Por Luis Rodriguez Salcedo
Desde que Donald Trump irrumpió en la escena política estadounidense, ha sabido usar el lenguaje del conflicto para ganar terreno. Uno de sus instrumentos preferidos ha sido la guerra comercial, especialmente contra China, mediante la imposición de aranceles a productos importados. Pero detrás de esta política, que se presenta como un esfuerzo por proteger la industria estadounidense, muchos se preguntan: ¿son estos aranceles una herramienta económica real o simplemente una cortina de humo?
Trump justifica sus medidas arancelarias en nombre del empleo, la seguridad nacional y el equilibrio del comercio internacional. A primera vista, su estrategia parece coherente: frenar las importaciones baratas, estimular la producción local y reducir la dependencia de China. Sin embargo, el impacto real es mixto. Algunos sectores se beneficiarán, pero muchos consumidores estadounidenses terminarán pagando más por productos importados. Además, China responde con sus propios aranceles, afectando a agricultores y exportadores norteamericanos.
Mientras tanto, dentro del país, Trump tiene una gestión cuestionada de temas sensibles como la inmigración y el cambio climático. Para algunos observadores, los aranceles son una forma de distraer, apelando al nacionalismo económico y desviando la atención de sus problemas internos. En este contexto, los aranceles funcionan como una eficaz cortina de humo: generan titulares, polarizan la opinión y mantienen a Trump en el centro del debate público.
Sin embargo, no todo es teatro. El conflicto comercial con China visibiliza problemas reales del sistema de comercio global: la competencia desleal, el robo de propiedad intelectual y la manipulación de divisas, entre otros. En ese sentido, Trump pone sobre la mesa temas que, hasta entonces, habían sido ignorados o suavizados por administraciones anteriores.
En resumen, los aranceles de Trump son una jugada con múltiples capas: una acción política, una estrategia, y en parte, una respuesta legítima a desequilibrios estructurales. ¿Cortina de humo? Tal vez. Pero también, como muchas de sus políticas, un espectáculo con consecuencias reales.
LRS