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IMPORTANCIA DE LA CULTURA EN LAS RELACIONES DIPLOMÁTICA

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Por Miguel Collado /

In memoriam a
Max Henríquez Ureña (1885-1968) /
ilustre diplomático dominicano /

Hay una ola en el mundo actual de la diplomacia que nos luce bastante interesante. Se trata del concepto DIPLOMACIA CULTURAL, la cual juega un papel trascendente en las relaciones internacionales, ya sea focalizando las mismas en un renglón determinado de la cultura de cada una de las naciones que hayan suscrito acuerdos de cooperación o de intercambio: la literatura y la gastronomía, por ejemplo. Cambian los tiempos y todo cambia; y la diplomacia no es una excepción. Ya lo expresó muy bien el ilustre diplomático y humanista Max Henríquez Ureña:

«La diplomacia, o sea el arte de negociar de pueblo a pueblo, sufre continuas mutaciones que imponen los tiempos. Si reformarse es vivir, como sostenía José Enrique Rodó, la diplomacia no puede permanecer estática frente a los vaivenes del vivir contemporáneo».(1)

Y precisamente al visionario Henríquez Ureña, Secretario de Estado de Relaciones Exteriores de 1931 a 1933,(2) le debemos la primera reflexión en torno a la relación literatura-diplomacia. En su artículo titulado «Literatura y Diplomacia» —aparecido el 26 de diciembre de 1963 en el citado periódico, donde mantuvo por varios años su columna «Desde mi butaca»— el célebre autor de «Breve historia del modernismo en América» informa lo siguiente:

«En nuestra América Latina no es infrecuente que los hombres de letras asuman la representación diplomática de su país, ya en misiones permanentes, ya en congresos o conferencias internacionales. En las primeras décadas de este siglo(3) la reiteración de ese hecho llegó a tener los caracteres de costumbre: las grandes figuras del movimiento modernista desfilaron por altos cargos diplomáticos, empezando por el jefe reconocido de ese movimiento, Rubén Darío».

La historia de la diplomacia dominicana nos demuestra que lo señalado por Max incluye a la República Dominicana y desde mucho antes: desde 1875, año en que el historiador y poeta Carlos Rafael Nouel Pierret es nombrado por el presidente Ignacio María González como Ministro Plenipotenciario, con Tomás Cocco y Jesús Caminero, para la firma del Tratado de Paz con Haití el 9 de noviembre del citado año.

Designaciones diplomáticas de escritores dominicanos en la alborada del siglo XX son las siguientes: el 18 de julio de 1913 es nombrado el escritor Apolinar Tejera por José Bordas Valdez como Secretario de Relaciones Exteriores; el 13 de febrero de 1923 el poeta Tulio Manuel Cestero es nombrado por el presidente J. B. Vicini Burgos como Delgado Plenipotenciario para que represente a la República Dominicana en la Quinta Conferencia Internacional Americana celebrada en Santiago de Chile; el 15 de mayo de 1926 es nombrado el escritor Rafael Augusto Sánchez por Horacio Vásquez como Secretario de Estado de Relaciones Exteriores; y el 12 de junio de 1926 el escritor Víctor Garrido es nombrado, también por el presidente Vásquez, como Subsecretario de Estado de Relaciones Exteriores. En 1929 son designados el ensayista Manuel Arturo Peña Batlle como Miembro de la Comisión Delimitadora de la línea fronteriza dominico-haitiana; y poeta Ricardo Pérez Alfonseca como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Port-Prince (Haití). Todas esas designaciones diplomáticas tuvieron lugar antes de la Era de Trujillo.

Retornemos al tema central de esta breve reflexión: la DIPLOMACIA CULTURAL. ¿Cómo definirla? Es vasta la bibliohemerografía relativa a la misma, por lo que luego de haber analizado una diversidad de definiciones ofrecidas por varios expertos en la materia, proponemos esta respuesta: «[Es] el intercambio de ideas, información, valores, sistemas, tradiciones, creencias y otros aspectos de la cultura, con la intención de fomentar el entendimiento mutuo».(4) Aun así consideramos de gran utilidad detenernos en las percepciones de otros teóricos en torno al término, pues eso nos ofrecería una visión mucho más amplia.

No es posible ejecutar, de manera efectiva y eficaz, ninguna política cultural exterior sin el concurso de los gestores culturales y escritores conocedores de esas tradiciones y creencias de la nación, pensamos nosotros. Y en este punto acudimos nuevamente al maestro Max Henríquez Ureña:

«El hombre de letras atesora no pocas ventajas para entrar con éxito en la diplomacia: es un representante de la superior cultura de su país y por tal motivo no es, o no puede ser, un ignorante en las disciplinas intelectuales que más útiles son al diplomático. Por lo menos, no le será difícil adiestrarse en el estudio de esas disciplinas, con mayor prontitud que cualquier otro que no tenga igual preparación. Si a ello suma hábitos de corrección mundana y sabe manejar con alguna habilidad el arte de la conversación […] podrá desempeñar con acierto su misión y dejar una impresión grata».(5)

Henríquez Ureña considera que en la diplomacia «el primer elemento de ese arte [de la conversación] es saber escuchar» y sugiere que los escritores llamados a entrar en ella deberían conocer «las normas fundamentales del derecho internacional y de las buenas técnicas». Tiene la República Dominicana, quizá más que cualquier país latinoamericano, una cantera de recursos humanos desaprovechados en el exterior: los escritores, gestores culturales y artistas que conforman la llamada DIÁSPORA DOMINICANA dispersa en varios países del Viejo Mundo y del Nuevo Mundo. Muchos de ellos, incluso, con sólida formación formación académica y prestigio intelectual, especialmente en la patria de Walt Whitman, en la Miguel de Cervantes Saavedra, en la de Julia de Burgos y en la de José Martí. Capacitarlos en materia diplomática y designarlos en embajadas para asumir el reto de ejecutar, para bien de la patria que los vio nacer, una verdadera POLITICA DE DIPLOMACIA CULTURAL, pero dejando al margen el inútil fanatismo político y centrando la atención en lo que más convenga a la República Dominicana forjada por el patricio Juan Pablo Duarte y amada por el Ciudadano Eminente de América Eugenio María de Hostos.

¿Cuáles acciones procedería llevar a cabo dentro del marco de la diplomacia cultural? Cedemos el turno a los expertos.

«El rol de la Diplomacia Cultural en el fortalecimiento de la imagen en el Exterior de la República Dominicana: la Literatura y el Arte como factores de cambio y proyección». Este podría ser un título posible para la realización de un seminario organizado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de nuestro país dirigido a todo el cuerpo diplomático existente y a los nuevos recursos humanos involucrados como un “plan de nación”. Los resultados de ese evento sugerido serían, con toda seguridad, de una utilidad extraordinaria para la reorientación del servicio exterior dominicano en el ámbito cultural.

_____
(1) En su artículo «Diplomacia», publicado en el periódico “Listín Diario” del 9 de octubre de 1963; firmado con su seudónimo «Hatuey».

(2) Nombrado mediante el Decreto Núm. 209, de fecha 25 de agosto de 1931, firmado por el presidente Rafael Leónidas Trujillo. Fue sustituido por Julio Ortega Frier el 3 de abril de 1933, siendo nombrado como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Francia, Bélgica, Italia y Suiza, con el mismo decreto ―el No. 616 del 1 de diciembre de 1933― con que son nombrados los escritores Joaquín Balaguer, como Secretario de 1ra. Clase de la Legación de Madrid; Tulio Manuel Cestero, como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay.

(3) Max Henríquez Ureña se refiere a las primeras décadas del siglo XX.

(4) Milton C. Cummings. «Cultural Diplomacy and the United States Government: A Survey». Washington, D.C., EE.UU.: Center for Arts and Culture, 2003).

(5) Loc. cit.

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