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¿A LAS PUERTAS DEL FIN DEL RÉGIMEN?

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¿A las puertas del fin del régimen?

Opinión desde la esperanza de los venezolanos que anhelan libertad

Por  Luis Rodríguez Salcedo

En Venezuela, donde la lucha por sobrevivir el día a día ya parece un desafío extremo, cada maniobra militar en el Caribe enciende rumores, temores y anhelos. La reciente aparición de tres destructores estadounidenses frente a las costas del país ha desatado una pregunta que nadie quiere decir en voz alta, pero todos piensan: ¿estará llegando el momento decisivo para el régimen de Nicolás Maduro y su fiel aliado Diosdado Cabello?

Para quienes han soportado años de represión, escasez y humillación, los buques norteamericanos no son simples embarcaciones; son símbolos de una posibilidad largamente esperada: la caída del régimen que ha convertido al país más rico en petróleo en una nación de emigrantes y sobrevivientes.

Los venezolanos opositores saben que hablar de “Cartel de los Soles” no es un invento. Es la sombra que flota sobre la cúpula militar y política, el rumor que se volvió expediente judicial en cortes internacionales, el secreto a voces de un Estado convertido en plataforma del narcotráfico. Ver destructores estadounidenses navegar cerca de nuestras aguas despierta la ilusión de que, finalmente, alguien con poder real pueda cortar de raíz esa maquinaria.

No se trata de romanticismo imperial ni de fe ciega en Washington. Es la constatación de que, desde adentro, la dictadura se ha blindado con represión, cárcel y miedo. Ninguna protesta, ninguna elección ni ningún diálogo “acompañado” por mediadores de ocasión ha quebrado el núcleo duro de un régimen sostenido por bayonetas, dólares oscuros y respaldo extranjero.

El otro elemento que llena de especulación a los venezolanos es el contexto global. Que Estados Unidos despliegue poderío militar justo mientras negocia con Rusia una salida al conflicto en Ucrania, hace pensar que el apoyo de Putin a Maduro podría estar en la mesa de transacciones. “Si me ayudas con Kiev, yo te suelto a Caracas”, podrían estar susurrando en despachos diplomáticos.

Para quienes han visto a Maduro viajar a Moscú como un alumno sumiso ante su maestro, no es descabellado imaginar que Venezuela sea usada como ficha de canje. Y en ese escenario, los opositores sueñan con que el Kremlin decida que su peón tropical ya no le es útil.

Claro, los venezolanos que esperan el derrumbe del régimen saben también que todo puede quedarse en gestos. Que Washington hable de “lucha contra los carteles” y que Caracas responda movilizando 4,5 millones de milicianos puede ser solo parte del teatro estratégico.

Pero después de 25 años de chavismo, cada movimiento externo que debilite a Maduro y a Diosdado se lee con esperanza. La gente que lucha por comida, que busca medicinas imposibles, que sueña con volver del exilio, necesita creer que el monstruo tiene un límite.

La oposición venezolana, hastiada de diálogos estériles y promesas incumplidas, observa en esos destructores más que barcos: ve una grieta en el muro de impunidad.

Quizá no sea mañana, ni pasado. Quizá ni siquiera sea por la vía militar. Pero el mensaje es claro: el mundo no ha olvidado que en Venezuela gobierna un régimen acusado de narcoestado, de violador sistemático de derechos humanos y de destruir el tejido social de toda una nación.

Y para millones de venezolanos, que alguien ponga a Maduro y a Diosdado contra la pared —aunque sea con la sombra de tres buques en el horizonte— es ya un respiro de esperanza.

Sin embargo, al final de esta historia se levanta una contradicción amarga. Para los venezolanos que sueñan con el fin de la dictadura, la presencia de Estados Unidos puede ser la chispa de la esperanza; pero también es el recordatorio de un papel que Washington ha jugado durante más de un siglo: el de gendarme de América Latina… y del mundo.

Ese mismo policía global que unas veces promete salvar y otras tantas termina imponiendo sus propios intereses. Un rol que despierta alivio en quienes esperan el derrumbe de una tiranía, pero también recelo en quienes saben que, tras los cañones y banderas, suele venir la factura geopolítica.

rodriguezsluism9@gmail.com

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