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¿JUSTICIA O ESPECTÁCULO EN ALTA MAR?

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Cruceros, querellas y poder: ¿Justicia o espectáculo en alta mar?
Por  Luis Rodríguez Salcedo

Era un crucero. Un simple crucero, de esos que navegan con su carga de turistas en busca de piña colada, brisa marina y música caribeña en cubierta. Pero la escena que se montó frente al puerto dominicano se parecía más a una operación de película de acción… o de propaganda política.

¿Qué tan legal es que se persiga —con tanta premura y sin pudor— a un ciudadano dentro de un barco extranjero, rodeado de cientos de turistas atónitos, por querellas que unas han sido retiradas y otras puestas en el congelador judicial? Pues depende. Depende de quién seas… o contra quién hables.

El detenido, un comunicador que se autodefine como «detective» de redes y fiscal de lo oculto, ha hecho de su verbo filoso una marca personal. Ha dicho, publicado, investigado (o al menos eso alega) sobre políticos, empresarios, artistas y toda alma que respire en el cuadrante del escándalo digital. Entre sus blancos, un nombre resalta: el del flamante diputado Goris Moya, oficialista, de verbo rápido y piel aparentemente delgada.

Goris Moya no es un político cualquiera. Tiene voz en el Congreso, micrófono fácil y —parece— amigos en los lugares correctos. ¿Tiene poder para impulsar desde su curul una persecución judicial? Legalmente, no debería. Políticamente… bueno, en República Dominicana el poder se mide más por la capacidad de mover hilos que por los límites que impone la ley.

Entonces, cabe preguntarse: ¿Estaba en juego la seguridad nacional para justificar esta espectacular operación de aprehensión? ¿Era este comunicador un peligro tan inminente que no podía tocar tierra firme sin que las autoridades se adelantaran con esposas y cámaras listas? ¿O fue todo una demostración de fuerza para mandar un mensaje —no al acusado— sino a todos los demás que se atrevan a desafiar el poder con un celular y conexión a internet?

La ley dice que nadie está por encima de ella. Pero la realidad demuestra que algunos flotan mientras otros se hunden. El barco siguió su curso, pero el mensaje quedó claro: en este país, los cruceros pueden traer sol, ron y alegría… o servir de escenario para ajustes de cuentas entre la política y la libre expresión.

No es sólo un caso judicial. Es un síntoma. Y, como en toda enfermedad mal atendida, el síntoma avisa: la libertad de expresión y la institucionalidad están navegando por aguas cada vez más turbias. Que no nos sorprenda si el próximo crucero trae, además de turistas, diplomáticos preguntando qué tipo de justicia es esta que se sirve con espectáculo y sin equidad.

rodriguezsluism9@gmail.com

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