-Trump insinúa comprar Canadá, pero Carney le recuerda que no todo tiene precio-
Por Luis Rodriguez Salcedo
Washington, D.C. .- En una escena digna de una comedia geopolítica, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recibió este martes al nuevo primer ministro de Canadá, Mark Carney, en la Casa Blanca, donde la diplomacia tuvo más tintes de inmobiliaria que de política exterior.
“Canadá no está a la venta”, declaró Carney con una sonrisa diplomática pero firme, anticipándose a lo que parecía una oferta informal del magnate-presidente. Trump, sin perder su tono campechano, respondió: “Nunca digas nunca. Me encanta Canadá”. Una frase que, viniendo de un ex empresario de bienes raíces, suena menos a elogio y más a tasación.
El encuentro, que pretendía ser el inicio de unas negociaciones comerciales para eliminar aranceles impuestos por EE.UU., derivó en una peculiar oferta: Trump propuso que Canadá se convirtiera en el estado número 51 de la Unión. Según él, eso traería “impresionantes beneficios” a los canadienses, como “impuestos más bajos y un ejército gratuito”, en una especie de combo geopolítico de supermercado.
Carney, que llegó al poder tras una campaña en la que precisamente defendía la soberanía canadiense frente a la presión extranjera, no dudó en dejar claro que Ottawa no está en venta, ni con descuento ni con financiamiento. “Como usted bien sabe, presidente, hay propiedades que simplemente no están en el mercado. Canadá es una de ellas. Igual que el Palacio de Buckingham que usted visitó”, apuntó el primer ministro, con la fina ironía que tanto escasea en estos tiempos.
Trump, acostumbrado a convertir torres y campos de golf en símbolos de poder, pareció por un momento aceptar la comparación, aunque no sin lanzar un último dardo: “No necesitamos los automóviles canadienses ni su petróleo; tenemos de sobra”, dijo, como si fuera el gerente de una gasolinera con petróleo de sobra y sin interés en nuevos proveedores.
Lo cierto es que, detrás del chiste y los apretones de manos, se esconde una realidad inquietante: mientras el mundo se fragmenta en bloques económicos, hay quienes todavía sueñan con expandir fronteras como si fuera el siglo XIX. Por suerte, algunos primeros ministros aún creen que hay cosas —como un país entero— que no se pueden comprar.