Por Alfredo Vargas Caba /
La reconstrucción del Estado haitiano es urgente. /
En esa urgencia, la República Dominicana puede ejercer un liderazgo ético y ejemplar como Nación insular sólida, democrática y soberana /
Un modelo agotado /
Desde sus orígenes, el Estado haitiano replicó esquemas caudillistas, verticales y
excluyentes. Dessalines, Christophe y Pétion no erigieron una república fundada en el
diálogo y el bien común, sino sistemas cerrados, marcados por el terror, el elitismo o la
ficción institucional. La élite urbana, afrancesada y occidentalizada, vivió históricamente
ajena a la realidad rural y africana de la mayoría, que quedó excluida de todo vínculo con el
Estado.
Esa fractura no resuelta ha desembocado en un país donde el concepto de ciudadanía es aún frágil, y donde el poder ha sido, durante dos siglos, más un botín que un servicio. El colapso actual no es un accidente: es el desenlace previsible de un modelo que ya no se sostiene.
Una nueva arquitectura: el federalismo como vía posible.
Frente a este escenario, la solución no puede ser una imposición desde el exterior, ni una repetición de recetas fallidas. Se impone una reflexión profunda que parta de la realidad haitiana: diversa, plural, desigual, pero aún esperanzada. Por ello, propongo considerar un modelo de Estado federal, descentralizado, consensual. Un sistema que permita a cada región ejercer gobernanza en proximidad a sus comunidades, en el marco de una nación
común reconstruida desde abajo.
Modelos como el suizo, donde conviven lenguas, religiones y culturas distintas bajo un pacto común, demuestran que es posible construir unidad en la diversidad. En Haití, ello
implicaría un salto histórico: pasar del dominio del más fuerte al acuerdo del más sabio.
La República Dominicana: un contraste revelador
En el mismo territorio insular, expuesta a similares vulnerabilidades geográficas y sin
grandes recursos naturales, la República Dominicana ha construido instituciones que han
resistido dictaduras, crisis y migraciones masivas. Con sus imperfecciones, ha logrado
consolidar elecciones libres, alternancia política, libertad de prensa y una economía abierta
que genera empleo y movilidad social.
Esa diferencia no es fortuita. Responde a una historia distinta, a un arraigo hispánico
profundo, a una lengua común y a una voluntad política que, a pesar de sus tropiezos, hamantenido el rumbo. Hoy, la República Dominicana no es una superpotencia. Pero sí es un modelo funcional de lo que puede lograrse cuando un pueblo cree en sus instituciones.
Primera Entre Iguales: el valor del ejemplo
La expresión *Primera Entre Iguales* no implica dominación ni superioridad. Implica
responsabilidad. Significa ejercer un liderazgo ético, basado en la experiencia, la estabilidad
y la visión de futuro.
La República Dominicana puede convertirse en un facilitador de procesos de estabilización insular, en un promotor de cooperación regional, y en una voz confiable ante organismos internacionales.
Su propio interés está en que Haití se reconstruya. No sólo por razones humanitarias o
diplomáticas, sino porque la estabilidad de uno impacta inevitablemente al otro.
Los desafíos contemporáneos —migración, seguridad, medioambiente, salud, comercio y orden público— no reconocen fronteras geográficas, pero deben ser abordados desde estados soberanos y con ciudadanías claramente definidas. Cualquier cooperación supranacional o interinsular debe partir del respeto absoluto a la identidad, nacionalidad y ciudadanía de cada pueblo.
Al igual que Francia y Alemania han sabido conservar sus lenguas, sus culturas y su idiosincrasia en el marco de la Unión Europea, la República Dominicana y Haití pueden y deben colaborar sin diluir su soberanía. En ese equilibrio está la clave de una convivencia madura y duradera.
Una isla, dos naciones complementarias
La clave no está en la fusión, sino en la complementariedad con soberanía plena. Dos pueblos distintos, con historias, lenguas e imaginarios diferentes, pero con el desafío común de convivir en un mismo territorio. Haití puede proyectarse como referente cultural africano en el Caribe, con una nueva institucionalidad acorde a su realidad.
La República Dominicana puede afirmarse como emblema hispanoamericano, democrático y dinámico.
Juntos, sin diluir sus identidades, pueden ofrecer al mundo una lección de resiliencia y visión compartida.
Conclusión
Refundar Haití no es una utopía ni un capricho. Es un imperativo moral, político y
estratégico. No hacerlo condena a toda la isla a un círculo de tragedias repetidas.
Pero esa refundación requiere aliados creíbles y modelos reales. La República Dominicana, con humildad y firmeza, tiene la oportunidad de ejercer ese rol. Y en hacerlo, consolidará su posición como Nación insular ejemplar: una República que, por sus propios méritos, ha
llegado a ser verdaderamente Primera Entre Iguales.
Pero ser “Primera Entre Iguales” no significa borrar fronteras ni uniformar identidades.
Significa cooperar desde la diferencia, respetar la soberanía del otro, y avanzar juntos sin
renunciar a lo que cada quien es. Sólo así, con claridad de límites y profundidad de visión,
podremos construir una isla estable, respetada y próspera para las próximas generaciones.
NOTA: Alfredo Vargas Caba es autor, intérprete judicial, promotor cultural y analista de relaciones insulares. Ha sido pionero en la conectividad turística entre Europa y el Caribe, y es impulsor del concepto geopolítico “Primera Entre Iguales”, que propone una visión
estratégica de cooperación entre Haití y la República Dominicana, con pleno respeto a sus
soberanías.