Inés María Tejeda E., santiaguera de «pura cepa», nos entrega en sus memorias mucho más que una narrativa personal: ofrece un testimonio entrañable de la ciudad de Santiago de los Caballeros, de sus luces y sombras, y de las tensiones sociales que marcaron su vida desde la infancia. Primera hija de sus padres, creció en un barrio pobre, pero no en la pobreza del espíritu. Su mirada rescata figuras femeninas entrañables: abuelas, madres, mujeres anónimas que definía como “heroínas”, verdaderas matriarcas de clanes extensos que enfrentaban la escasez y la pérdida con una entereza admirable.
Educada en escuelas públicas, Inés se destacaba por su seriedad, inteligencia y discreción. Su piel del color de la miel y su pelo crespo no impidieron que irradiara lo que ella misma llama una “aristocracia natural”. Esta cualidad fue reconocida por Doña Genita, una dama santiaguera de alta sociedad, quien no dudó en acogerla como una más de su familia, a pesar del escándalo silencioso que esto provocaba en su entorno. Inés no pertenecía a una familia de abolengo, no tenía un apellido que abriera puertas, y estaba muy consciente de ello. Santiago, como ella bien señala, era una sociedad rígidamente clasista. Recordamos que en la ciudad de La Vega a Trujillo le dieron una «bola negra» al intentar ingresar a un club social exclusivo, lo que ilustra con fuerza ese cerrado sistema de castas sociales.
La escena que narra en la página 215 de su libro, en la que los presentes se preguntaban quién era aquella joven acompañando a Doña Genita, revela ese contraste: la presencia de Inés descolocaba a los guardianes del linaje, que solo entendían las relaciones desde la sangre, el apellido y la herencia. Sin embargo, Doña Genita, con audacia y nobleza, defendía su presencia, recurriendo a los lazos familiares con su abuelo, Don Napoleón, quien era amigo de su hermano en los años treinta.
Inés dice que ´se asombra que Doña Genita …tuviera la audacia de recoger una joven desconocida… la insertara como un miembro más de su familia …además de la valentía e hidalguía que tuvo para lidiar con el estrés que suponía el tener que explicar, repetidamente a su familia y relacionados, quien yo era´
Uno de los pasajes más conmovedores es el recuerdo de Sor Teresa, directora del Colegio San José, quien no solo la apoyó con afecto maternal, sino que la dignificó con gestos concretos: le regaló el vestido de la primera comunión y dispuso que recibiera una merienda diaria, consciente de que no tenía dinero para golosinas. Este amor desinteresado quedó marcado en la memoria de Inés. La desaparición repentina de Sor Teresa, su apresamiento por el SIM y su posterior “eliminación física” bajo el pretexto de una operación de apendicitis en San Cristóbal, abren una herida aún no cerrada. Inés expresa el deseo de investigar esta historia, no por morbo, sino por gratitud. Busca la verdad como una forma de devolver algo del cariño recibido.
A los veintidós años, Inés emigró a los Estados Unidos, pero Santiago —con sus calles, su gente y sus contradicciones— quedó sellado en su alma. Su relato es una voz que desafía el olvido. Es memoria viva de una ciudad que formó su carácter, que la marcó con dureza pero también con ternura. Es testimonio de una época en que ser mujer, pobre y sin apellido era cargar con tres condenas sociales, pero también es ejemplo de cómo la dignidad, el coraje y la inteligencia pueden abrir caminos, incluso en los entornos más adversos.
Inés María Tejada E. es Lic. en Enfermería, egresada de la PUCMM de Santiago de los Caballeros, posee tres títulos de postgrado de universidades de Nueva York, una maestría de Educación y Antropología Cultural de Columbia University. Es una activista comunitaria que imparte conferencias como especialista de Oncología Clínica apoyando a las mujeres sobrevivientes de cancer de mamas que residen en la ciudad de NY.