-Chevron se acomoda en el sofá de Miraflores-
Por Luis Rodríguez Salcedo
Mientras unos le cantan «ni un paso atrás» al régimen de Nicolás Maduro, otros —más pragmáticos, o quizás más preocupados por las facturas de gasolina— están afinando el violín para tocar al ritmo que suene en Caracas.
Chevron, la gigante petrolera estadounidense, parece haber decidido que es mejor malo conocido que petróleo en manos chinas. Según voceros de la empresa, si Washington se pone quisquilloso y cierra por completo el diálogo con Maduro, “corremos el riesgo de que Venezuela le entregue todo su petróleo a China». Y eso, en lenguaje de mercado, suena peor que un apagón en Houston en plena ola de calor.
La lógica de Chevron es clara como el crudo: si tú no lo quieres, hay otro que sí. Y ese otro se llama China, que no tiene empacho en hacerse de barriles aunque vengan con aroma a sanción y socialismo del siglo XXI. Desde Pekín, con una sonrisa de panda, estarían encantados de cerrar un trato con Maduro. Y Chevron lo sabe.
Pero en el otro extremo del mapa ideológico —y del hemisferio— están los halcones de Washington. Marco Rubio, María Elvira Salazar y compañía no quieren ni ver una junta de condominio con Maduro. Para ellos, negociar con el régimen es como invitar a Drácula a una convención de donantes de sangre. Apuestan por más sanciones, más aislamiento y más presión internacional, convencidos de que cualquier coqueteo con Miraflores es traición a los valores democráticos del continente.
La disputa no es solo moral o geopolítica. Es también un pulso entre el realismo crudo de los intereses económicos y el idealismo diplomático que prefiere ver a Maduro comiendo arepas solo, sin dólares ni socios. Mientras tanto, el pueblo venezolano sigue atrapado en el sándwich: con hambre, con apagones, y ahora también con más incertidumbre sobre quién terminará explotando su riqueza natural.
¿Chevron está jugando a salvar lo salvable o simplemente a no quedarse fuera del festín? ¿Rubio y Salazar defienden la democracia o están condenando al país a seguir en el abismo por puro principio?
Una cosa está clara: en esta novela, los buenos y malos no son tan fáciles de distinguir. Y mientras los gringos deciden si bailan salsa o danzan con dragones, Maduro sigue llenando el tanque… aunque sea con gotero.