-Petro declara que no irá a Punta Cana. Las razones no son nimias: va con la bandera de la inclusión hemisférica y la soberanía latino-caribeña-
Pero el acto tiene otro propósito: realzar su perfil como rival diplomático de EE. UU. y posicionarse como líder de un bloque anti-exclusión. Es una jugada simbólica altamente calculada.
Su discurso incendiario en la ONU –con llamadas directas a soldados estadounidenses– reavivó su perfil de contundencia política, pero activó también reacciones previsibles: la retirada de la visa es una sanción diplomática. Para Washington, es una señal de que los límites se pueden imponer; para Petro, es un argumento de fondo: “EE. UU. no respeta las reglas”.
Lo que está jugándose no es solo una Cumbre faltante sino un pulso sobre quién define el “orden hemisférico”. Petro apuesta a que la ausencia sea un acto con resonancia: “ojalá no me invoquen, pero yo tengo la conciencia y el respaldo ideológico”.
Pero cuidado: la diplomacia no solo usa discursos sino buses llenos de delegaciones, negociaciones bilaterales y agendas detrás de bambalinas. En ese terreno, no ir puede convertirse en autoexclusión. La clave estará en si otros gobiernos siguen su ejemplo —México ya dijo que tampoco asistirá— o si la mayoría opta por participar para no perder el foro.
Mientras tanto, Petro ha levantado otras banderas: denuncia ataques navales en el Caribe, llama la atención sobre muertos colombianos en “narcolanchas”, reclama que Qatar medie entre EE. UU. y Venezuela, critica la “dominación blanca” global y cuestiona premios Nobel. Es una narrativa multifocal —su política exterior es también combate simbólico— pero deberá demostrar que ese discurso puede transformarse en poder diplomático concreto, no solo en titulares incendiarios.
-Luis Rodriguez Salcedo para TeclaLibre-
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