El tablero geopolítico y económico del mundo en marzo de 2025 está experimentando movimientos significativos, marcados por la interacción entre Donald Trump y Vladímir Putin en torno a la guerra en Ucrania, el creciente aislamiento de Volodímir Zelenski, el rearme europeo y el silencio estratégico de China.
La relación entre Trump y Putin parece estar moldeando el futuro de la guerra en Ucrania de manera directa. Las conversaciones telefónicas entre ambos líderes, iniciadas tras el regreso de Trump a la presidencia en 2025, sugieren un enfoque pragmático y transaccional por parte de Estados Unidos.
Trump ha priorizado un acuerdo rápido para poner fin al conflicto, posiblemente a costa de concesiones territoriales o económicas que favorezcan a Rusia, como el control de recursos estratégicos ucranianos (minerales de tierras raras, uranio, titanio). Este giro marca un alejamiento de la postura de apoyo incondicional a Ucrania que caracterizó la administración previa, y apunta a una reorientación de la política exterior estadounidense hacia otras prioridades, como el comercio con China o la seguridad en su frontera sur.
Putin, por su parte, aprovecha esta apertura para consolidar sus ganancias en Ucrania y fortalecer su posición en el escenario global. Rusia percibe la disposición de Trump como una oportunidad para excluir a Ucrania y a Europa de las negociaciones, lo que le otorga una ventaja táctica. El Kremlin busca no solo mantener el territorio ocupado, sino también garantizar que Ucrania quede fuera de la órbita de la OTAN, un objetivo estratégico de largo plazo.
Zelenski se encuentra en una posición cada vez más precaria. Las tensiones con Trump, evidenciadas en encuentros públicos y en la suspensión temporal de la ayuda militar estadounidense, reflejan una frustración de Washington con la resistencia ucraniana a aceptar un acuerdo que implique cesiones significativas.
La presión de Trump para que Zelenski «se comprometa con la paz» —incluso a costa de recursos o soberanía— ha debilitado su legitimidad internacional. A pesar de esto, Zelenski mantiene un apoyo interno considerable y ha buscado respaldo en Europa, aunque con resultados mixtos. Ucrania, atrapada entre la voluntad de dos superpotencias, podría verse forzada a aceptar un desenlace que no satisface sus aspiraciones de recuperar todo su territorio.
Europa, marginada en las negociaciones entre Trump y Putin, enfrenta una crisis de relevancia geopolítica. La percepción de abandono por parte de Estados Unidos ha acelerado los llamados a una mayor autonomía en defensa, con líderes como Emmanuel Macron abogando por un fortalecimiento militar del continente. Reino Unido y Francia han planteado iniciativas como una fuerza de seguridad en Ucrania, aunque con limitaciones logísticas (menos de 30,000 soldados, según algunas propuestas).
El espectro de una guerra nuclear, aunque lejano, ha resurgido en el discurso, alimentado por la retórica rusa y la incertidumbre sobre las intenciones de Trump respecto a la OTAN. Este rearme, sin embargo, choca con las divisiones internas de la UE y la falta de consenso sobre cómo contrarrestar la influencia ruso-estadounidense.
Económicamente, Europa teme que un acuerdo entre Trump y Putin reparta los recursos ucranianos —clave para industrias como la tecnología y la energía— sin su participación, dejándola en desventaja frente a Rusia y China.
China mantiene un perfil bajo en este escenario, pero su silencio no implica inactividad. Beijing observa cómo se reconfigura el orden global, beneficiándose de la distracción de Occidente y Rusia en Ucrania. Como socio económico de Rusia, China podría ganar acceso indirecto a los recursos ucranianos si Moscú sale fortalecida de las negociaciones. Al mismo tiempo, la postura de Trump —centrado en contener a China en el ámbito comercial— podría endurecerse tras resolver el conflicto ucraniano, lo que lleva a Beijing a adoptar una estrategia de espera. En el tablero económico, China sigue consolidando su influencia en Asia y África, mientras evalúa cómo el desenlace en Ucrania afecta la dinámica con Estados Unidos y Europa.
Geopolíticamente, el mundo se inclina hacia una multipolaridad más marcada. Estados Unidos bajo Trump parece abdicar parcialmente de su rol como garante de la seguridad europea, cediendo espacio a Rusia en Ucrania y forzando a Europa a asumir mayores responsabilidades. Esto podría erosionar la cohesión de la OTAN y redefinir las alianzas globales.
Económicamente, la guerra en Ucrania se ha convertido en una disputa por recursos estratégicos. Un acuerdo que favorezca a Rusia y Estados Unidos podría alterar las cadenas de suministro globales, especialmente en sectores como la tecnología (minerales raros) y la energía (gas y uranio). Europa, excluida de este reparto, enfrenta el riesgo de una mayor dependencia energética y tecnológica, mientras China podría emerger como un beneficiario indirecto.
En resumen, el tablero global en marzo de 2025 refleja un reacomodo impulsado por la dinámica Trump-Putin, con Ucrania como epicentro de tensiones y Europa y China como actores en ajuste. La resolución del conflicto ucraniano —ya sea por negociación o imposición— tendrá repercusiones duraderas en el equilibrio de poder y la economía mundial, marcando el fin de una era de hegemonía estadounidense unipolar y el inicio de un orden más fragmentado y competitivo.
LRS