SANTO DOMINGO, RD.- La escena fue digna de una película de espionaje de bajo presupuesto. Ni alfombra roja, ni banda de música, ni la clásica pasarela de ministros saludando con sonrisas congeladas. Esta vez, las escalinatas del Palacio Nacional se quedaron huérfanas de espectáculo. Solo unos cuantos hombres de negro, miradas serias y un silencio tan espeso que se podía cortar con cuchillo.
El visitante: Serguéi Lavrov, el canciller ruso, nada menos. La ocasión: histórica, según los libros. Es la primera vez que un alto emisario de Moscú pisa tierra dominicana en misión oficial. Pero, curiosamente, el acontecimiento se manejó con la discreción de quien entra a una casa ajena a las tres de la mañana, sin querer despertar a nadie.
Nada de fotos, nada de declaraciones, ni siquiera un «hola y adiós» para la prensa. Si uno no estaba muy pendiente, fácilmente pensaría que Lavrov vino de vacaciones, o que simplemente se perdió buscando el Malecón. ¿Qué se trató en esa reunión? ¿Geopolítica? ¿Comercio? ¿Una receta de borscht con mangú?
Lo cierto es que el encuentro fue tan silencioso que dejó más ruido del que habría causado una rueda de prensa. Y ya se sabe: cuando en política hay tanto sigilo, es porque lo importante no es lo que se dice… sino lo que se calla.
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