Jorge David Vallejo Peguero cumplirá tres años interno en un hospital de Estados Unidos, luego que el Covid-19 lo pusiera en estado de coma. Sin embargo, inesperadamente, hace un mes, ya puede respirar por sí solo.
Su madre Ana Peguero dice que «han sido tres inviernos viendo a mi hijo postrado en una cama. También cumpliremos tres primaveras, tres veranos, y a lo mejor, tres otoños y otro invierno más, pero no me rindo. Sé que mi hijo se parará de esa cama, que ocupará una silla, que hablará y que seguirá sanando”.
Ella lleva los días contados. “El 28 de este mes, tendremos tres años, 1,095 días, y 26,180 horas esperando el sí de los médicos para que siga avanzando, y al final del día, siempre era un ‘nunca será diferente’, pero Dios tiene otros planes”, dice.
Su instinto materno, el poder de la oración y la confianza que ha depositado en el Señor son los que le afirman que, así como ya su hijo fue desconectado de esos tubos y puede respirar de forma natural, así mismo se levantará “y caminará por la playa, pisando la arena blanca, suave y en calma”. Lo dice convencida de que lo verá.
Su sí, a la recuperación total de su hijo Jorge David, siempre va a prevalecer por encima de las negativas de la ciencia. “Porque existe un Dios que es justo y permanece al lado del desvalido. Para mí, lo que él, que es un guerrero, ha vivido, al igual que yo, es una prueba de enseñanza y una muestra de fe y de que los milagros, sí existen”, comenta Ana.
El sábado 28 de marzo de 2020, llega Jorge David a New City, NY, donde logran hacerle la primera prueba después de pasar por tres hospitales en Nueva Jersey, que ninguno lo atendió por no tener la prueba. “Ya en Nueva York, de ahí pasamos a un centro de Urgencias Médicas, donde había 12 personas antes que él y le pedí a la secretaria que lo pasara antes, porque él tenía 12 días de hospital en hospital y que había amanecido en una fila desde las 3:30 de la mañana para hacerse la prueba y no lo logró”.
Ana no consiguió su objetivo porque la secretaria temía que le llamaran la atención. Faltaban ocho pacientes antes que Jorge David. “En ese momento me dijo que ingresara al mostrador para decirme algo y me dijo que lo sentía mucho, que la perdonara, pero que por favor me lo llevara a Montefiore Nyack Hospital y que no me llamaba una ambulancia, porque en lo que llegaba, mi hijo se podía morir y que no me lo llevara a Good Samaritan Hospital porque estaba muy lejos. En fin, me orientó bastante”, comenta la madre.
Ya en el cuarto hospital, la llamó un doctor y le preguntó si autorizaba que lo entubaran. “Le dije que no porque no estaba en mis cabales, que llamaran a mi hija y dos meses y medio después me enteré que ellos nunca llamaron a Sttephany”. Sus puntos suspensivos indican que ellos mismos tomaron su decisión.
El llanto la invade. Se repone y esta vez es para agradecer a Howard Phillips, el ejecutivo más alto del pueblo de Haverstraw, NY, y a Rosa Ureña, su asistente, quienes le ayudaron a que pudieran verlo antes de que lo desconectaran como querían. “Tres veces trataron de hacerlo y no lo aceptamos, y por eso aún está vivo y muy recuperado, aunque le niegan sus terapias por tercera vez y eso no ha permitido su total recuperación”.
Cuando Ana Peguero comenzó a visitar a su hijo, ya con dos meses interno por Covid-19, se dedicó en cuerpo y alma a higienizarlo, a cuidarlo y a darle el amor que solo una madre puede dispensar. “Sus pies y su cráneo crearon una sobre piel amarilla que logré despegar con paciencia y calma. Cada día que iba al hospital le quitaba algo hasta que logré despegarle todo”.
Por si fuera poco, en el centro donde estuvo primero cogió una bacteria que agudizó su neumonía, además de un hongo que empeoró su situación. “Pero todo esto lo hemos ido venciendo con el poder de Dios”. Hoy, él responde a estímulos y ¡por fin! desde el pasado lunes está recibiendo las terapias por las que Ana ha luchado tanto para el logro de su recuperación.
Ella iba a visitarlo, pero sabiendo que no podía entrar. “Me sentaba en el frente, que hay un cementerio y ahí oraba y lloraba por largas horas”. Dos meses después, el 29 de mayo de 2020, Dios nos hizo el milagro, pudimos verlo aun cuando no se permitían las visitas, y ahí fue que aumentó mi fe porque sabía que estando cerca se iba a lograr su recuperación”. No lo ha conseguido todavía, pero Ana admite que se ha logrado mucho, aunque sea poco a poco. Los grupos de oración no han desmayado.
(De historia narrada por Marta Queliz en Listin Diario)