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Geopolítica y Guerra: Trump un presidente en busca de la paz

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Por José Manuel Castillo Betances  /
 

 

Debemos reconocer el interés del presidente Donald Trump en poner fin a la guerra
entre dos pueblos hermanos: Rusia y Ucrania. Sin embargo, esta intención enfrenta la
resistencia de los llamados "belicistas", quienes se benefician del conflicto.
La visión estratégica del presidente estadounidense y su equipo se basa en la
importancia de establecer buenas relaciones diplomáticas con Rusia, conteste con la idea
visionaria de Henry Kissinger que abogó por la alianza EE. UU-Rusia, a fin de evitar la
coalición de acero China Rusia.

Este enfoque no solo busca reducir las tensiones internacionales, sino que también implica
el levantamiento de las sanciones a Rusia, las cuales aún no han sido levantadas, lo que sin
duda puede representar un obstáculo para las negociaciones de paz. Al mismo tiempo, esta
visión podría abrir la puerta a una alianza estratégica entre EE. UU. y Rusia, que iría más
allá de garantizar la paz global, abarcando también sectores clave como la industria
energética.
En este contexto, el sector gasífero adquiere una relevancia especial para ambas
naciones. La cooperación en la producción y comercialización de gas fortalecería el control
sobre el mercado europeo, actualmente amenazado por la guerra y por la posible
materialización del gasoducto Qatar-Europa a través de Siria y Turquía. Además, el conflicto ha puesto en juego recursos estratégicos como las tierras raras ucranianas, aunque ha dado paso a un enorme negocio de reconstrucción, valorado en más de medio billón de dólares.

Empresas estadounidenses como Black Rock podrían liderar estos proyectos, pero
nada de esto es viable mientras persista el conflicto bélico. Ucrania ha llegado a un punto
crítico: su reconstrucción implica, en la práctica, hipotecar el país y pagar en especie.

La resistencia a las negociaciones de paz por parte de ciertos sectores de occidente revela su interés en formar parte del negocio de la reconstrucción, al mismo tiempo que buscan
mantener bases logísticas y militares en el territorio del gran poeta y humanista ucraniano
Tarás Shevchenko.

No debemos olvidar que el cerco en la frontera rusa con misiles estratégicos fue percibido
por Rusia como la causa principal de la llamada operación militar especial. Según la visión
del Kremlin, esta ofensiva también tenía como objetivo la “desnazificación” del ejército
ucraniano, un proceso similar al que se llevó a cabo en Alemania y Austria tras la victoria
aliada en 1945.

Estamos de acuerdo en condenar la guerra. Para nosotros, es el peor flagelo de la
humanidad y nada lo justifica. Por ello respaldamos la magnífica visión de la administración
Trump en este aspecto.

No obstante, los imperios se rigen por doctrinas geopolíticas. Para Occidente, el
desgaste de Rusia ha sido un objetivo desde los años 90, cuando el destacado estratega Paul Wolfowitz, promotor de la guerra en Irak, planteó que, a pesar de la caída de la URSS, Rusia seguía siendo fuerte debido a sus vastos recursos naturales. Por ello, según Wolfowitz, había que “evitar el resurgimiento de una potencia rival en Eurasia”. Esta estrategia se adoptó basándose en la supremacía de Estados Unidos y en la doctrina de intervención preventiva,
así como en el uso del poder militar para promover la “democracia”, principios que se
detallan en el documento Defence Planning Guidance de 1992.

Esta visión está alineada con la clásica teoría del Heartland de Halford Mackinder,
quien en el siglo XX afirmó: "Quien gobierne en Europa del Este dominará el Heartland; quien gobierne el Heartland dominará la Isla-Mundial; y quien gobierne la Isla-Mundial controlará el mundo." un hecho histórico que refuerza esta perspectiva es la crisis de los misiles en Cuba en los años 60. En aquel entonces, la instalación de misiles soviéticos en San Cristóbal, a 1,482 km de EE.UU., estuvo a punto de desatar una guerra nuclear.

Hoy, la distancia es aún menor:
apenas 841 km en la frontera terrestre entre Rusia y Ucrania y 320 km en la frontera
marítima.

Aquí radica el núcleo del problema, y la pregunta es clara: si en los años 60 el
liderazgo occidental no toleró armas estratégicas a 1,482 km, ¿por qué Rusia debería
aceptarlas a 841 km o incluso a solo 320 km?

Parece que el presidente Trump y su equipo han comprendido esta realidad
geopolítica y sus implicaciones para la paz mundial, de ahí sus esfuerzos diplomáticos en
busca de estabilidad y coexistencia pacífica. Europa ha sido el escenario de las dos guerras
más devastadoras de la historia de la humanidad. Una tercera guerra no es una opción.
Tenemos derecho a vivir en paz y debemos esforzarnos por alcanzarla. Respaldemos el plan
de Trump por la Paz global.

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