En un movimiento que ha hecho rechinar más de una tuerca en la industria automotriz, el expresidente Donald Trump anunció con bombos y platillos la imposición de un arancel del 25 % a los automóviles que no sean fabricados en suelo estadounidense. Un golpe duro para las marcas extranjeras y, de paso, para los consumidores que ahora tendrán que abrir más la billetera si desean un vehículo importado.
Este incremento deja en el olvido el modesto 2.5 % que se aplicaba hasta ahora y pone sobre la mesa una pregunta incómoda: ¿este es un acto de patriotismo económico o un proteccionismo que raya en la torpeza? Porque aunque Trump no aclaró si la medida incluirá las piezas importadas (es decir, los componentes con los que se ensamblan muchos modelos «americanos»), el solo anuncio ya ha puesto a la industria en alerta máxima.
Los analistas advierten que esta decisión podría desatar represalias comerciales de los países afectados, además de hacer subir los precios de los automóviles en Estados Unidos. Pero, como siempre, Trump juega a la política del «América primero» sin titubeos, confiando en que sus seguidores lo aplaudirán por castigar a las marcas extranjeras, sin importar que el golpe termine doliéndole más al bolsillo del ciudadano promedio.
Mientras tanto, los fabricantes de automóviles están calculando el impacto real de la medida, los concesionarios se preparan para explicar a sus clientes por qué el auto de sus sueños ahora cuesta miles de dólares más, y los economistas advierten que este «castigo» podría terminar siendo un tiro por la culata para la economía estadounidense. Pero en la política de Trump, las señales de alerta se manejan como ruido de fondo.
¿Será este el principio de una nueva guerra comercial sobre ruedas? ¿O solo otro truco de campaña para avivar el fuego del nacionalismo económico? Lo que está claro es que los autos en Estados Unidos están a punto de volverse mucho más caros… y la culpa, como siempre, tendrá muchas versiones según a quién se le pregunte.
LRS