El gobierno de Nicaragua, en un arranque de dignidad que pocos se esperaban, ha acusado a República Dominicana, Panamá, Guatemala y Costa Rica de ser unos «injerencistas» de primera categoría. ¿El delito? No haber apoyado al candidato nicaragüense, Denis Moncada, para el codiciado puesto de Secretario General de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Sí, señores, porque en la lógica de Managua, no aplaudir al elegido de Ortega y Murillo es un ataque directo a la soberanía nacional, una puñalada trapera que merece ser denunciada con el dedo índice bien en alto.
La noticia, que suena más a pataleta de patio escolar que a comunicado diplomático, se completa así: Nicaragua, con su habitual tono de víctima incomprendida, señaló que estos países se han confabulado para boicotear su legítima aspiración, ignorando que, quizás, el rechazo no sea tanto una conspiración internacional sino un simple «no nos convence tu candidato, amigo». Y es que Moncada, ex canciller y fiel al régimen, no parece haber deslumbrado a nadie fuera de las fronteras nicaragüenses, pero claro, en la mente de los acusadores, eso solo puede explicarse por una oscura trama extranjera.
Con mordacidad y sorna, uno podría decir que Nicaragua ha elevado el arte de la queja a niveles insospechados: no solo se sienten con el derecho divino de imponer a su hombre en la OEA, sino que encima se ofenden cuando los vecinos, con un poco de sentido común, dicen «mejor no». Es casi enternecedor ver cómo el régimen de Ortega sigue creyendo que el mundo gira a su alrededor, mientras el resto de la región probablemente esté más ocupado en problemas reales que en aplaudirles el capricho. ¡Qué injerencia tan cruel, no querer bailar al son que les tocan desde Managua! Habrase visto tamaña insolencia.
LRS