Comparto TESTIMONIO poema que nos lleva al recuerdo de cuán sagrada era la amistad en tiempos no tan lejanos:
Esos hombres eran amigos.
Juntos vieron cómo las sombras se disipaban sobre el mar
Cómo de las cenizas de un viejo año
Resucitaba el alba.
Juntos soñaron la inmortalidad y el amor
Mientras miraban estallar el día sobre las olas
Y girar la bruma en el amanecer.
Juntos vagaron desnudos por los caminos del alma.
Pronunciaron la palabra sagrada
Que abre las puertas de la inocencia,
De la belleza,
De los sueños.
Sobre las rocas coralinas
Que dominan el mar,
Evocaron los antiguos trovadores,
Sus historias de magia y candor.
Juntos aspiraron el salitre,
Las fragancias de las algas y las constelaciones
Y se sintieron pequeños bajo el latir de la noche.
Soñaron cementerios marinos,
Ciudades de altas torres y bulevares,
Esperaron que los años pasaran
Y pasaran…
Y entibiaron las horas en el ámbar consuelo de Escocia
Que mareaba sus penas.
Confiados en el porvenir
Se dejaron adormecer por la cadencia de los valses,
Por la nostalgia de otros mundos,
Por el arrullo de las mareas.
Eran días buenos para la espera,
Para dejar que el tiempo se escabullera impunemente.
Eran amigos.
Ignoraban el azaroso destino
De quienes cometen el pecado de soñar.
Inocentes,
Se excluyeron a sí mismos del Edén.
Eran tiempos de placeres
Y no de mezquindades
O de orgullos.
Eran amigos.
Recorrieron la historia de las ilusiones
Con renovado placer.
Escucharon cómo las almendras
Se estrellaban maduras contra el suelo,
Como crujía la hojarasca bajo sus pies.
Juntos respiraron el perfume de la tierra
Que era dulce
Como serían las tardes del mañana.
Estaban en paz con el mundo
Y con visible desparpajo se reían de sí mismos.
Eran pobres
y no lo sabían entonces.
El oro no pasaba de ser una palabra reluciente,
Un pretexto de piratería.
Eran sabios.
El veneno de la erudición
No les había aniquilado la timidez que compartían con los angeles.
No sospechaban el castigo que se reserva
A quienes olvidan estar hechos de barro,
A quienes reniegan la humildad,
A quienes se dejan vencer por la lascivia
Y por la gula,
A quienes se proclaman abanderados de la fertilidad
Sin querer rendir culto al compartido amor.
No lo sabían.
Os digo que esos hombres eran amigos.
Juntos engañaron la soledad
Con promesas precarias y brillantes
Como luciérnagas.
Juntos reposaron sus cabezas
En el espaldar de los bancos
Y esperanzados
Escudriñaron los espacios siderales.
Una y otra vez
Desearon que el futuro no llegara nunca,
Y callaron
Mientras la luna se desplomaba azul sobre las ruinas.
Ignoraban que el tiempo
Ya los había traicionado.
Juntos caminaron bajo la llovizna
Aullando versos de Keats.
Eran felices
Y apenas si lo sospechaban.
Melosamente los seguía la fortuna
Como un perro faldero.
La vorágine de la frustración
No había roído aun su inocencia.
Eran amigos.
Caminaban lentamente hasta el rio.
Deambulaban hasta las tumbas de los héroes.
Sonreían
Y hablaban con palabras simples.
No era necesario hacer alardes de oratoria.
Alargaban las tardes
Hasta que los colores ondeaban en el viento.
El mar ardía rosa y azul tras las palmeras.
La silueta gris de los pelicanos
Se columpiaba entre las olas…
Ellos callaban.
La palabra no era siempre necesaria.
A su modo entendían
Lo que esperaba cada uno del mañana.
Ayer eran simples las cosas.
Prosperaba la amistad en el aroma del café,
En apretones de manos.
Ayer era gratuito el amor.
La sucesión de los atardeceres
No arrastraba póstumas amenazas.
A orillas del Ozama
Las lilas no traían naufragantes resabios de Heráclito
O de Borges.
Disfrutaban del correr del agua
Sin ayuda de diccionarios
O de citas.
Ayer era simple el odio.
Cerraban los ojos
Y al apretar los labios
El bullir del rencor embarraba sus corazones.
Después
Venia la paz,
La tímida mirada que precede al perdón.
La mano que estrechaban avergonzados
Y felices
Traía también la absolución de los pecados.
No lloraron entonces
Cuando aún era posible
Por qué tenía que pasar el tiempo?
Ya no importa que estalle en oros el amanecer.
Que el aleteo fugaz de las palomas
Se desparrame bajo el domo del día.
Que el latir de las aves
Y sus arrullos
Se desvanezcan en migratorios matorrales.
(De nada sirve la belleza
O la ternura
Si son trampas para la soledad.)
No importa
Que la luna sea grande o amarilla,
Que el gris del mar
Haga callar las olas y las gaviotas,
Que las ultimas garzas de la tarde
Rocen calladamente la faz del lago.
En verdad
De verdad os digo
Esos hombres eran amigos.