Jason Brown decidió dotar de un sentido propio a la famosa sentencia de John Kennedy ―”No pienses qué puede hacer tu país por ti; piensa qué puedes hacer tú por tu país”― tras escuchar por televisión el discurso de Michelle Obama en la Convención Demócrata. La “iluminación” le llegó cuando la ex primera dama recordó algo que la madre de Kamala Harris solía decir a su hija, la mujer que podría convertirse en noviembre en la primera en ocupar el Despacho Oval: “Si quieres que las cosas cambien, no te quejes: haz algo”.
Brown contó hace un par de domingos en su casa de un barrio de clase media-alta de Omaha (Nebraska) que después de eso fue al garaje, buscó un bote de pintura azul y, “por instinto”, estampó un grueso punto azul en uno de esos carteles electorales que, sujetos por alambres, plantan los estadounidenses en sus jardines. El resultado de aquel eureka no solo invita a imaginar la clase de país que sería Japón si hubiera encargado el diseño de su bandera al artista Yves Klein; podría hacer historia de Estados Unidos. Podría darle la presidencia a Harris.
El distrito al que pertenece Omaha está en el sudeste de Nebraska, un Estado profundamente republicano que además es la improbable cuna del candidato a la vicepresidencia con Harris, el izquierdista Tim Walz. El área que incluye a la ciudad, una isla cosmopolita en la frontera con Iowa, ha votado demócrata en las presidenciales dos veces desde 1992: en las de 2020, que llevaron a Joe Biden a la Casa Blanca, y en las de 2008, que ganó Obama. De aquellas dos excepciones surgió la imagen de la ciudad como un punto azul (el color del progresismo en este país) en un océano rojo (la tonalidad conservadora que domina buena parte del Medio Oeste). El recurso cromático sirve también para ilustrar gráficamente otra de las tensiones que definen la política estadounidense, que en buena medida obedece a la colisión entre dos intereses contrapuestos: el de las sociedades urbanas frente al de las rurales.
Aquel primer cartel, un golpe de verdadero ingenio en términos de comunicación política que reposa ahora en el salón de los Brown —”a la espera de convertirse en una pieza de museo”, bromea su creador— fue el principio de un contagioso sarampión azul que se extendió primero por el barrio, de mayoría demócrata, y luego por el resto de la ciudad. “Al principio hicimos 10, luego otros 10. Cuando pedimos 100 rectángulos blancos más, pensamos que nos sobrarían muchos”, explicó Ruth Huebner-Brown, la esposa. El día de la visita de EL PAÍS, el matrimonio calculaba que habían fabricado “unos 2.500 carteles”. Este viernes, ella contó en un mensaje de texto que ya llevaban 7.800 distribuidos localmente, y que estaban listos para dar el salto más allá de las fronteras de la ciudad.
El éxito de la iniciativa se explica por la excepcionalidad de Nebraska: junto a Maine, es el único Estado de la Unión que en las presidenciales no concede todos sus votos electorales (cinco, en este caso) al vencedor, que se lleva solo dos de esos votos. Los otros tres se reparten entre los diferentes distritos del Congreso en los que se divide el Estado. En noviembre, dos irán, sin mayor suspense, al Partido Republicano. El quinto, el del Distrito NE-2, que incluye a Omaha, es el único disputado.
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Y ese es el motivo por el que en este rincón de América triunfa estos días, además de la aritmética electoral, el condicional simple. De modo que si Harris conquistara Pensilvania, Míchigan y Wisconsin, los tres Estados bisagra que juntos forman el llamado Muro Azul, y si Donald Trump, como indican las encuestas, se hiciera con las piezas más preciadas del Cinturón del Sol, Arizona, Nevada y Georgia, entonces Omaha podría ser el punto azul crucial que valiera una presidencia a los demócratas. Si, llegado ese caso, la ciudad de Nebraska se decidiera por Trump, el desempate correría a cargo del Congreso, en virtud de un rocambolesco sistema más favorable a los republicanos. La última encuesta publicada este fin de semana por The New York Times y el Sienna College le otorga a Harris una considerable ventaja de ocho puntos sobre su rival en el distrito NE-2.
Previendo la que se avecina, los republicanos de Nebraska trataron en abril de acabar con la excepción electoral de Omaha, pero les faltaron los votos en el capitolio estatal de Lincoln, la capital. El proyecto ha vuelto a resucitar en estos días, con un plan que pasaba por la convocatoria del gobernador, Jim Pillen, de una sesión especial en el Parlamento unicameral del Estado para votar de urgencia y buscar una mayoría cualificada que justificara un cambio en las reglas. La negativa de un antiguo senador demócrata que se pasó este año de bando, un bombero de Omaha llamado Mike McDonnell, ha truncado de momento las aspiraciones de Trump (no le parecía, dijo McDonnell en un comunicado, que fuera oportuno, “a 43 días de las elecciones”, un cambio de tal calado). El expresidente reaccionó a la noticia en su red social, Truth, con el siguiente mensaje: “AMO OMAHA y gané [allí] en 2016. ¡¡¡Parece que tendré que hacerlo otra vez!!!”
Candidato Tony Vargas
El político que con mayor ahínco está trabajando para aguarle la fiesta a Trump y conseguirle a Harris las llaves de la Casa Blanca es un latino de ascendencia peruana de 40 años llamado Tony Vargas. Senador estatal de Nebraska, se presenta por el Partido Demócrata al Congreso de Washington (además de a su presidente, los estadounidenses eligen en noviembre centenares de otros cargos, entre ellos, la renovación de la totalidad de su Cámara de Representantes). Es la segunda ocasión en la que este hijo de inmigrantes limeños ―un antiguo maestro de escuela nacido y criado en Nueva York― lo intenta. En 2022, perdió por 5.856 votos contra el republicano Don Bacon, que busca la reelección.
Vargas está convencido de que esta vez será distinta, y las encuestas, que lidera hasta por cuatro puntos, parecen darle la razón. “Hemos tocado decenas de miles de puertas, 10 veces más que hace dos años; hemos multiplicado por 15 las llamadas telefónicas; los voluntarios han aumentado un 500%; y hemos recaudado más dinero que cualquier candidato en la historia en esta ciudad”, había explicado con orgullo Vargas durante una entrevista (en inglés, aunque salpimentada de frases en español) celebrada a primera hora de la mañana en un café de Omaha.
Si logra su objetivo, se convertirá en el primer representante latino en Washington de un Estado que cuenta con un 15% de población hispana, una porción que las proyecciones demográficas calculan que llegará al 25% en 2040. “A Bacon le traen sin cuidado los problemas de nuestra comunidad, es solo un político débil e interesado incapaz de decirle que no a Trump”, dijo el candidato demócrata. En la hora que duró el encuentro, Vargas, cuya popularidad y proyección nacional han aumentado gracias al sarampión azul, recibió el cariño de una decena de personas y saludó a unas cuantas más.
Lo cierto es que jugaba en casa. Pero, para desgracia de Vargas, el distrito que confía en conquistar va más allá de Omaha. Y sufrió, tras el censo de 2020, una redistribución partidista que perjudica sus intereses. Entonces, y en virtud de esa práctica tan estadounidense como escasamente democrática conocida como gerrymandering, le añadieron una porción al oeste de la ciudad que vota republicano, un suburbio en el que, en lugar de puntos azules, los jardines lucen consignas en favor de Trump y mensajes que, con el dibujo de un arma, advierten de que en esas casas no pierden tiempo llamando a la policía cuando advierten la presencia de un intruso.
A la pregunta de si siente presión porque tal vez el futuro de Estados Unidos esté en sus manos, Vargas contestó: “Más presión sentía mi madre, que debía tener varios trabajos para poder llegar a fin de mes. La democracia en esta ciudad y en todo el país está en juego, así que no voy a quejarme si tengo que levantarme cada día al alba para poder echar una mano en casa [es padre de dos hijos] y luego hacer campaña hasta la noche. No me preocupa”, dijo. Tras la entrevista, Vargas participó en un acto electoral para jóvenes votantes en una taquería del centro, un evento cuya estrella era el famoso divulgador científico Bill Nye, que afirmó que apoyaba al demócrata porque es “el partido de la ciencia” y advirtió a los presentes de su poder “para cambiar el mundo”.
La campaña del Partido Republicano del distrito está siendo más discreta que la de Vargas. Lo mismo pudo comprobarse de su relación con la prensa internacional. Al día siguiente de la entrevista con el candidato demócrata, una visita a la sede de la formación en Omaha en busca de la versión contraria acabó con un tipo vestido con una gorra roja con el lema Make América Great Again (MAGA) pidiendo a los reporteros que se fueran por donde habían venido y negándose a dar ninguna información hasta no recibir el permiso del órgano rector del partido en Washington. Las peticiones de una entrevista con alguien con algo que decir sobre la estrategia republicana en Nebraska, planteadas en los niveles nacional, estatal y local de la formación conservadora, resultaron asimismo infructuosas.
Entretanto, los Brown han seguido dedicados a difundir su mensaje con la misma decisión que mostraron aquel domingo en su jardín, en el que la producción de puntos azules estaba a pleno rendimiento, gracias a la ayuda de tres voluntarias y a una técnica que incluye el uso de un spray y un bote de cinco galones cortado por la mitad como plantilla. Los coches paraban frente a la casa para recoger la propaganda electoral, sin tiempo casi para que se secara la pintura al sol del final del verano. La donación sugerida era de 10 dólares.
A cubrir la creciente demanda también han contribuido Tim y Karen Conn, matrimonio que vive en una casa en la acera de enfrente. Amantes de Led Zeppelin y de los coches antiguos, tienen montada su propia factoría de puntos azules, y él, todo un manitas, ha inventado un original sistema de secado que recuerda al de los peines de los que cuelgan los cuadros en el almacén de un museo. Los Brown han aparcado sus vidas hasta las elecciones para dedicarse a tiempo completo a su tarea, que les gusta definir como “el Movimiento del punto azul”. “Francamente, no se nos ocurre nada más importante que esta misión en la que estamos embarcados”, explicó Karen Conn.
Y si tanta dedicación no sirve para que Harris conquiste la Casa Blanca, esperan al menos que valga para “iniciar una conversación”. “El sistema del voto electoral está anticuado: proviene de un tiempo en el que los representantes de cada territorio tenían que ir a Washington en coche de caballos para comunicar qué habían decidido los suyos. Eso ya no tiene sentido”, considera Ruth Huebner-Brown (según publicó esta semana la encuestadora Gallup, un 60% de sus compatriotas está de acuerdo con ella en un cambio que requeriría una más que improbable enmienda de la Constitución). “En el Medio Oeste somos gente muy orgullosa de nuestros orígenes”, aclara Jason Brown, el marido. “Pero el nuestro no es un Estado muy conocido, a no ser por [el multimillonario] Warren Buffett y por el disco Nebraska, de Bruce Springsteen. Por eso estoy doblemente contento, porque nuestros puntos azules han puesto a Omaha en el mapa. Electoral. Literalmente”.
Buffett, por cierto, vive desde hace medio siglo en la misma casa, que está a la vuelta de la esquina de la de los Brown, aunque eso diga más de la vocación de austeridad de uno de los hombres más ricos del mundo que de la posición acomodada en la vida del matrimonio de los puntos azules. En cuanto al álbum de Springsteen, sus fans deberían saber que la música desoladora que contiene adquiere un nuevo y más pleno sentido cuando uno la escucha a través de las carreteras que, más allá de la cosmopolita Omaha, surcan el remoto océano rojo de Nebraska.