Autor: Néstor Porfirio Nuñez /
El 24 de abril de 1965 no solo estalló una guerra en la capital dominicana; estalló también el recuerdo de un país que apenas había empezado a soñar con la democracia. En el corazón del conflicto estaba el nombre de un hombre que no disparó una sola bala, pero por quien miles arriesgaron la vida: Juan Bosch.
Electo en 1962 como el primer presidente democrático tras la dictadura de Trujillo, Bosch fue derrocado apenas siete meses después. Sus reformas sociales, su visión laica del Estado y su defensa de las libertades civiles provocaron el rechazo de la cúpula militar y la oligarquía. Cuando, dos años más tarde, un grupo de jóvenes militares y civiles se levantó en armas exigiendo su restitución, Bosch estaba en el exilio. Su figura se convirtió en bandera.
Los constitucionalistas, liderados por Francisco Alberto Caamaño, reclamaban el retorno del orden constitucional quebrado en 1963. Querían que Bosch volviera. Sin embargo, el expresidente, aunque apoyaba moralmente el movimiento, observaba desde lejos, con prudencia y preocupación. Nunca quiso una revolución armada. Temía que la causa derivara en un conflicto manipulado por intereses externos o ideologías ajenas a su pensamiento democrático.
Pero para los barrios, Bosch era mucho más que un político. Era el símbolo de la esperanza traicionada. Los combates se libraron entre casas humildes, en calles sin asfalto, entre jóvenes que no habían terminado la secundaria pero sabían que luchaban por algo más grande que ellos. Cuando los marines estadounidenses desembarcaron, el conflicto se transformó en un capítulo brutal de la Guerra Fría, con la capital dominicana convertida en tablero de ajedrez geopolítico.
El precio fue altísimo. Más de 3,000 muertos, la mayoría civiles. Bombardeos en barrios enteros. Cuerpos sin identificar. Hospitales desbordados. Familias enteras escondidas en iglesias, niños convertidos en mensajeros, mujeres improvisando hospitales en cocinas. La ciudad respiraba miedo y pólvora.
Hoy, seis décadas después, quedan las huellas: en las historias de los sobrevivientes, en los murales de Caamaño, en las ausencias que duelen en silencio. La Guerra de Abril no logró el regreso de Bosch al poder, pero sembró una conciencia colectiva de dignidad y resistencia que marcaría a generaciones enteras.
Y aunque Juan Bosch no estuvo en las trincheras, su nombre sigue resonando en cada rincón donde aún se cree que un país justo es posible.
El autor es periodista y dirigente del Colegio Dominicano de Periodistas CDP en la Florida Central