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«VENDÍ A MI HIJA Y AHORA SOY UNA MUERTA EN VIDA»

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Por  Marta Quéliz

Haber prestado su vientre para hacer “padres” a otros la ha llevado al borde de la muerte y la locura. “He intentado suicidarme en tres ocasiones, y soy una paciente psiquiátrica que no puede con su vida”. La triste cita es de una mujer que a sus 25 años decidió ganar dinero a través de lo que hoy define como “el acto más atroz que un ser humano puede cometer”.

La protagonista de esta historia es una dominicana que, viviendo fuera del país, “alquiló” su vientre por 10 mil dólares. Hoy con una edad de 35 años, no ha vuelto a tener hijos ni ha podido establecer una relación estable con ninguna pareja porque la depresión se ha apoderado de ella.

Con un vestido negro, que habla del luto que lleva por lo que hizo; con el pelo no tan arreglado y una mascarilla negra que nunca se quitó, la mujer, que decidió contarle a LISTÍN DIARIO su amarga experiencia, se sienta en un sofá y dice: “Para que sepas hasta dónde he llegado con este sufrimiento, so, te puedo asegurar que no hay un día de mi vida que no piense en lo que hice”. Sus lágrimas cierran la cita y dejan al descubierto un dolor que no parece haber disminuido en estos 10 años.

Un largo rato hubo que esperar para que ella se repusiera un poco y contara su historia con su propia voz. En lo que se calmaba, su hermana iba dando algunos datos que encogían el corazón. “No solo ella ha sufrido con esto. Todos en la familia lamentamos esta situación y la hemos vivido con ella. Es un duelo eterno que tenemos. Mi mamá no tiene a su primera nieta, no sabe lo que es ser abuela”. Al contar esto se desploma y es fácil darse cuenta de que la acción de su pariente los ha marcado a todos.

Ella se fue a ese país cuando tenía 13 años. Estudiaba y todo era color de rosa. Cuando cumplió 21 años su papá falleció en un accidente laboral, y la vida le cambió. “Ese hombre era mi debilidad. Somos cuatro hermanos, y todos, al igual que mi mamá, nos quedamos como en el aire. No sabíamos si volver para República Dominicana o quedarnos allá. El caso es que, so, ahí comenzaron mis emociones a jugarme una mala pasada”. Un suspiro profundo la silencia y sus ojos dan paso al llanto.

Nunca dijo a qué país se marchó ni dónde fue que alquiló su vientre. Se le respetó su reserva, pero sin dejar de preguntarle si se ha quedado a vivir aquí. “Sí, hace como cinco años que resido en República Dominicana y te puedo decir que por eso estoy viva. Aquí la gente es más precavida, más humana, y podría decir que más observadora, porque hasta un vecino se da cuenta si tú estás bien o no lo estás”. En esta ocasión regala una fugaz sonrisa.

Una vez comienza a detallar cómo cayó en lo que llama “trampa”, el sufrimiento se adueña de ella, y su rostro lo refleja. “Para reponerme de lo que le pasó a mi papá, me refugié en la vanidad. Quería siempre andar bonita, a la moda y tener cosas, muchas cosas. Un día, yo con 24 años, una dizque amiga me cuenta que alguien le había ofrecido que prestara su vientre a una pareja millonaria. A ella no le interesó porque se iba a casar, y me lo ofrece a mí. No le hice caso. Pasó el tiempo, y como al año, vuelve y me dice. Me dio un contacto…”. Hay llanto en cada uno de los presentes en la entrevista.

Unos minutos después prosigue: “Un día, so, me sentía tan mal, y decidí llamar a esas personas. Desde el principio hubo misterio, pero me trataron de forma muy amable, me explicaron todo, inclusive usaban mucho el término gestación subrogada y me empapé sobre eso. Nunca me hablaron mentiras. ‘Si aceptas debes saber que nunca volverás a ver a tu bebé’. Así me dijo el señor una y mil veces. Tengo que ser honesta, la mala fui yo que acepté y firmé”. Imposible no llorar con ella.

Quien protagoniza esta historia lleva 10 años “pagando por la ambición y el desconocimiento”. Es una factura que mientras viva nunca podrá saldar, dice ella con un ánimo por el piso y segura de que solo Dios podrá liberarla de la culpa que siente por vender a su hija.

“Me la he imaginado en cada etapa. Cerraba mis ojos y veía sus pequeñitos pies, sus manitas; escuchaba su llanto, sentía su dolor, su olor…”. No ha sido fácil hablar con ella. “Al año, la veía caminando, disfrutando su risa, sus ocurrencias. A medida que sé, ha ido creciendo, so, me voy imaginando lo que hace, y la veo en cada niña de su edad. Para su cumpleaños, compro un bizcocho y celebro su vida, aun sin saber si vive o no, Dios mío, qué tristeza”. No hay que decir cómo terminó esta cita.

Un vaso con agua se hizo necesario para calmar un llanto contagioso que sé, hasta a ustedes les conmueve. “¿Deseas dejarlo hasta aquí? No hay problema. Tu salud mental y tu paz es lo que cuenta”, se le dijo. A esto respondió: “Realmente, por mi salud mental y mi paz fue que decidí hablar. Mi psiquiatra me dio permiso y me dijo que desahogarme podía ser beneficioso para mí. So, así ayudo a otras chicas a que no lo hagan, es inhumano lo que hice con mi propia hija. La vendí, es eso, la cambié por dinero como si fuera una cosa…”. En esta ocasión el llanto estuvo acompañado de angustia y desesperación.

Nunca le contó a su familia lo que había firmado. Solo le dijo que se iría a vivir por un tiempo a otro lugar. “Me fui con ellos (padres de su hija), con los ojos tapados, en un vehículo con cristales muy oscuros. No me asusté porque era parte del trato. Para que mi familia no sospechara, me dejaban llamar de vez en cuando en presencia de ellos. Después de que di a luz y duré ese mes, no me dejaron despedirme de la bebé. Me llevaron a una plaza. Me quedé tranquila, pero me puse a pensar y lloré mucho. Lloraba todos los días y nunca dije nada, hasta que como los tres meses, que fue la primera vez que intenté suicidarme, se lo conté a mi mamá y a mi hermana. No les quedó de otra que apoyarme». Hace silencio.

Ella no sabe si fue por la depresión postparto, pero al principio no sentía remordimiento, y hasta llegó a gastar 1,000 dólares, de los 10,000 que le pagaron. Después que cayó en cuenta, no tocó ese dinero y se dedicó a buscar, sin éxito, a esas personas. Con el tiempo, repuso lo que gastó. “Y ahí está ese dinero. ¿Para qué quiero eso si no tengo a mi hija?”. Las lágrimas vuelven.

“Cuando caí en cuenta fue como al mes de haberla dejado con ellos, que ya tenía dos meses de nacida, porque acuérdate que duré un mes con ella. No estaba previsto, pero ella nació pequeñita y los médicos, a los que nunca les vi la cara, dijeron que debía darle leche materna y por eso me quedé”. En el acuerdo tampoco estaba que se enterara del sexo. “Fue sin querer que lo escuché”, comenta cabizbaja.

Todos los días era peor su situación. No dormía, no comía, y solo se recriminaba por lo que hizo. Haber sido “vientre de alquiler” la convirtió en “propietaria de un infierno”. Eso lo admite hasta con evidente rabia. “Tantas mujeres que desean ser madre, y a mí que el Señor me dio la dicha de serlo, no supe aprovecharlo”. Se para y camina invitando a reporteros de este medio a que la acompañen. El destino era su clóset repleto de ropa negra. Nunca más ha usado vestimenta de color.

“Es un luto eterno que tengo. Soy una mujer madura, con 35 años y con un alma de una mujer de 90. No tengo deseos de nada. Hace como cinco años que traté de empezar una relación a ver si eso me ayudaba, y fue peor. Te digo que estoy viva porque mi hermana no me pierden ni pie ni pisá’, siempre atenta”. Su madre y sus otros dos hermanos residen fuera del país, pero están muy pendientes a todo, y de hecho, son quienes la mantienen.

“He vivido una tortura y la única salida que encontraba era quitarme la vida. La primera vez me corté. La segunda tomé un pote de medicamento, y la tercera intenté tirarme del apartamento, ya tú sabes de un octavo piso. Por no estar sola, es que me he salvado. La ayuda del médico me ha fortalecido, tal vez no para quitarme la tristeza, pero sí para ser responsable con mis actos, y darme cuenta que esto es algo que no puedo remediar”. Así concluye, enviando un mensaje a quienes no miran más allá de lo que hacen, sobre todo en este mundo de tantos antivalores.

(-Marta Queliz- para LD-)

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