos era «se casaron y fueron felices toda la vida».

Gertrudis fue,  sin lugar a dudas una mujer muy inteligente, adelantada a su tiempo; su tercera novela Espatolino, denuncia la terrible situación del sistema penitenciario de entonces. En 1844 estrena Alfonso Munio su segunda obra de teatro. El triunfo fue apoteósico y la fama de la escritora sube a niveles insospechados.

Conoce al poeta Gabriel Garcia Tassara, se rinde ante ese hombre y queda embarazada  pero él no quiere casarse con ella:  le desagradan sus versos, la acusa de arrogante y coqueta, Gertrudis, madre soltera en el Madrid de mediados del siglo XIX le produce una amarga   soledad y pesimismo,  escribe «Adiós a la lira», despedida de la poesía, piensa que es su final como escritora.

Adiós a la lira

Hay en el brillante estío
Lánguidas, inertes calmas;
De luz y vida la tierra
Parece hallarse cansada.
En las horas mas ardientes
El movimiento hace pausa;
Su cáliz plegan las flores;
Sus alas encoge el aura.
Así del hombre en la vida
La edad más fuerte y lozana,
Parece que al pensamiento
Marchita las frescas galas.
La ilusión se descolora,
Languidece la esperanza
Y a los tonos de la lira
No se presta la garganta.
El ave de voz más dulce
No siempre gozosa canta,
Que en el ardor de la siesta
Yace muda en la enramada.
Solo saluda su acento
La luz benigna del alba,
Y en la tarde se despide
Del crepúsculo que pasa.
En vano ¡oh lira! tus cuerdas
Armónicos sones guardan,
Llegó para mí el estío,
Y goza su siesta el alma.
¡Ven, de mis ojos recibe
Esta lágrima… y descansa!
Sobre tus cuerdas sonoras,
Corrieron ¡oh lira, tántas!
Es el tesoro que abunda
En aquesta tierra ingrata,
Do tienes por solo adorno
De ciprés mustia guirnalda.
Toda voz que al viento envías
Es melancólica, infausta,
Que el ruiseñor y el poeta
Para lamentarse cantan.
Enmudeces en las dichas,
Que solo sabes llorarlas,
Y eternizar sus recuerdos
Después que volaron raudas.
Así mi fiel compañera
Siempre fuiste en la desgracia,
E ibas conmigo entre sombras
A una tumba solitaria,
Do en tanto que yo gemía,
Besando la losa helada,
Los céfiros de la noche
En tu centro suspiraban.
Jamás cautiva te tuve
Al umbral de regia estancia,
Ni de ensañados partidos
Atizaste la venganza.
Libre como el pensamiento,
Y cual él altiva y casta,
Fuiste siempre un eco digno
De afectos nobles del alma.
¡Cuántas veces en las selvas
Saludaste la alborada,
Y despertando a tu acento
Respondió el ave en las ramas!
¡Cuántas el astro fulgente
Tu despedida oyó blanda,
En tanto que lo cubrían
Nubes de púrpura y gualda!
También del mar en los llanos,
Buscando extranjera playa,
Al silbar el viento ronco,
Al mugir las olas bravas,
Tus agrestes armonías
Volaban sobre las aguas,
Como el pájaro atrevido
Que se mece en la borrasca.
Tal vez ¡oh lira! a volverte
A la mano que hoy te lanza,
Del porvenir llegue un día
Que ya el destino señala:
En aquellos años tristes
Que anteceden a la parca,
Que se acerca silenciosa
Su quietud brindando larga.
A los hombres el olvido
Juventud nueva prepara,
Y luce siempre más viva
La lámpara que se apaga.
Igual el céfiro puro
Sopla en la tarde y el alba,
Y juega en nacientes rizos
Como en cabellos de plata.
La vejez no abate a Homero,
Aunque de nieves cargada,
Y la luz del pensamiento
Al ciego Milton le basta.
Así yo… mas ¡ay! acaso
Me seduce ilusión vana,
Y el triste adiós que articulo
Será eterno, lira amada!
¡Acaso el destino impío,
Que tan tenaz me maltrata,
En el piélago del mundo
Naufragio horrible me guarda!
Del huracán al bramido
Será mi voz sofocada,
Arrastrándome las olas
Cual esas ligeras algas.
¡Mas vive tú, dulce lira!
Sigue el curso de las aguas,
Sigue el impulso del viento
Y escollos y sirtes salva;
¡Y la huella armoniosa
Que traces, siguiendo vaya,
En los aires suspendida,
De cisnes la turba alada!

 

En abril de ese año tiene a su hija María, o Brenhilde, como ella prefiere llamarle. Pero la niña nace muy enferma y no le dan esperanzas de que vaya a sobreponerse. Durante ese tiempo de desesperanza escribe de nuevo a Cepeda:

Envejecida a los treinta años, siento que me cabrá la suerte de sobrevivirme a mí propia, si en un momento de absoluto fastidio no salgo de súbito de este mundo tan pequeño, tan insignificante para dar felicidad, y tan grande y tan fecundo para llenarse y verter amarguras.
 

Causan escalofríos las cartas escritas por Gertrudis a Tassara para pedirle que vea a su hija antes de que muera, quiere que su niña pueda sentir el calor de su padre antes de cerrar los ojos para siempre. Brenhilde muere a los siete meses sin que su padre la conozca. Gertrudis no tuvo descendencia.

El 10 de mayo de 1846 se casó con don Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid, él gustaba de la literatura, adinerado y algo más joven que ella. Sin embargo, este padece una grave enfermedad, y los recién casados viajan a París en el intento de buscar una cura a la dolencia del enfermo, pero el 1 de agosto, durante el regreso, fallece en sus brazos don Pedro Sabater.

Gómez de Avellaneda, totalmente desesperada se recluyó en un centro espiritual perteneciente a la Congregación La Sagrada Familia de Burdeos, donde escribió Manual del cristiano. Tras morir su primer esposo compuso dos elegías que se cuentan entre lo más destacado de su obra poética.

Presenta su candidatura a la Real Academia Española en 1853, pero naturalmente,  en ese tiempo las mujeres tenían todas las puertas cerradas,  no es hasta finales del siglo XX cuando Carmen Conde ocupa una silla en esta Academia.

Estampa de Gertrudis Gómez de Avellaneda

Se casó nuevamente el 26 de abril de 1856 con un político influyente, el coronel Domingo Verdugo y Massieu. En 1858, a raíz del fracaso en el estreno de su comedia Los tres amores (un gato fue arrojado a las tablas), su esposo achacó a un tal Antonio Riber la supuesta autoría del incidente. Por tal motivo ambos se enfrentaron en la calle y Antonio Ribera hirió de gravedad a su esposo.

Al regresar a Cuba, Gómez de Avellaneda es recibida de manera apoteósica por sus compatriotas después de veintitrés años de ausencia. la proclaman poetisa nacional. Durante seis meses dirigió una revista en la capital de la Isla, titulada Álbum cubano de lo bueno y lo bello (1860).

A finales de 1863 moría su esposo, ella se refugia en la espiritualidad y regresa a Madrid donde muere a los cincuenta y ocho años de edad el 1 de febrero de 1873. Sus restos reposan en el cementerio de San Fernando de Sevilla junto a los de su esposo y su hermano Manuel.

https://www.youtube.com/watch?v=2ZNM_hQUKaw

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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