-Entre banderas cruzadas y narrativas opuestas: el domingo en que Santo Domingo fue campo de batalla simbólica-
Por Luis Rodriguez Salcedo
El pasado domingo 27 de abril, Santo Domingo fue el escenario de una doble jornada de marchas que, aunque distintas en su convocatoria, terminaron entrelazadas en una misma trama: la creciente tensión política y social en torno a la migración ilegal haitiana y la fragilidad del consenso nacional dominicano.
De un lado, la protesta convocada por la organización Antigua Orden Dominicana, encabezada por el joven Angelo Vásquez, reunió a cientos de personas con un mensaje claro: detener la migración ilegal haitiana, considerada por muchos como la más visible, profusa y desafiante amenaza a la soberanía nacional. Del otro lado, una concentración promovida por sectores tradicionales de la izquierda dominicana conmemoraba los 60 años de la Revolución de Abril de 1965, con figuras como Narciso Isa Conde y Virtudes Álvarez al frente.
Lo curioso –o lo sospechoso, dirían algunos– fue el aparente cruce entre ambas manifestaciones. En un principio, se insinuó que la marcha de la izquierda contaría con la participación de migrantes haitianos, lo que fue interpretado por sectores conservadores como un intento de contrarrestar el impacto del acto anti-migratorio de Antigua Orden. Otros vieron en esto una provocación velada, o incluso un disfraz para encubrir el disgusto histórico de la izquierda con todo lo que huela a nacionalismo conservador.
El lunes, el debate se encendió aún más. La periodista Altagracia Salazar y otros comunicadores acusaron a la Antigua Orden de estar financiada por el propio gobierno, sugiriendo un juego de doble moral en Palacio: permitir la migración mientras apoya a quienes la critican. Desde la otra acera, voces como Vinicio Castillo Semán y el abogado y analista Castillo Pantaleón respaldaron a Angelo Vásquez, reafirmando la legitimidad de su causa y tachando a la izquierda de anquilosada y desfasada.
A todo esto se sumó un nuevo ingrediente: el siempre polémico Esteban Rosario publicó una columna afirmando que “no estamos haitianizados, sino norteamericanizados”. Rosario, como es habitual, desvió el foco hacia el dominio cultural y político de EE.UU., alejando la discusión de Haití y acercándola a un diagnóstico más estructural de la dependencia nacional.
El resultado: una sociedad más dividida, más confundida y, sobre todo, más vulnerable. Mientras la migración ilegal sigue su curso sin freno claro y el país parece cada vez más presionado por una realidad geopolítica compleja, los dominicanos están enzarzados en peleas ideológicas, acusaciones cruzadas y luchas internas. En vez de unir fuerzas ante una situación crítica, seguimos –como dice el refrán– “a la garata con puños”, enfrentados no solo por lo que pensamos, sino por cómo y con quién lo pensamos.
La gran pregunta que queda flotando es: ¿será posible construir un frente común en defensa de la soberanía sin caer en el extremismo ni en la negación de la realidad? Porque mientras discutimos entre nosotros, el reloj demográfico y geopolítico sigue corriendo.