Por Juan de la Cruz /
Las acciones militares de Talanquera (Dajabón) y Escalante (Guayubín-Montecristi), realizadas por la avanzada de las tropas dominicanas dirigidas por el general Francisco Antonio Salcedo con apenas 500 soldados, permitieron distraer en su camino hacia Santiago de los Caballeros a la fuerza superior de las tropas haitianas comandadas por el General Jean-Louis Pierrot, de aproximadamente 10,000 soldados.
Los patriotas dominicanos lograron su propósito, al conseguir que las tropas haitianas en lugar de llegar en dos o tres días a Santiago lo hicieran en diez días, dándole el tiempo requerido a la Comandancia General para organizar la defensa de esa importante ciudad del Cibao.
Después de cambiar en reiteradas ocasiones al comandante de la Plaza de Armas de Santiago, se hizo cargo de la misma el general José María Imbert, quien había sido jefe del movimiento independentista en Moca y sobre quien recayó la responsabilidad de organizar la resistencia frente a las numerosas tropas enemigas, ya que en ese momento, los delegados gubernamentales en el Cibao, generales Ramón Matías Mella, Pedro Ramón de Mena y Francisco Vásquez, se encontraban, junto al capitán José Desiderio Valverde, en San José de las Matas, reclutando tropas y organizando las defensas en la Sierra (lado norte de la Cordillera Central), ya que se esperaba que la invasión haitiana se produjera por el camino de la montaña.
Desde el 27 de marzo de 1844, el general Imbert había iniciado el proceso de organización de la defensa de la Plaza de Armas de Santiago, acogiendo la recomendación del ciudadano británico -nacionalizado dominicano-, Teodoro Stanley Heneken, quien había arribado al país desde Cabo Haitiano con importantes informaciones sobre la disposición de la ofensiva haitiana y le sugirió que era necesario concentrar la mayor fuerza posible para resistirla en Santiago a toda costa, ya que las fuerzas dominicanas de Talanquera y Escalante no habían tenido éxito en aplicar el método de guerra de guerrillas para detener su avance.
A pesar de haber logrado la República Dominicana un triunfo convincente el 19 de marzo de 1844 en la ciudad de Azua frente a las tropas haitianas del presidente Riviére Hérard, la situación de los patriotas dominicanos en Santiago de los Caballeros era sumamente angustiosa. Así lo revela un documento inédito fechado el 29 de marzo de 1844 enviado por la Junta Central Gubernativa -bajo la firma de los sectores conservadores que la integraban- al Cónsul de Francia en Santo Domingo, Eustache Juchereau Saint Denys, en los siguientes términos:
“DIOS, PATRIA Y LIBERTAD
Santo Domingo, 29 de marzo de 1844.
La Junta Central Gubernativa al Sr. Cónsul de Francia en esta ciudad.
Señor:
En las actuales circunstancias, estando nuestras fronteras del Sud y del Norte invadidas por los ejércitos haitianos que no conocen sino el pillaje y la devastación, y sabiendo que el Almirante( ) se encuentra a bordo de la fragata que ha anclado esta mañana, pensamos que es indispensable, si la magnánima nación francesa quiere venir en ayuda de nuestra noble causa, dar curso a nuestras iniciadas negociaciones, para detener los criminales propósitos de nuestros opresores, que no llegarían sino en último extremo a exterminar toda la población de Santo Domingo.
En esta perplejidad, nosotros deseamos tener hoy con Ud. y con el Sr. Almirante explicaciones que podrían ser útiles a su nación y a la nuestra.
Nosotros esperamos…
El Presidente de la Junta, (firmados) Bobadilla, Jimenes, Moreno, Echavarría, Delorve, Mercenario, Caminero, Valverde, Medrano. El Secretario de la Junta, Pujol” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957, págs. 396-397).
Como puede apreciarse, la situación era muy grave para las autoridades de Santo Domingo. El general Santana no daba un solo paso, dada su táctica defensiva de repliegue y de búsqueda de apoyo militar en una potencia extranjera, que en este caso era, sin lugar a dudas, Francia. En tanto que el presidente haitiano Riviére Hérard se hacía cada vez más fuerte en Azua. Cuando el Almirante francés Alphonse de Moges visita a Riviére Hérard en su Cuartel General de Azua, el primero de abril, y le invita a hacer la paz con los dominicanos, éste le muestra al militar francés su formidable ejército y le expresa que en cuestión de días estaría tomando la Plaza de Santo Domingo.
En comunicación enviada por el Almirante, desde la Bahía de Ocoa, al Cónsul francés en Santo Domingo, Saint Denys, le expresa que Riviére Hérard se pondría en camino hacia Santo Domingo para tomarlo con su ejército de 12,000 efectivos entre oficiales y soldados, que debían ser aumentados con una división de Léogane. Estas son las noticias alarmantes que llegan a la consternada ciudad de Santo Domingo, en virtud de la desconfianza que cubría como un gran manto a sus principales líderes políticos y militares, quienes no creían posible que con el concurso activo del pueblo dominicano en el proceso bélico se pudiera garantizar una nación libre e independiente de toda dominación extranjera.
El 29 de marzo, el general Jean Louis Pierrot, que venía avanzando hacia el Este por el camino de Dajabón al frente de su columna expedicionaria, llega a las inmediaciones de Santiago, donde divide su ejército en dos columnas de ataque: la izquierda bajo el mando del general St. Louis y la del Sur comandada por él mismo. Antes del amanecer, las tropas invasoras se atrincheran en Gurabito. Después de haber cruzado el río Yaque del Norte y atrincherarse, el ala derecha se dirige hacia el camino de La Herradura.
De su lado, el general José María Imbert ordena al coronel Pedro Eugenio Pelletier, salir a la cabeza de 400 hombres de infantería, para establecer una avanzada, apoyada por 100 hombres de la caballería procedentes de San Francisco de Macorís. Simultáneamente el general Imbert ordena ultimar los detalles estructurales de la defensa, consistente en la fortificación de los Fuertes Dios, Patria y Libertad, la terminación de los fosos de tiradores y trincheras, así como el emplazamiento táctico de la media brigada de artillería de que disponía, lo que se hizo en presencia suya. Asimismo, manda a buscar al capitán José María López que había sido apresado injustamente en la ciudad de La Vega y lo pone al frente de la artillería. Envía como exploradores al comandante Manuel María Frómeta y al doctor Bargés para que averiguaran el paradero de las tropas haitianas, al tiempo que intensifica los trabajos de defensa y dispone un conjunto de medidas que le ganan la confianza del pueblo y de sus tropas.
Al amanecer, regresaron al Cuartel General de Santiago, las patrullas de reconocimiento que encabezaban Frómeta y Bargés, trayendo la alerta de que el enemigo se encontraba cerca, acampado en el suroeste, en La Otra Banda, cerca del Paso de la Canoa, y en el noroeste, en Gurabito, a orillas del río Gurabo. La situación era sumamente grave; no había tiempo que perder.
Inmediatamente, el general Imbert toma medidas urgentes: designa al coronel Pelletier, jefe de la línea o recinto; hace bajar los cañones a los fuertes Dios, Patria y Libertad; nombra al capitán López, jefe de artillería; coloca en los fosos de los fuertes y en las trincheras a toda la gente de que podía disponer; designa al general Francisco Antonio Salcedo y a otros oficiales al frente del fuerte de San Luis, como retaguardia; hace cubrir todos los caminos con cuerpos de guardias, y, al capitán Fernando Valerio con su compañía de Los Andulleros, lo coloca como avanzada junto al cementerio viejo, siguiendo el camino que conduce al río Yaque del Norte.
Aún el general Imbert no había concluido totalmente su plan de defensa, cuando se presentaron las tropas haitianas en columnas cerradas atacando la ciudad de Santiago. Sin embargo, lo esencial estaba combinado y las tropas dominicanas estaban muy en sobre aviso. Alrededor de las once de la mañana, el ala derecha haitiana se puso en movimiento, cruzó el río Yaque del Norte por el paso de La Otra Banda y escogió la Sabana (lo que es hoy el barrio de La Joya) para realizar el despliegue de sus fuerzas, formadas como para un desfile, se dirigió rápidamente, en buen orden y con las armas al hombro, precedida de un cuerpo de caballería, hacia el flanco izquierdo de las tropas dominicanas, que era su punto más débil.
El coronel Pelletier, por órdenes de Imbert, hizo transportar, a la velocidad de un rayo, la mitad de sus hombres para reforzar el lado izquierdo de las tropas dominicanas, poniendo al frente al comandante Archille Michell. Fue tanto el entusiasmo de las tropas criollas, que los hombres que custodiaban la batería del centro, al ver que sus compañeros se iban a la izquierda, se precipitaron también, dejando esa posición casi sola. Pero al instante, el general Imbert ordenó al coronel Pelletier su reemplazo por otro destacamento.
En estas circunstancias se desarrolló el combate entre las tropas dominicanas y las tropas haitianas: inició con una fusilería bastante intensa; ante la respuesta contundente de los criollos, el enemigo se atemorizó y retrocedió, quedando algunos de los soldados haitianos muertos por acción de las lanzas y machetes dominicanos. Sin embargo, las tropas haitianas volvieron al ataque con mucha mayor intrepidez, a columna cerrada, siendo detenidas por el fuego de metralla de las piezas de artillería, provocando una mortandad que le hizo detener al instante en su marcha.
De igual manera, su caballería se retiró y no volvió a aparecer más en toda la acción. Tiempo después, el enemigo volvió a la carga a columna cerrada y con el mismo vigor fue recibido por las tropas dominicanas con las piezas de artillería, las cuales causaron tantas muertes que renunciaron a hacer nuevos esfuerzos de ese lado, y se retiró para juntarse con la otra columna.
Las tropas haitianas, habiendo reunido todas sus fuerzas, atacaron por el lado derecho tan furiosamente que una docena de ellos fueron a morir al pie de la batería de la derecha, a mano de los dominicanos. Esa pieza de artillería le hizo sufrir grandes pérdidas al enemigo, que, aunque rechazado una y otra vez, se presentó varias veces en buen orden.
Por última vez, las tropas haitianas se presentaron en columna cerrada, y la artillería dominicana le dejó avanzar de frente, al tiempo que la pieza de la derecha descargó su metralla sobre esa masa compacta, haciendo al centro un claro espantoso. Lo mismo hizo la pieza de la izquierda, ocasionándole al enemigo una destrucción humana en igual proporción que la anterior. Las tropas haitianas fueron diezmadas con esa acción, que los soldados dominicanos de la batería de la derecha acabaron a tiro de fusil. Fue así como el enemigo perdió enteramente su ánimo y cesó toda tentativa de ataque. El combate había comenzado alrededor de las doce del mediodía y concluyó al filo de las cinco de la tarde.
Entonces, las tropas haitianas al mando del general Pierrot enviaron un parlamentario por ante las tropas dominicanas, que se presentó por ante el coronel Pelletier y varios oficiales más. El general Pierrot solicitó una suspensión del fuego para recoger a sus muertos y heridos, al tiempo que pidió garantías para retirarse a su país sin ser asediado por las tropas dominicanas, momento que aprovecharon éstas para informarles a aquellas que el general Riviére Hérard había muerto en los combates de Azua. Ante esa información, el general Pierrot no esperó la respuesta de rigor del general José María Imbert y se retiró en el mayor desorden, dejando tras de sí a sus muertos y heridos, sus calderos, tambores, víveres y un conjunto de objetos más, ya que vio en ésta la oportunidad de ser presidente de la República de Haití. En su retirada, las tropas haitianas fueron atacadas en varios puntos por las tropas dominicanas de la Sierra que comandaba Ramón Matías Mella, las cuales no tenían información sobre la rendición de estas, causándoles importantes bajas.
En el desarrollo de la Batalla del 30 de Marzo, en la ciudad de Santiago de los Caballeros, tuvo un rol decisivo una mujer, cuyo nombre de pila era Juana Trinidad, pero que sus contemporáneos y la posteridad la ha bautizado con el apodo de Juana Saltitopa.
La forma en que se involucró esta mujer singular en la Batalla del 30 de Marzo, es contada por el historiador Rufino Martínez en su Diccionario Histórico-Biográfico Dominicano:
“Llegadas las tropas de La Vega, entre las que figuraba la gente de Jamo, capitaneada por Marcos Trinidad, Juana, parienta suya, concurrió al cuartel de sus comarcanos con la resolución de participar en la esperada lucha como soldado. No se le veía más que en los grupos de la gente armada. El 30 de marzo de 1844 al mediodía se inicia la batalla de Santiago. Juana en el fragor de la pelea ocupaba lugar entre los combatientes, estimulándoles con frases y ademanes de incitación. Secos por un instante los cañones de la línea de fuego donde ella actuaba, fue al río más de una vez a buscar el agua necesitada, mostrando un gesto de atrevimiento que por sí valía para mantener en alto la moral de la tropa”.
De igual manera, al referirse a la participación de las mujeres en la Batalla del 30 de marzo, el historiador Alcides García Lluberes en artículo Dos Grandes Batallas, publicado en la revista CLIO, Núm. 110, Abril-Junio, Santo Domingo, 1957, destaca el rol protagónico de Juana Saltitopa como líder de una cohorte de mujeres santiagueras, en los siguientes términos:
“Tuvo suma importancia el papel que desempeñó la artillería en tan famosa jornada. Fueron las necesidades de aquella eficaz arma las que crearon las heroínas de la Batalla. Juana Saltitopa (a) La Coronela, fascina y obliga a que la secunde a toda una cohorte de abnegadas santiaguesas. ¿A dónde se dirigen? ¿Por qué estímulo son movidas? Las samaritanas van a apagar la sed a los monstruos de bronce que caldeados por la violenta y prolongada faena no podían ya seguir colaborando en la matanza… Algunos de los rechazados que se hallaban entre la ciudad y el río perecieron al vadear éste, el cual estaba crecido: las aguas del Yaque, que ya habían sido metralla en las cubetas de la Saltitopa y sus satélites, seguían matando a los enemigos de la Patria”.
De igual manera, el historiador Guido Despradel Batista en obra Historia de la Concepción de La Vega recoge el testimonio de Bríjida Minaya (Mamá Billa) con respecto a Juana Saltitopa:
“Sí; Juana en ese tiempo era una mujer más valiente que muchos hombres; te contaré que en una fiesta que dieron en la “La Jina Mocha”, yo presencié que Juana tendió de una bofetada largo a largo en el suelo a Bartolo Pérez, porque este trató de abusar con ella echándole el brazo por el hombro y halándole una trenza. Debo decirte también que en Santiago ella peleó mucho contra los franceses prietos [haitianos]; en esas peleas Juana echaba para alante a los hombres que se acobardaban, atendía a los heridos, le pasaba agua a los combatientes para que calmaran su sed y refrescar los cañones, le llevaba pólvora en su delantal o en su pañuelo a los artilleros y les cantaba coplas a los soldados para que siempre estuvieran contentos y valerosos. Yo recuerdo haberle visto un sablecito derecho, lo usaba terciado [señalándome del hombro derecho al costado izquierdo]. Oye, [me dijo], Juana era de Jamo, se mantenía aquí en el pueblo y podía ser mi mamá, yo entonces era muy jovencita, ella tendría como treinta años y no se quitaba de la cabeza su buen pañuelo de Madrás”.
Los personajes más destacados en todo el trayecto de la Batalla del 30 de Marzo de Santiago de los Caballeros fueron: general José María Imbert, general Francisco Antonio Salcedo, coronel Pedro Eugenio Pelletier, coronel Ángel Reyes, coronel Toribio Ramírez, capitán Fernando Valerio López, capitán José María López, comandante de ingenieros Archielle Michell, comandante Manuel María Frómeta, así como los oficiales Ciprián Mallol, Juan Luis Franco Bidó, Ramón Franco Bidó, José Nicolás Gómez, Lorenzo Mieses, Dionisio Mieses, Marcos Trinidad López y Juana Trinidad (Juana Saltitopa), entre otros y otras.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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DESPRADEL BATISTA, Guido (1978), Historia de la Concepción de La Vega, Santo Domingo: Archivo General de la Nación.
GARCÍA LLUBERES, Alcides (1957), Dos Grandes Batallas. Revista CLIO, Núm. 110, Abril-Junio, 1957, Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia.
GARCÍA, José Gabriel (1888), Partes oficiales de las operaciones militares realizadas durante la Guerra Dominico-Haitiana, recopilados y ampliados con notas por José Gabriel García, Santo Domingo: Imprenta de García Hermanos.
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