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La voz poética de Juana de Ibarbourou

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«Juana de Ibarbourou brilló durante su vida con luz propia y se destacó con una voz singular en su país y en América».

Por Simeón Arredondo
Poeta y escritor dominicano residente en España
simeonarredondo@gmail.com

 

La voz poética de Juana de Ibarbourou se caracteriza por el uso de recursos que le conectan de manera inmediata y directa con el lector. Esta facultad hace sumamente atractiva la poesía de la autora de “Las lenguas de diamante”, ya que permite que se asimile con facilidad el mensaje que quiere transmitir a través de sus escritos.

Es función de la voz poética crear un nexo entre autor y lector, no sólo para que el segundo capte la información, sino también para que la procese, la asuma y la disfrute. Sirve de vehículo para que lleguen al destinatario el estado de ánimo, los sentimientos y las emociones de quien produce el texto.

A Juana de Ibarbourou le tocó vivir la transición entre el modernismo y las llamadas vanguardias que sucedieron a este movimiento de incidencia intercontinental, por lo que no es raro encontrar en sus producciones rasgos estéticos con tinte de una u otra corriente. Pero el amor y la naturaleza son los elementos que lideran la identidad de su obra.

El poema “Bajo la lluvia” es un reflejo vivo de su pasión por la naturaleza y de su sencillez al momento de plasmar su voz, que, aunque es artísticamente potente, es al mismo tiempo suave y delicada a la vista y al oído.

Bajo la lluvia

¡Cómo resbala el agua por mi espalda!
¡Cómo moja mi falda,
y pone en mis mejillas su frescura de nieve!
Llueve, llueve, llueve,
y voy, senda adelante,
con el alma ligera y la cara radiante,
sin sentir, sin soñar,
llena de la voluptuosidad de no pensar.

Un pájaro se baña
en una charca turbia. Mi presencia le extraña,
se detiene… me mira… nos sentimos amigos…
¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos!
Después es el asombro
de un labriego que pasa con su azada al hombro
y la lluvia me cubre de todas las fragancias
de los setos de octubre.
Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado
como un maravilloso y estupendo tocado
de gotas cristalinas, de flores deshojadas
que vuelcan a mi paso las plantas asombradas.
Y siento, en la vacuidad
del cerebro sin sueño, la voluptuosidad
del placer infinito, dulce y desconocido,
de un minuto de olvido.
Llueve, llueve, llueve,
y tengo en alma y carne, como un frescor de nieve.

En este poema escasean las palabras agudas y las esdrújulas. Ello hace que la pieza resulte dulce y fácil de digerir. Al mismo tiempo se destacan recursos como el símil, la anáfora, la metáfora, el polisíndeton y, de manera muy marcada, la reduplicación (Llueve, llueve, llueve).

Con esta última figura la escritora resalta el fenómeno de la lluvia como escenario para un momento de reflexión en el que contempla a un ave que a su vez se comunica con ella, produciéndose una reciprocidad de contacto. Se infiere que ello da origen a una especie de complicidad entre el pájaro y la poeta. Que el animal sabe que al ella dejar que el agua de la lluvia ruede por su espalda, y empape su falda, también está recibiendo una agradable frescura en su alma (“y tengo en alma y carne, como un frescor de nieve”); y ello, al mismo tiempo la desconecta de la realidad transportándola a un estadio de inconsciencia y de felicidad (“Y siento, en la vacuidad / del cerebro sin sueño, la voluptuosidad / del placer infinito, dulce y desconocido, / de un minuto de olvido”.).

La conexión que se genera entre la poeta y el ave es extensiva al lector por medio de la voz poética. Ahora son tres los cómplices que navegan entre rimas que los atan y los mojan dejando la sensación de frescura, si no en el cuerpo, por lo menos en la mente.

En el poema también se nota la actitud optimista de Juana de Ibarbourou. Esa pretensión de siempre avanzar, de seguir hacia adelante. (“y voy, senda adelante, / con el alma ligera y la cara radiante”). Misma actitud que se observa en otros poemas, como el titulado “Así es la rosa”. (“De la matriz del día / se alzó la rosa vertical y blanca / mientras todo rugía / … / Era la rosa, la perfecta y única. / Nada la detenía”.). Como se ve, en este poema también está presente el tema de la naturaleza.

En el soneto “Amor” se refleja el otro gran tema de la poesía de Juana de Ibarbourou. Precisamente el amor, que, a decir de algunos críticos, es en torno al cual gira toda su producción literaria.

Amor

El amor es fragante como un ramo de rosas.
Amando, se poseen todas las primaveras.
Eros trae en su aljaba las flores olorosas
de todas las umbrías y todas las praderas.

Cuando viene a mi lecho trae aroma de esteros,
de salvajes corolas y tréboles jugosos.
¡Efluvios ardorosos de nidos de jilgueros,
ocultos en los gajos de los ceibos frondosos!

¡Toda mi joven carne se impregna de esa esencia!
Perfume de floridas y agrestes primaveras
queda en mi piel morena de ardiente transparencia

perfumes de retamas, de lirios y glicinas.
Amor llega a mi lecho cruzando largas eras
y unge mi piel de frescas esencias campesinas.

Aquí se pone de manifiesto la entrega de la mujer al ser amado. Le canta al amor exaltando la esplendidez que sugiere ese sublime sentimiento. Mediante el uso de la hipérbole coloca “todas las primaveras” sobre la mesa, sobre la cama, o sobre la alfombra para dejar entrar a Eros con “las flores olorosas de todas las umbrías y todas las praderas”.

Su imaginación vuela esperando a ese amor que ha de llegar cargado de ternura y de cariño para ser derrochados en su lecho. (“Cuando viene a mi lecho trae aroma de esteros, / de salvajes corolas y tréboles jugosos. / ¡Efluvios ardorosos de nidos de jilgueros, / ocultos en los gajos de los ceibos frondosos!”).

Y se deja seducir entregándose al acto que hace latir su carne y vivir una y otra vez la primavera. (“¡Toda mi joven carne se impregna de esa esencia! / Perfume de floridas y agrestes primaveras / queda en mi piel morena de ardiente transparencia”). El amor es hermoso en todos los escenarios. En los versos de Juana de Ibarbourou es doblemente hermoso.

Contemporánea de los españoles Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca; de las también latinoamericanas Alfonsina Storni y Gabriela Mistral, así como de su coterráneo Mario Benedetti, con quienes sostuvo relaciones, Juana de Ibarbourou brilló durante su vida con luz propia y se destacó con una voz singular en su país y en América.

Sobre ella recayó la primera edición del Premio Nacional de Literatura de Uruguay (1959). Pero le habían antecedido otros reconocimientos y distinciones. Uno de ellos el nombramiento como “Juana de América” (1929) recibido en el Palacio Legislativo Uruguayo. Elegida miembro de la Academia Nacional de Letras (1947). Nombrada Mujer de las Américas por la Unión de Mujeres Americanas en la ciudad de Nueva York (1953).

Sin embargo, el hecho de haber sido víctima de violencia doméstica, al ser maltratada tanto por su esposo, como por su hijo, empañó la felicidad de Juana de Ibarbourou. Y quizás marcó aspectos importantes de su vida, así como parte de su obra; como se refleja en el poema “Hora morada”, que aparentemente manifiesta algunas de las reflexiones de la poeta durante sus últimos días de vida.

Hora morada

¿Qué azul me queda?

¿En qué oro y en qué rosa me detengo,
qué dicha se hace miel entre mi boca
o qué río me canta frente al pecho?

Es la hora de la hiel, la hora morada
en que el pasado, como un fruto acedo,
sólo me da su raso deslucido
y una confusa sensación de miedo.

Se me acerca la tierra del descanso
final, bajo los árboles erectos,
los cipreses aquellos que he cantado
y veo ahora en guardia de los muertos.

Amé, ay Dios, amé a hombres y bestias
y sólo tengo la lealtad del perro
que aún vigila a mi lado mis insomnios
con sus ojos tan dulces y tan buenos.

En este poema encontramos una reflexión que huele a soledad, a aislamiento, a despedida, a muerte. La autora compara la miel con la hiel, anteponiendo ambos sustantivos en tiempo y en condición. Es evidente que añora el tiempo pasado y un poco se resigna a lo que en el momento le toca, no sin lamentarse de la diferencia entre lo que ha dado y lo que ha recibido emocionalmente. (“Amé, ay Dios, amé a hombres y bestias / y sólo tengo la lealtad del perro”).

La llegada de la muerte es inminente. La poeta lo presiente, y lo manifiesta (“Se me acerca la tierra del descanso / final, bajo los árboles erectos, / los cipreses aquellos que he cantado / y veo ahora en guardia de los muertos”.).

Alegre o triste, por admiración o por respeto a la naturaleza, como esposa o como madre, como ente individual o como parte de algún colectivo, Juana de Ibarbourou siempre dio mucho amor. Y el amor está presente en toda su obra. En toda su voz poética, cuyo eco nunca dejará de sonar.

 

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