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Para qué sirve la literatura (1 de 2)

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Por Simeón Arredondo

Poeta y escritor dominicano residente en España

simeonarredondo@gmail.com

 

¿Para qué sirve la literatura? Son muchas las posibles respuestas a esta pregunta. Se puede ver el asunto a partir de quien produce la literatura; el escritor, sin cuyo accionar no existiera la producción literaria.  Esa obra, llámese una novela, un cuento, un poema, un ensayo, una obra de teatro, que intensamente disfrutarán millones de personas en cantidades incalculables de lugares y de momentos, pero que fue escrita por alguien en un lugar, en un momento. O se puede enfocar desde el punto de vista de quien consume la literatura, el lector; los millones de personas supra indicados, que lo harán bajo diferentes circunstancias, con distintos intereses y con resultados misceláneos.

 

Para quien la genera la literatura puede servir para transmitir ideas y conocimientos, para informar, para denunciar, para reclamar, para desahogarse, etc.  En términos generales, es un medio para aportar a la sociedad (la presente y la futura) elementos aparentemente intangibles, pero que resultan imprescindibles para la vida. En tanto que, para el lector, sirve no sólo para deleitarse, entretenerse y relajarse, sino también para instruirse, informarse, sensibilizarse, y muchas cosas más.

 

Es a través de la literatura que la humanidad ha conocido múltiples cosas de lugares distantes y de épocas antiquísimas. Al igual que de hechos de su entorno y de su tiempo. Por medio de “La Ilíada” y de “La Odisea” de Homero, entre otras fuentes, conocemos la mitología griega. La novela “Yo, Claudio”, de Robert Graves, nos sitúa en el contexto de la antigua Roma poniendo al desnudo no sólo su cultura y situación política, sino también la perversidad reinante en la sociedad bajo el mandato de los diferentes emperadores en la medida que se iban sucediendo.

 

Por su parte, en “Crimen y Castigo”, Fiódor Dostoyevski, nos presenta la Rusia del del siglo XIX. Dando un salto a América Latina, si quisiéramos conocer el modus operandi de las dictaduras reinantes en El Caribe en el siglo XX, incluyendo la forma en que se originaron, Juan Bosch nos lo sirve en su formidable ensayo “Póker de espanto en el Caribe”.  En el celebrado poema ‘Hay un país en el mundo» de Pedro Mir, descubrimos la situación de los obreros de los ingenios azucareros y las vicisitudes de los pobres, especialmente los campesinos, en la República Dominicana, también  durante el siglo XX.

 

Del mismo modo, la forma de hablar de la gente le debe mucho a la literatura. Se dice que los refranes son la expresión del saber popular. Esas frases que ruedan de boca en boca, que se conservan de generación en generación, y que son útiles para manifestar en forma metafórica sentimientos, conocimientos, experiencias y actitudes, muchas veces tienen su origen en obras literarias, y en otras ocasiones éstas son el vehículo para llevarlas de un lugar a otro, de un tiempo a otro, o para ayudar a mantenerlas vivas.

 

En canciones y en crónicas de diferentes tipos encontramos refranes y expresiones que han viajado desde y hacia varios lugares y tiempos en las páginas impresas de distintas obras literarias. Hoy día lo hacen a mayor velocidad por medio de los recursos de la informática y de la Internet.

 

La expresión “poderoso caballero es Don Dinero”, usada para referirse al poder y a las influencias de la gente rica, es el título y uno de los versos de un poema de Francisco de Quevedo, poeta español nacido en 1580. Para referirnos a las múltiples interpretaciones que puede tener algo, o al poco grado de objetividad que posee, usamos con frecuencia la frase “nada es verdad ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira.” Éstos son unos versos de Ramón de Campoamor contenidos en su poema “Las dos linternas.” Específicamente la cuarteta donde se encuentran los versos reza de la siguiente manera:

 

“En este mundo traidor

nada es verdad ni es mentira:

todo es según el color

del cristal con que se mira”.

 

Resulta tan interesante, que ya existe en el habla de algunos lugares la llamada Ley Campoamor, usada en forma de metáfora para indicar que una persona ha interpretado algo según sus conveniencias.

 

En la página 182 del libro “Cuentos morales” (1896) de Leopoldo Alas, en el cuento titulado “Don Urbano”, se lee:

 

“árbol que crece torcido

tarde su tronco endereza

pues hace naturaleza

del vicio con que ha nacido,”

 

Y da la impresión de que la cuarteta viene de algún poema de más atrás por la forma en que está insertada en el relato. Esta expresión ha sido usada y manoseada, incluso con modificaciones, por miles de personas a lo largo de muchos años, con la intención de comunicar que cuando alguien crece con una costumbre, creencia o hábito, es imposible o muy difícil cambiarlo después de adulto; o que cuando se arraiga una costumbre o forma de hacer algo en un colectivo, luego cuesta mucho convencerle de que debe ser de otra manera.

 

“La raya de Pizarro”, expresión usada para referirse al límite entre los espacios de dos bandos, por lo regular enemigos, tiene su origen en la línea que con su espada trazó sobre la arena el conquistador de Perú, Francisco Pizarro cuando sus hombres se negaban a seguirlo debido a que estaban agotados y no veían posibilidad de éxito en la aventura de seguir avanzando hacia el Perú. Al trazar la raya, que luego se haría famosa, el conquistador instó a que quienes no deseaban seguirle, no la cruzaran, y que aquellos que estaban decididos a continuar con él dieran un paso al frente atravesándola. Se dice que poco más de diez hombres cruzaron la raya, y fueron esos los que pudieron saborear el éxito.

 

La frase “a otro perro con ese hueso”, tiene su origen en la antigua Grecia. Pero ya en los albores del siglo XVII, Miguel de Cervantes la incluye en su célebre novela “Don Quijote de la Mancha” (1605). Se usa para expresar dudas sobre lo que escuchamos, o que no creemos lo que nos están diciendo.  Por igual, la expresión «a lo hecho pecho» se encuentra en la novela «San Manuel bueno, mártir» (1931), de Miguel de Unamuno. Acudimos a ella para indicar que se debe asumir la responsabilidad de lo hecho, o enfrentar las consecuencias de una acción anterior.

La expresión “lágrimas de cocodrilo” es ampliamente usada para significar que alguien está llorando o lamentándose de algo de manera hipócrita. Ello debido a que los cocodrilos emiten unas secreciones por los ojos mientras se comen a sus presas, y antes se creía que era por pena. Pero en vista de que se ha demostrado científicamente que sus lágrimas no guardan relación con la pena que pudieran sentir por comerse a sus víctimas, y que se trata de un fenómeno relacionado con la digestión, se ha abandonado la antigua creencia y se ha acuñado la frase en forma metafórica, la cual aparece en la tragedia “Otelo: el moro de Venecia” (1603) de William Shakespeare. Por igual, en el poema “¿Elegía o parábola?” que Mateo Morrison dedica a la joven Sagrario Díaz Santiago, asesinada en medio de una protesta estudiantil, se leen los siguientes versos:

“Hicieron varias balas en palacio y arriaron con tambores la vida

de una joven y las lágrimas no fueron mayores que la ira

y los hombres y mujeres y los niños y niñas de campos y ciudades

lanzaron majestuosas protestas agrietando las paredes.

Entonces dijeron condolerse los malvados

y tomaron lágrimas prestadas a los cocodrilos

y sin embargo, a nadie confundieron”.

 

En la obra “Hamlet”, también de Shakespeare, el personaje Polonio usa la frase “mucho ruido y pocas nueces”, adaptada en algunos lugares como “mucha espuma y poco chocolate”, que se refiere a la presencia de muchas palabras o charlas sin hecho o resultado concreto, lo que es lo mismo que decir, mucho aparentar y poco ser. Por otro lado, es por una obra de teatro de Lope de Vega que se difunde el refrán “ser como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer”, la cual se aplica a aquellas personas que no hacen algo considerado importante o necesario, pero que a su vez impiden que alguien más lo realice, tal como hacía, según la leyenda, el perro del hortelano al custodiar las hortalizas, puesto que él no las comía por los hábitos alimenticios de los canes.

 

Además de difundir y poner en valor refranes, frases y expresiones que diversifican el lenguaje, enriquecen el idioma y propagan la cultura, la literatura también amplía la forma de comunicarse los seres humanos mediante la introducción de elementos lingüísticos que los pueblos adoptan tomados de personajes, títulos de obras, etc. cuyas características se prestan para definir personas, situaciones o acontecimientos.

 

Así oímos hablar de ideas o acciones quijotescas, en referencia a algo sin mucho fundamento o excesivamente idealista. O escuchamos decir “eso era la crónica de una muerte anunciada”, significando que lo ocurrido se veía venir, o que existía la fuerte percepción, o la seguridad de que ocurriría. El primer caso, por alusión al Quijote de Cervantes, y el segundo a la novela homónima de Gabriel García Márquez.

 

Con sus variaciones, abundan también las frases como «mi Dulcinea», «mi Romeo», «mi Julieta», «mi Cirineo», originadas en personajes de obras literarias. O «quemar las naves», en referencia a la famosa hazaña de Alejandro Magno, o “cruzar el Rubicón», en alusión a la de Julio César, quien a su vez se dice que es el autor de la también conocida oración “la suerte está echada”, pronunciada precisamente al momento de decidir cruzar el emblemático río al frente de su ejército, y queriéndoles decir con la última frase a sus integrantes, que no había marcha atrás. Estos tres enunciados se encuentran presentes en una cantidad importante de textos, y son ampliamente usadas por personas de diferentes estratos sociales.

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