Este martes, 18 de marzo de 2025, está programada una conversación telefónica entre el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, según confirmó el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, el 17 de marzo.
Este contacto, que marcaría un nuevo capítulo en las relaciones entre ambos líderes, se enmarca en un contexto internacional tenso, dominado por el conflicto en Ucrania y las recientes iniciativas diplomáticas para buscar una solución negociada. A continuación, se desarrolla la noticia y se analiza su relevancia en el panorama geopolítico actual.
El anuncio del Kremlin llega tras semanas de especulaciones sobre un posible acercamiento entre Moscú y Washington, impulsado por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en enero de 2025. Según Peskov, la llamada está en proceso de preparación y se espera que aborde temas clave, como el conflicto en Ucrania, que ha entrado en su cuarto año desde la invasión rusa a gran escala en febrero de 2022.
Aunque no se han detallado los puntos específicos de la agenda, el enviado especial de Trump para Medio Oriente, Steve Witkoff, señaló el domingo que ambos líderes podrían discutir avances en las negociaciones de paz, calificando como «positiva» una reciente reunión entre delegaciones de ambos países en Arabia Saudí el 18 de febrero.
Trump, quien durante su campaña prometió resolver la guerra en Ucrania «en 24 horas», ha reiterado su intención de priorizar una solución negociada. En declaraciones previas, ha sugerido que trabajará «muy de cerca» con Putin para detener el conflicto, que ha dejado miles de víctimas y una profunda crisis humanitaria.
Por su parte, el Kremlin ha expresado disposición al diálogo, aunque insiste en que cualquier acuerdo debe considerar «las causas iniciales del conflicto» y los intereses rusos, lo que sugiere que Moscú no cederá fácilmente en sus objetivos estratégicos, como el control de territorios ocupados en el este y sur de Ucrania.
La llamada de este martes sigue a una serie de contactos diplomáticos entre ambos países. El 12 de febrero, Trump y Putin sostuvieron una conversación de 90 minutos, descrita como «productiva» por ambas partes, en la que acordaron iniciar negociaciones «de inmediato». Posteriormente, el 15 de febrero, los ministros de Exteriores Marco Rubio (EE.UU.) y Serguéi Lavrov (Rusia) dialogaron para preparar una cumbre presencial, tentatively propuesta en Riad, aunque aún sin fecha confirmada. Este nuevo contacto telefónico podría ser un paso decisivo para concretar esa reunión o avanzar en propuestas específicas.
El anuncio de esta cumbre telefónica se produce en un momento de incertidumbre global. La guerra en Ucrania sigue siendo el principal punto de fricción entre Rusia y Occidente, con Estados Unidos desempeñando un rol crucial como proveedor de apoyo militar y financiero a Kiev bajo la administración anterior de Joe Biden.
Sin embargo, la llegada de Trump ha marcado un giro notable en la postura estadounidense. Su administración ha cuestionado la viabilidad de la membresía de Ucrania en la OTAN y la recuperación de los territorios ocupados por Rusia, alineándose en parte con demandas rusas y rompiendo con el esfuerzo previo de aislar a Moscú.
Este cambio ha generado alarma en Ucrania y entre sus aliados europeos. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha expresado su frustración por no ser incluido directamente en las negociaciones, insistiendo en que «no puede haber paz sin Ucrania».
Mientras tanto, líderes europeos, como Emmanuel Macron y Donald Tusk, han abogado por una mayor participación de la UE en el proceso, temiendo que un acuerdo bilateral entre EE.UU. y Rusia deje a Europa en una posición de debilidad estratégica. La cumbre informal convocada por Macron en París el 17 de febrero reflejó estas tensiones, aunque no logró un consenso claro sobre cómo contrarrestar la influencia de Trump y Putin.
En el lado ruso, Putin parece ver en Trump una oportunidad para legitimar sus ganancias territoriales y aliviar la presión de las sanciones occidentales, que han debilitado la economía rusa. Sin embargo, su disposición a negociar con Zelenski sigue siendo ambigua, como indicó Peskov al cuestionar la «legitimidad» del líder ucraniano, un argumento que Moscú ha usado para justificar su rechazo a tratos directos con Kiev.
El papel de Arabia Saudí como posible mediador también añade una capa de complejidad. Desde la reunión del 18 de febrero en Riad, el reino ha emergido como un actor neutral interesado en facilitar el diálogo, posiblemente motivado por sus propios intereses energéticos y geopolíticos en un mundo donde la influencia de EE.UU. y Rusia sigue siendo pivotal.
Esta conversación telefónica podría ser un punto de inflexión. Si Trump y Putin logran avances concretos, como un alto el fuego temporal o un marco para negociaciones más amplias, se reforzaría la narrativa de Trump como «pacificador», cumpliendo una de sus promesas de campaña. Sin embargo, cualquier acuerdo que ceda ante las demandas rusas sin garantizar la soberanía ucraniana arriesga alienar a los aliados de la OTAN y debilitar el «orden mundial liberal» basado en normas, como han advertido analistas.
Por otro lado, el éxito de estas negociaciones depende de variables impredecibles: la resistencia de Ucrania, la cohesión europea y la disposición de ambos líderes a ceder en sus posturas maximalistas. La fecha actual, 17 de marzo de 2025, sitúa este evento a solo un día de su realización, lo que genera expectativas sobre anuncios inmediatos que podrían reconfigurar el equilibrio de poder en Europa del Este y más allá.
En conclusión, la cumbre telefónica del 18 de marzo entre Putin y Trump no solo refleja sus ambiciones personales y nacionales, sino que también pone a prueba la capacidad del sistema internacional para adaptarse a un nuevo enfoque diplomático liderado por dos figuras que, históricamente, han priorizado el pragmatismo sobre las normas establecidas. El mundo observa con atención.
LRS