Por Luis Rodriguez Salcedo
Caracas. — El fiscal general de Venezuela, Tarek William Saab, ha salido este lunes con el verbo afilado y el pecho inflamado de indignación, acusando al presidente salvadoreño Nayib Bukele de operar un “campo de concentración” moderno en El Salvador, donde —según su denuncia— se mantiene en “desaparición forzada” a 252 ciudadanos venezolanos deportados desde Estados Unidos.
En una declaración que parece sacada de una película de la Guerra Fría reescrita por un dramaturgo del absurdo, Saab afirmó que Bukele “se estrena mundialmente como el más fiel exponente del neofascismo del presente siglo XXI”, y que los detenidos venezolanos están siendo “vilmente secuestrados” y utilizados como fichas de canje por un “tirano” que actúa “al margen de la ley”.
El funcionario chavista no escatimó en adjetivos: dijo que los venezolanos están presos “a disposición unilateral de un sujeto que decide tiránicamente quién puede gozar o no de vida y libertad”, y que El Salvador ha convertido su polémico Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) en algo más tenebroso que una prisión de alta seguridad: en una especie de Auschwitz criollo con acento centroamericano.
Como si se tratara de un episodio especial de Aló, Fiscal, Saab exigió a su homólogo salvadoreño —y al Tribunal Supremo de ese país— un informe detallado sobre la “lista completa de secuestrados”, su estatus judicial, su “fe de vida” y hasta informes médicos. No pidió ecografías prenatales solo porque no se las imaginó a tiempo.
Pero la joya retórica vino con su denuncia final: “El tratamiento que están recibiendo los venezolanos en Estados Unidos y El Salvador constituye un crimen de lesa humanidad que imita las repugnantes prácticas nazis del siglo XX”, afirmó, sin el menor atisbo de ironía, como si comparar políticas migratorias con campos de exterminio fuera parte del protocolo diplomático.
Y por si fuera poco, remató acusando a Bukele de actuar como un “experto en tráfico de seres humanos”, sugiriendo que pretende canjear a los venezolanos por “sumas millonarias”, como quien cambia estampitas raras en una subasta de coleccionistas.
Por ahora, la comunidad internacional observa con creciente asombro cómo un desacuerdo político entre dos presidentes de egos considerables se transforma en una guerra de declaraciones que coquetea con el surrealismo. Lo que no está claro es si Saab se postula para fiscal o para narrador oficial de telenovelas geopolíticas.
