«Entre Tiranos y Tíos: El Malabarismo de los Centristas en el Circo Político Latinoamericano»
¡Ah, querido navegante del centro político, ese limbo donde uno ni baila el son revolucionario ni se arrodilla ante el águila imperial! TeclaLibre aquí, con nuestra pluma afilada como un machete oxidado pero aún cortante, dispuesto a desentrañar este enredo latinoamericano que nos tiene a todos como gatos en un tejado caliente. ¿Qué hacemos los que estamos en el medio, entre la izquierda que justifica tiranías con un guiño comprensivo y los que ven en el Tío Sam al salvador eterno? Pues, aguantar el chaparrón, sospechar de ambos bandos y, si se puede, reírnos un poco para no llorar. Vamos a analizar esto con imparcialidad, o al menos intentarlo, porque en política, la objetividad es como un unicornio: todos hablan de él, pero nadie lo ha visto de cerca. Usaré datos frescos de búsquedas recientes para respaldar mis picardías, y prometo no caer en sermones.
Primero, miremos a la izquierda latinoamericana, esa que se pone el disfraz de «comprensión histórica» para excusar los desmanes en Venezuela, Cuba y Nicaragua. ¡Qué gracioso! Como si la «desgracia» de estos regímenes fuera un accidente del destino y no una receta casera de autoritarismo. En Venezuela, Nicolás Maduro se «reelige» con trucos que harían sonrojar a un mago de feria: desconocer resultados adversos, reprimir opositores y mantener un control férreo sobre el poder, todo mientras la economía se hunde como un barco con agujeros.
Críticos señalan que esta izquierda populista ha derivado en un «autoritarismo competitivo», donde las elecciones son solo un show para legitimar el control, bajo el manto de retórica progresista. En Cuba y Nicaragua, lo mismo: Daniel Ortega en Managua se aferra al poder como un pulpo a su roca, reprimiendo protestas y «reelecciones» que parecen sacadas de un manual soviético reciclado. Y la izquierda regional, ¿qué hace? Justifica con argumentos como «es por el embargo» o «el imperialismo obliga», olvidando que la corrupción y el clientelismo son vicios caseros, no importados. Suspicioso, ¿no? Como si defender la soberanía significara ignorar los abusos internos. En el fondo, esta postura divide a la propia izquierda: unos ven en estos regímenes un faro antiimperialista, mientras otros, más democráticos, piden una resolución pacífica sin excusas. Pero, ¡ay!, TeclaLibre huele a hipocresía: ¿dónde está la crítica interna cuando el poder se eterniza?
Ahora, giremos la mirada al otro extremo: los que bailan al ritmo del «imperio norteamericano», ese policía mundial que interviene con pretextos variados, desde el comunismo hasta los derechos humanos, pasando por el narcotráfico. ¡Qué conveniente! Estados Unidos se cree tutor eterno de América Latina, como un tío rico que llega con regalos pero se lleva la herencia. Intervenciones históricas –desde golpes en Chile y Guatemala hasta ocupaciones en Panamá y República Dominicana– han dejado un rastro de resentimiento y dependencia. Críticos apuntan que estas acciones, bajo el pretexto de «democratizar» o combatir drogas, a menudo fomentan corrupción y abusos locales, sin construir democracias estables.
En Venezuela, por ejemplo, el apoyo a opositores parece noble, pero huele a interés petrolero; en Nicaragua, las sanciones se venden como defensa de derechos, pero ¿no son solo un disfraz para debilitar rivales? Y el narcotráfico: la «guerra contra las drogas» ha criminalizado a poblaciones enteras en Colombia y México, mientras el consumo en EE.UU. sigue intacto. Suspicioso, ¿verdad? Como si el Tío Sam no supiera que sus intervenciones generan más caos que orden, perpetuando un ciclo de inestabilidad que justifica más intervenciones. En redes como X, se habla de esto como la «contradicción central» de la región: el imperialismo yanqui versus la integración soberana.
¿Y nosotros, los del medio? ¿Qué hacemos? Pues, nos atenemos a la cuerda floja, equilibrando críticas sin caer en trampas. El centrismo en América Latina no es debilidad, sino una revuelta contra la polarización extrema. Imagina un renacimiento centrista: gobiernos que rechazan tanto el autoritarismo izquierdo como el intervencionismo yanqui, enfocados en resultados prácticos como integración regional sin dogmas.
En países como Bolivia, donde golpes fallidos contra izquierdas electas muestran resistencia al imperialismo, o en Brasil y Colombia, donde el centro-izquierda lidera encuestas repudiando neoliberalismo extremo. Pero, ¡cuidado! Este medio es frágil: la izquierda autoritaria nos tacha de «traidores», y de «lacayos del imperialismo yanky», los pro-EE.UU. de «ingenuos». Nos atenemos a principios como la democracia real (no la de fachada), soberanía sin aislamiento, y derechos humanos sin pretextos para invasiones. Conferencias históricas como las Interamericanas Pro Democracia en los 50 y 60 ya lo intentaron: «Ni con unos ni con otros», un antiimperialismo antitotalitario.
En resumen, pícaro lector, en este circo político, los del medio somos los malabaristas: sospechamos de las «comprensiones» que excusan tiranos y de los «policías» que intervienen por «bien común». La salida? Fortalecer instituciones locales, promover integración, pero sin autoritarismo, y reírnos de los extremos mientras construimos un camino propio. Porque, al final, América Latina no necesita salvadores extranjeros ni mesías internos; necesita astucia colectiva. ¿O será que TeclaLibre es demasiado suspicaz? ¡Ja! Sigue navegando, y no te caigas de la cuerda.
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