-Trump se calza la capa de superhéroe y Newsom lo demanda por tirano-
Por Redacción de Teclalibre
Los Ángeles cumple ya cuatro días sumergida en disturbios, enfrentamientos y gases lacrimógenos. Mientras los manifestantes reclaman justicia, el presidente Donald Trump ha decidido que no hay tiempo para diplomacias. “La ciudad está invadida y ocupada por inmigrantes ilegales y criminales”, tronó el mandatario, como si hablara de un país enemigo en lugar de la segunda ciudad más grande de su propio país.
Como en un capítulo extra de The Apprentice, Trump tomó el teléfono rojo y ordenó el despliegue de la Guardia Nacional en California, pero con una particularidad: lo hizo sin el consentimiento del gobernador Gavin Newsom, quien lo acusó de saltarse la ley como quien se salta el semáforo en Sunset Boulevard.
“Trump se está comportando como un tirano, no como un presidente”, dijo Newsom, que ya presentó una demanda judicial para intentar frenar el desfile militar del comandante en jefe. Pero el presidente, lejos de amilanarse, prometió “liberar” Los Ángeles y devolverle la seguridad y el orden, como si estuviera rescatando a Gotham de manos del Guasón.
La ironía está servida: un presidente que asegura querer salvar a una ciudad de la “invasión” ilegal usando métodos que rozan lo ilegal. Todo mientras miles de ciudadanos estadounidenses –sí, ciudadanos, muchos de ellos nacidos y criados en California– siguen enfrentándose a una respuesta policial cada vez más violenta.
Por su parte, Newsom se mantiene firme en su oposición, quizás esperando que la legalidad haga lo que el sentido común no ha logrado: ponerle freno a la testosterona presidencial.
Y mientras los abogados desempolvan la Constitución y los helicópteros sobrevuelan Los Ángeles, la ciudadanía sigue atrapada en el fuego cruzado entre un presidente con ínfulas de emperador y un gobernador que se resiste a que le impongan soldados como si fueran deliverys de orden federal.
Porque, al final del día, esto ya no va solo de inmigración o seguridad. Va del eterno pulso entre el poder y la democracia, y de cuán delgada puede ser la línea entre un “acto patriótico” y una maniobra autoritaria disfrazada de salvación.
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