Por Luis Rodriguez Salcedo
Que un funeral papal se convierta en escenario de intrigas diplomáticas no debería sorprendernos en este mundo donde la solemnidad y la conveniencia marchan tomadas de la mano. Lo curioso es la desfachatez con que los líderes mundiales aprovechan cada rincón, cada pausa, cada mirada, para convertir el luto en estrategia.
Así ocurrió en Ciudad del Vaticano, donde Donald Trump, Volodímir Zelenski, Emmanuel Macron y Keir Starmer celebraron —según nos dice El Elíseo— un «positivo» encuentro sobre la guerra en Ucrania. Positivo, claro está, en ese lenguaje diplomático que significa «no pasó nada relevante, pero sonreímos para las cámaras».
La información oficial fue tan breve que cabe en un suspiro: sin detalles de la duración, sin notas sobre lo discutido, sin conclusiones a la vista. Apenas sabemos que Trump y Zelenski tuvieron una reunión de quince minutos —sí, 15 minutos— antes del funeral, para después prometer que quizá, si la agenda de condolencias lo permite, sigan hablando más tarde.
¿Un café rápido? ¿Un apretón de manos? ¿Una selfie de paz?
Macron, quien juró que no participaría en reuniones políticas «por respeto al duelo», también cayó en la tentación del pasillo diplomático. Parece que el silencio reverente dura exactamente hasta que un asunto de geopolítica llama al oído.
Lo que se perfila aquí no es un verdadero impulso hacia la paz, sino una postal diplomática para alimentar titulares y fingir avances. Si algo enseña la historia es que las negociaciones serias no se improvisan en corredores vaticanos, ni se resuelven en sesiones de 15 minutos entre misas de réquiem y salmos.
Quizá algún día se alcance un alto el fuego en Ucrania. Pero que no nos vendan ilusiones: no será fruto de estas coreografías de ocasión donde la solemnidad se mezcla con la picardía política, y donde el respeto queda sepultado, mucho antes que el propio Papa.
