Por Simeón Arredondo
Poeta y escritor dominicano residente en España
Para destacar de manera más concreta y amplia, la concepción de para qué sirve una obra literaria, procedemos a poner un ejemplo en particular, para lo cual analizaremos algunos aportes de la novela “La sangre”, escrita entre 1911 y 1913 por Tulio Manuel Cestero, la que en su momento fue calificada como “la mejor novela dominicana” por el historiador Manuel Arturo Peña Batlle, y sobre su autor, en una edición de 1921 del periódico El Mercurio de Chile se leía: “Quien ha escrito una novela como ‘La Sangre’, tiene sobrados derechos para ser llamado maestro”.
Comenzaremos por acotar que en “La sangre” encontramos una radiografía de lo que era la sociedad dominicana de finales del siglo XIX y principios del XX. El autor retrata magistralmente la forma de vida, las costumbres, las creencias y los sueños de los ciudadanos de la época, especialmente de los habitantes de la ciudad de Santo Domingo. Ello a pesar de que aparentemente el objetivo principal es poner al desnudo las opresiones y atropellos de la dictadura de Ulises Heureaux (Lilís), la forma de su asesinato y las convulsiones sociales, políticas y económicas que siguieron al mismo, cosa que de igual manera es muy bien lograda en la narración.
Llama a la atención un párrafo de la obra en el que se combinan la ficción y la realidad con la denuncia social y la premonición. Veamos:
“Con la perspicacia de los ojos que vuelven a ver, y que por tanto pueden aislar seres y cosas, observándolos por los cuatro lados, Arturo registra ayer y hoy en busca de un hilo para guiarse mañana. La tiranía de Heureaux, se dice no ha sido adventicia, como Antonio y muchos piensan. No”.
Esta introducción del supra indicado párrafo comprende un trozo de narración totalmente ficticio. Ahora veamos que la forma en que continúa es un aporte que, si lo leemos segregado de la introducción y de la conclusión, podríamos pensar que estamos frente a texto de historia y no ante una obra de ficción.
“Los veinte y dos años de dominación haitiana disgregaron las castas coloniales, y fueron los restos de éstas las que dieron molde a las dos facciones contendientes en la primera república. Caudillos y huestes concordaban; las pasiones eran sinceras, comunes; de ahí el fervor, la abnegación y la implacable saña de sus bregas. En Santana predomina el instinto, en Báez el intelecto; pero ambos llegan a su hora. Con la levadura de los restauradores triunfantes de España, adviene un factor nuevo. Los hombres tienen prisa de gozar; la disciplina social desaparece; las clases se mezclan; el peculado asoma. El baecismo sobreviviente impera con más vigor que antes frente a los azules, quienes, por sentimentales, no se concilian en una sola aspiración bajo un jefe único, y a la postre, contagian al adversario. Fragmentados ambos, rotos los ídolos, se inicia la era de los caudillejos ignorantes, sanguinarios; las regiones se imponen, las figuras efímeras se suceden en Palacio, y en tal ambiente de asonadas, fusilamientos y asesinatos, se destacan un austero ideólogo, una mente patricia caída de la dictadura y un poeta epicúreo, hasta que la anarquía engendra a Heureaux, cuya voluntad suma a todas las ajenas dispersas, cercena cabezas, estudia los hombres y sus flaquezas y mete al país en el puño de su diestra manca”.
Ahora vienen la denuncia, el presagio, e incluso, la reflexión como colofón de un párrafo cargado de sustancia histórica y de belleza narrativa.
“Pero como a su sombra maléfica no se ha creado ni una oligarquía vigorosa ni una conciencia nacional, tornamos a las andadas, a los pronunciamientos, a los golpes de estado, a los gobiernos estériles. La exaltación, revolucionaria presumió, sin género de duda, que basta vitorear la libertad para alcanzarla, y encumbrará un civil, un hombre de levita, o un novel general enamorado de las doctrinas de Hostos, que no comprende, y las mismas manos lo derribarán al día siguiente”.
Con razón, en la introducción de la edición escolar de “La Sangre” subtitulada “Una vida bajo la tiranía”, preparada por Albert Horwell Gerberich y Charles Franklin Payne, se lee “el estilo y la dicción de Cestero están modelados en el de los escritores de la Edad de Oro de España, especialmente Cervantes…”
Con leer sólo el párrafo que acabamos de analizar de “La Sangre”, reafirmaríamos la importancia y los aportes de la novela, de la que extraemos también las siguientes contribuciones relacionadas con el enriquecimiento del lenguaje y la difusión de términos comúnmente usados por los hispano parlantes:
En ella se encuentran las siguientes expresiones: “amarre su pollita que mi pollo anda suelto”, “pies para qué os tengo”, “bandera nacional” (en alusión al plato dominicano), “con boca” y “los papeles aguantan todo”. El primero de estos refranes se usa, casi siempre a modo de broma, para indicarle a los padres de una adolescente que son ellos quienes deben orientarla en torno a una posible relación amorosa con el hijo de quien ha hablado. El segundo, transformado en “paticas pa’ qué te tengo”, se aplica normalmente cuando queremos decir que, por alguna razón, decidimos huir de un lugar.
Lo de la “bandera nacional” hablando en términos gastronómicos se refiere a un típico plato dominicano, que es arroz blanco, habichuela guisada y carne. “Con boca” es el término usado para significar que un alimento se ingiere solo, sin mixtura, lo cual es considerado como un indicador de escasez. Y finalmente, la expresión “los papeles aguantan todo” significa que no necesariamente porque algo esté escrito es cierto.
Pero además de las anteriores, en la novela de Cestero figuran las siguientes frases o refranes, muy comunes en el país, y algunos en otros lugares: “pájaro de mar en tierra”, “tiran su chinita”, en fila india”, “como alma que lleva el diablo”, “prender asando batatas”, “eso me da mala espina”, “volver con el rabo entre las piernas”, “(le darán) mucha agua a beber (al gobierno), “las paredes oyen”, “dale duro en el codo para que abra la mano”, “(fulano) no tiene en qué caerse muerto”, “cuando el río suena…”, “cada oveja con su pareja”, “(el o un) don juan”, “que (…) esto y lo otro”.
También, “que patatín y patatán”, “angelina…esa misma”, “puerco no se rasca en javilla”, “el mismo que viste y calza”, “en la bajaíta lo espero”, la culebra se mata por la cabeza”, “los tropezones (me hicieron) levantar los pies”, “échale agua al vino”, “ofrézcome al señor!”, “(un) trasunto”, “un no sé qué”, “un pobre diablo”, “tendremos (…) para rato”, “… baila al son que le toquen”, “no se mezclan las manzanas buenas con las podridas”, “esta leche está bautizada”, “no dormirse sobre los laureles”, “metido hasta el gollete”, “… sabía en dónde apretaba el zapato”, “ese huevo quiere sal”, el vale (fulano)”, y “le calientan la cabeza”.
Del mismo modo es notable la presencia de palabras tan populares como: cocotazo, gandío, malhaya, patraña, mojiganga, tereque, comadrear, cerquininga, pendejada, añangotado.
Quien lee “La Sangre” no descubre el origen de todos esos términos, pero al menos se entera que existen en la voz y en las costumbres de los dominicanos hace más de un siglo.
Al mismo tiempo considero de alta importancia el llamado a valorar, defender y respetar las raíces, historia y cultura del pueblo dominicano que lanza el autor de la novela. En la conversación final que sostiene el protagonista Antonio Portocarrero, con Arturo Aybar, su amigo, compañero de lucha y de prisión, se le escucha decir:
“…hay que ser fuertes, cultivar la libertad, amar el pasado, mas no como cosa muerta sino como a ser vivo, en incesante comunión con nosotros. Cada piedra de esas iglesias, que indios y negros regaron copiosamente con su sangre, es el eslabón de una cadena, en ellas se nutren raíces de nuestro espíritu; por esos motivos debemos defenderlas de los hombres, del tiempo y del brazo destructor de la naturaleza”.
Hay un refrán que dice “habló por cien años”. Esa es mi percepción cuando leo esas acotaciones y me imagino escucharla de los labios de un hombre que entregó su vida a una causa justa sacrificando una serie de cosas personales y familiares, y que mantiene sus principios hasta el final aun cuando ya está convencido de que el sistema lo ha vencido.
Esta obra nos lleva por múltiples caminos y nos muestra una amalgama de situaciones que, como se ha visto, nos enseñan una gran variedad de cosas que muchas veces no se perciben simple vista.
En conclusión, la literatura sirve para más cosas de las que normalmente pensamos. El libro y la lectura siempre serán aliados del desarrollo, del buen pensar y el buen hacer del ser humano.