Colombia amaneció ayer con la cruda confirmación de que los comunicados oficiales no blindan contra los explosivos.
Por Redaccion Teclalibre
Mientras en los micrófonos del poder se sigue repitiendo el mantra de la “paz total”, en el terreno, la realidad se impone con camiones cargados de dinamita y drones que no lanzan medicinas precisamente.
El saldo es dantesco: cinco muertos y 36 heridos en Cali, luego de que un camión bomba explotara a las puertas de la Escuela Militar de Aviación Marco Fidel Suárez, y ocho policías acribillados desde el aire por artefactos explosivos en Antioquia. Sí, drones —esas mismas maquinitas que en Amazon prometen entregarte el paquete en 24 horas— en Colombia llegan con la mercancía letal en segundos.
El presidente Gustavo Petro no tardó en señalar a los sospechosos de siempre: el Estado Mayor Central (EMC), esa disidencia de las FARC que parece haberse graduado con honores en innovación bélica. Petro lo describió como una “reacción terrorista” a la ofensiva del Ejército en el Cañón del Micay. El problema es que, al ciudadano común, la explicación suena más a justificación que a respuesta.
La vicepresidenta Francia Márquez, por su parte, condenó el “acto cobarde”. Palabras impecables… pero mientras tanto, los ciudadanos siguen contando cadáveres.
El Senado también sacó pecho: Lidio García Turbay denunció la “audacia de la criminalidad”. Como si la criminalidad hubiese sido tímida en alguna etapa del conflicto armado colombiano. Pero ahí está: cada masacre se recibe con frases de catálogo y un llamado solemne a la paz, que dura lo que tarda en explotar el próximo artefacto.
Mientras tanto, la opinión pública se pregunta: ¿cómo es que una guerrilla fragmentada, supuestamente debilitada, logra paralizar al Estado con drones y camiones bomba? ¿Es esta la paz que se negocia? ¿O la prueba de que la mesa de diálogo sirve más para ganar tiempo que para desactivar la guerra?
La ironía es brutal: Colombia negocia en salones alfombrados mientras en las montañas y ciudades la pólvora escribe la verdadera acta de lo que pasa.
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