-El negocio del miedo: Trump, Bukele y el “combo migrante” en la cárcel del show-
Por Luis Rodríguez Salcedo-
Si usted pensaba que las prisiones eran centros para rehabilitar criminales, despierte: en 2025 son escenarios de geopolítica, propaganda y… negocios. Lo que está pasando entre Donald Trump y Nayib Bukele con el famoso CECOT, la mega-cárcel salvadoreña, es un espectáculo digno de película, pero sin final feliz.
Porque lo que vemos no es una política migratoria, sino un circo punitivo donde el dolor ajeno cotiza alto, y los derechos humanos valen menos que un tuit viral.
Trump, siempre amante del escándalo, desempolvó una ley de 1798 para deportar a unos 238 venezolanos acusados —sin juicio, ni pruebas sólidas— de pertenecer al “Tren de Aragua”, esa banda criminal que parece el nuevo coco continental. El detalle morboso: más del 75 % no tiene antecedentes penales en EE.UU. Ni uno.
¿La prueba reina? Tatuajes. Aparentemente, tener una estrella, una lágrima o un nombre mal escrito en el brazo ya es suficiente para ser “terrorista extranjero”. Así, cientos de migrantes —en su mayoría pobres, indocumentados, y escapando de regímenes fallidos— han sido embalados y enviados como paquetes exprés al CECOT, la prisión más temida (y fotografiada) de América Latina.
Bukele, por su parte, no da puntada sin hilo. Recibe unos jugosos US$6 millones al año por cuidar “los monstruos de Trump”, lo cual equivale a unos US$20,000 por cabeza. ¿El costo real? Mucho menos.
El joven presidente salvadoreño ha convertido su modelo carcelario en un producto exportable. Ya no solo encierra a sus mareros, sino que alquila celdas a potencias extranjeras, y vende la narrativa de “mano dura sin contemplaciones” al mejor postor. ¿Qué importa si en el paquete vienen varios inocentes? Mientras se vean rudos en la foto y generen miedo, cumplen su papel.
Juristas han dicho que esto es ilegal, inconstitucional y moralmente aberrante. Jueces han declarado inválido el uso de la Ley de Enemigos Extranjeros (porque Venezuela no está en guerra con EE.UU.), y obligan al gobierno a permitir que estos migrantes puedan impugnar su deportación.
Pero Trump, fiel a su estilo de «tirar la piedra y romper el cristal», hace oídos sordos. Al fin y al cabo, el objetivo no es la legalidad, sino el espectáculo. Y Bukele, con su cárcel de luces LED y presos descalzos en fila, le da el decorado perfecto.
Sí. Esto no es cooperación internacional: es subcontratación del terror, externalización de culpas y monetización del sufrimiento humano.
Bukele cobra; Trump se luce con sus votantes antiinmigrantes; los medios hacen titulares de impacto… y los detenidos —culpables o no— pagan con años de encierro sin juicio, sin familia y sin voz. La cárcel como escenografía. La justicia como meme.
Hoy es el Tren de Aragua. Mañana puede ser cualquier grupo, cualquier rostro oscuro que sirva para generar miedo.
Y si este experimento resulta rentable, no se sorprenda si pronto vemos prisiones en cadena, estilo “franquicia del castigo”, donde otros países “amigos” de EE.UU. quieran su tajada.
Porque cuando el poder se mezcla con el morbo, la picardía se convierte en cinismo… y los derechos humanos son lo primero que descarrila.
rodriguezsluism9@gmail.com