Por Ramón Santana
El reciente colapso del emblemático centro de diversión Jet Set en Santo Domingo ha provocado una sacudida en el imaginario colectivo dominicano.
Hoy es viernes 11 de abril y aunque parezca mentira no han pasado ni cinco días de esa tragedia que nos marca negativamente para toda nuestra vida como país y como seres humanos. Ha pasado poco tiempo, definitivamente, pero el mismo ha sido suficiente para reflexionar profundamente sobre el hecho y todo lo que implica.
Por demás está decir, que quizás estamos ante la posibilidad de aquilatar el record negativo de pérdidas humanas en un solo lugar por estas causas en todo el Continente Americano. Y para tener un referente reciente, recordemos que el terremoto del 2017 de la Ciudad de México cobró la vida de aproximadamente 300 personas.
Sin embargo, en lo personal entiendo que no se trató solo del derrumbe físico de una estructura, sino de un golpe directo a la confianza en el Estado y sus instituciones. Este hecho no puede limitarse a una tragedia puntual: debe entenderse como una alerta nacional sobre la precariedad de los mecanismos de prevención, control y vigilancia técnica que deberían proteger la vida de los ciudadanos. El hecho en sí nos pone a todos en alerta y bajo el temor de todo lo que implica la responsabilidad del Estado.
¿Una estructura colapsada o un sistema podrido?
El Jet Set no era un rincón olvidado de la ciudad: era un lugar de constante afluencia pública, ubicado en una de las avenidas más transitadas del país.
¿Cómo es posible que en una edificación de ese nivel no se detectaran a tiempo fallas estructurales graves? ¿Quién dio los permisos para su funcionamiento? ¿Cuándo fue la última vez que fue evaluada por las autoridades competentes?
Este suceso pone en evidencia una cadena de omisiones institucionales.
Según el Colegio Dominicano de Ingenieros, Arquitectos y Agrimensores (CODIA), la mayoría de las edificaciones en el país no son inspeccionadas periódicamente, y muchas carecen de estudios de vulnerabilidad sísmica o estructural, a pesar de estar en zonas de alto riesgo.
La Ley 687-82 sobre Normas de Diseño Sísmico, vigente desde hace más de cuatro décadas, ha sido insuficientemente aplicada. En 2020, el Ministerio de Obras Públicas reconoció que al menos un 60% de las edificaciones públicas y privadas no cumplen con los estándares actuales de resistencia y seguridad.
No es un problema de normativas, sino de voluntad y ejecución.
¿Y si también se derrumba la salud o la alimentación?
Más allá del concreto, el colapso del Jet Set nos invita a pensar en otras estructuras invisibles pero igualmente fundamentales: la salud, los alimentos, las medicinas. Por ejemplo y en mi condicion de profesional de la quimica desde hace mucho tiempo yo me hago las siguientes preguntas: ¿Quién certifica la calidad de lo que consumimos? ¿Qué tan eficientes son los laboratorios estatales para verificar la inocuidad de productos?
¿Cuántos alimentos importados o nacionales llegan a los hogares sin el debido control sanitario?
Un informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) reveló que más del 35% de los laboratorios públicos en la región del Caribe carecen de acreditaciones internacionales. En República Dominicana, la Dirección General de Medicamentos, Alimentos y Productos Sanitarios (DIGEMAPS), con recursos limitados y una capacidad de inspección insuficiente, ha sido objeto de críticas por la débil fiscalización en sectores tan delicados como los suplementos nutricionales o los productos farmacéuticos de bajo costo.
¿Y si los medicamentos que consumimos, como las paredes que nos rodean, también estuvieran llenos de grietas invisibles? Cuando sucede una tragedia como la del Jet Set es relativamente facil establecer las victimas, pues en este caso se trata de un universo finito. Pero cuando los medicamentos y alimentos, incluso del agua misma, ¿Cómo podriamos imagenarnos quién fallece por una baja o alta dosis de un medicamento, o mas aun cuantos fallecen? Parece ciencia ficción, pero les aseguro que es algo real.
Comparaciones que duelen: aprender del fracaso ajeno
La historia está llena de ejemplos donde la negligencia institucional ha costado vidas. El caso del edificio Champlain Towers South en Surfside, Florida (2021), colapsó por problemas estructurales no corregidos, a pesar de reportes previos. Más cerca, en Medellín, Colombia, el edificio Space se desplomó en 2013 dejando 12 muertos, tras años de advertencias ignoradas.
En estos casos, la justicia actuó, las normativas se endurecieron y se abrieron debates públicos sobre la ética en la construcción. ¿Cuál será la respuesta dominicana? ¿Tendremos el coraje de revisar todo el sistema o haremos lo que tristemente sabemos hacer: esperar la próxima tragedia?
El rol del Estado: ausente o cómplice
El Estado tiene la obligación de ser garante de seguridad, no un espectador.
Cuando falla en prevenir, supervisar y sancionar, su omisión se convierte en complicidad estructural. La cultura del “eso aguanta” ha sido el sello de muchas obras públicas y privadas, donde la estética o el presupuesto han pesado más que la integridad y la seguridad humana.
A esto se suma la privatización irresponsable del control técnico: en muchos casos, son las propias empresas constructoras quienes contratan a los inspectores, lo que genera conflictos de interés peligrosos. La función pública ha sido relegada a la pasividad o al clientelismo técnico.
Para resumir, no se cayó un techo, se derrumbó la confianza
El Jet Set era, simbólicamente, una edificación de la alegría, del entretenimiento, del encuentro. Pero su derrumbe expone que, en República Dominicana, ni siquiera los lugares más visibles están exentos de la desidia institucional.
No se trata de buscar culpables individuales, sino de entender que tenemos una crisis sistémica que va desde la permisología hasta la fiscalización.
Mientras no exista una reforma integral del sistema de seguridad estructural —que incluya evaluación de edificios viejos, fortalecimiento institucional y cultura preventiva— seguiremos siendo rehenes del azar y la negligencia.
Hoy fue el Jet Set. Mañana podría ser una escuela, un hospital, un puente… o incluso el plato de comida que llevamos a la mesa… o sencillamente el medicamento que tomamos para controlar la presión o la diabetes. Porque cuando el Estado falla en lo estructural, falla también en lo esencial: proteger la vida.
El autor es dirigente de la Fuerza del Pueblo, reside en Nueva York