Por Simeón Arredondo
Poeta, ensayista y gestor cultural
simeonarredondo@gmail.com
En el ámbito de la poética petromacorisana surgió en el año 2000 el libro “Elegías Bucólicas”, con el que Ángel Mario Carbuccia nos da un baño de historia de la patria chica de Pedro Mir.
“Elegías Bucólicas” es un grito desesperado que emerge a través de una garganta estrangulada. Constituye un canto por donde desfilan metáforas y otras figuras que el autor utiliza para poner al desnudo su lamento, su pesar, su melancolía; pero sobre todo, grandes añoranzas y una profunda nostalgia por la situación de un San Pedro de Macorís, que en algún momento fue catalogado como la capital industrial y cultural de la República Dominicana; y que varias décadas después de manera increíble y sorprendente se convierte en un pueblo envuelto en el recuerdo romántico de la ciudad de los bellos atardeceres.
Con mucha fuerza poética Carbuccia deja constancia de su dolor. El dolor que le ocasiona pensar en ese Macorís del Mar que era orgullo de todos sus habitantes por el notable desarrollo cultural y por el auge económico que en gran parte del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX llegó a alcanzar.
Examinando y destacando varias tradiciones de su pueblo, el poeta hace un recorrido por los elementos propios de esta ciudad que enclavada en el Sureste de la isla observa taciturna el Mar Caribe, recibiendo las brisas marinas como recibe un enfermo el ungüento. Así encontramos en estos versos, que a decir de su autor nacieron en 1983 (aunque salen a la luz pública en septiembre del año 2000), un profundo lamento que nos envuelve el alma. Veamos:
En ese hueco crudo
de la vida,
todo hecho quieto
de silencio,
entero plomizo
y fulminante,
tinto de muerte
y solitario.
“Elegías Bucólicas” es un relato versificado de las añoranzas y de la nostalgia que se incrustan en las venas de todo aquel que siente o ha sentido algo de amor, admiración o respeto por la Serie 23 en la República Dominicana; pero en el autor se da en una alta dosis: “Hablar de Gilbert, / los gagás, / Mosquitisol, / hablar de todas tantas cosas, / pequeñas cuando se admiran, / pero ciclópeas / cuando se aman, / es destapar más aun / la melancolía del recuerdo”.
Hay un lamento que resulta perenne en estos versos que parecen sobrevivir en medio de una tormenta “que espanta nubes con su mirada de vidrio”. Y es que para Carbuccia resulta inaudito que todo este malestar que rodea y golpea a su pequeño terruño sea o parezca inducido con la expresa intención de “ahorcar a San Pedro con su propia chalina de azúcar”, y de “volver la corriente del Higuamo una laguna”, que hoy todos observamos con ojos que no parecen propios.
En ocasiones, con un lenguaje cotidiano el alma del poeta llora al recordar aquellas calles con casas tradicionales y transitadas por coches que engalanaban cada metro de vía embriagada de guavaberry y de poesía; y que hoy no son más que series de hoyos bochornosos, tormentosos y peligrosos: “San Pedro / no tiene calles; / sólo caminos / donde florecen / y abundan / las piedras, / el caliche, / la amnesia”.
En el último verso la palabra “amnesia” ha de referirse a la pérdida total o parcial de la memoria. Y es que este escritor ve como a un verdugo “el olvido” ante la calamidad de su pueblo. Ese “olvido” que aparece a lo largo de la obra tiene al menos tres interpretaciones posibles: Puede referirse a que las autoridades gubernamentales e instituciones diversas se han olvidado de esta parte del país para atender sus necesidades, esquivando así sus responsabilidades; puede hacer alusión a que los propios macorisanos han olvidado “las voces del obrero rajando la vestimenta del alba”, y por consiguiente no miran hacia el porvenir y no hacen lo que deben hacer para que su ciudad, su provincia dé los pasos que la conducirían a un futuro más promisorio; y puede hacer referencia a que macorisanos y no macorisanos han olvidado el sitial que ocupó esta comarca en el desarrollo de la República Dominicana como hemos señalado antes.
Ese “olvido” que no deja de dolerle al poeta, realmente nos hace pensar que estamos viendo “los kioscos, donde la cuava es porcelana, y la venta, un eclipse total de planetas…” Y el poeta se introduce en el escenario: “San Pedro / es una magistral cascada del Olimpo / herida por las piedras del olvido, / un villorrio helénico / que llevo en las venas, / que miro en las manos, / que busco dormido, / que clava mis riñones de tabla / con la bucólica fisga del amor”. También es notorio el afán del poeta por dialogar con su terruño lar, y hacerle propuestas alentadoras, con lo que manifiesta sus añoranzas mediante una elegante apóstrofe:
Hoy vengo,
San Pedro,
a caminar tu cuerpo,
a desnudarlo,
a poseerlo;
a pegarlo como tierra
a nuestra sangre soldadesca;
a izarlo hasta el cielo
para que no se pierda.
Las más arraigadas tradiciones macorisanas son extrañadas en el texto. El autor añora su antigua Sultana del Este. Nos parece que lamenta tener una ciudad preñada de moto-conchos, al Macorís de aquellos hermosos coches que engalanaban sus calles. Siente profundo pesar al encontrarse con múltiples barrios arrabal-izados, en vez de elegantes edificaciones clásicas que nos regalan una “gótica mirada”. Escuchar a cada esquina una pela de lengua o una música que nos envenena el alma, en lugar de “las boinadas conversaciones en inglés”. Prefiere “sus domingos de matinée, de misas, de visitas, de guayaberas estrenadas”, a un malecón tumultuoso rodeado por millones de bacterias que germinan en un vertedero de basura.
En verdad, pasar de hermosas retretas dominicales, a sendas bocinas gigantes en la puerta de un colmadón, es motivo para añorar a un “San Pedro de óleo, de nieves”, y he aquí que nueva vez se destaca el pesar y la nostalgia de Carbuccia por la presencia de ese maldito “olvido”. Ese “olvido” que “trastoca el día con su gris plomizo”; que “es un búho de plomo. Estrígida rapaz, de metálica constancia, que orea la vida en pendientes aceradas”. Ese “olvido” que “es un búho de plomo con anillos de fuego en las garras”. Ese es el “olvido” que ocupa su mente y hiere su alma. Y como si tuviera a la ciudad de oyente vuelva a apoyarse en la apóstrofe y exclama:
Entonces,
el polvo
que vomita tu vientre
no es de vejez,
sino de olvido.
Los poetas Francisco Domínguez Charro, René Del Risco Bermúdez, Gastón Fernando Deligne y otros grandes macorisanos reciben una palmada de Carbuccia en “Elegías Bucólicas”, texto que a pesar de constituir, como dije al inicio, un grito desesperado, no deja morir el optimismo y presenta ciertas notas esperanzadoras: “Sin embargo, / aún eres / ese bello atardecer / que nos envuelve la mirada; / esa humareda constante / que orienta, / tiempo ha, / nuestro espacio”. “Un San Pedro que escarba / esperanzas azules / en el lomo abollado / de un futuro fétido”. Entonces, como queriendo hacer algún aporte. Como si quisiera poder decirle al enfermo “levántate y camina”, y que éste se incorporara robusto sobre sus pies, sigue conversando con la urbe:
Ojalá despiertes
como me pariste
pueblo de entonces,
con la aurora de melaza
ante mis pies,
y embutirme
como mi negro hermano
de carbón,
desde el ponto azucarado
de la luz,
hasta el orgasmo lívido
de las horas soleadas.
Más que un baño de historia de la patria chica de Pedro Mir, como manifesté en el primer párrafo de este ensayo, Ángel Mario Carbuccia nos inyecta a través de sus Elegías Bucólicas una dosis de sus añoranzas y de su nostalgia. Dosis que se multiplica cuando con profunda reflexión confirmamos que en San Pedro de Macorís, en vez de atardeceres dorados, del dulce olor de la zafra, o del sonido de muy ocupadas locomotoras; se percibe la sensación de impotencia que provoca ver el cadáver de su Higuamo, cuyas aguas repletas de contaminación también añoran el “signo portuario que se abre al universo”.
San Pedro de Macorís
Julio del 2004.

