-José “Pepe” Mujica, el presidente más austero del mundo-
Por Luis Rodríguez Salcedo
José «Pepe» Mujica, expresidente de Uruguay y símbolo internacional de la política honesta y austera, falleció este martes a los 89 años, tras una prolongada batalla contra el cáncer. La noticia ha generado reacciones de pesar en toda América Latina y el mundo, donde Mujica era admirado no solo por su gestión como mandatario, sino por su estilo de vida sencillo, su coherencia ideológica y su profunda humanidad.
Mujica, quien gobernó Uruguay entre 2010 y 2015, será recordado como “el presidente más pobre del mundo”, apodo que él aceptaba con humildad, asegurando que no era pobre sino “sobrio”. Rechazó vivir en la residencia presidencial y optó por seguir habitando su modesta chacra en las afueras de Montevideo, donde también cultivaba flores y cuidaba animales junto a su esposa, la exsenadora Lucía Topolansky.
Nacido en 1935, Mujica se integró desde joven al movimiento guerrillero Tupamaros, por lo que pasó casi 14 años en prisión, incluyendo largos periodos de aislamiento y tortura durante la dictadura militar (1973-1985). Al recuperar la libertad con el regreso de la democracia, abrazó la política institucional y se integró al Movimiento de Participación Popular, dentro del Frente Amplio. Fue electo diputado, senador, ministro y finalmente presidente.
Durante su presidencia, impulsó reformas de profundo calado que consolidaron a Uruguay como una sociedad progresista y tolerante. Legalizó el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y convirtió a su país en el primero del mundo en regular la producción y venta de marihuana con fines recreativos, bajo control estatal.
Estas decisiones, que levantaron polémicas internas, le granjearon reconocimiento internacional como un líder innovador, valiente y comprometido con los derechos humanos y la libertad individual.
Pero más allá de sus políticas públicas, Mujica se ganó el respeto del mundo por su pensamiento humanista y su crítica al consumismo y la cultura del despilfarro. En 2012, su intervención en la Asamblea General de la ONU, donde cuestionó el modelo económico global y defendió una vida más sencilla, se volvió viral en todo el mundo.
“Pobres no son los que tienen poco. Son los que quieren mucho”, dijo en una de sus frases más recordadas. Y añadió: “No soy pobre. Pobre es el que necesita mucho para vivir.”
Mujica también afirmaba que “la muerte le da sentido a la vida” y que el poder no transforma a las personas, sino que las revela. Siempre defendió el valor de la libertad y consideraba que esta consistía en disponer del tiempo para hacer lo que se ama.
En sus últimos años, Mujica continuó activo como referente ético y político, aunque se retiró del Senado en 2020 por razones de salud. Fue directo: “Me voy porque me está echando la pandemia y porque ser viejo es tener muchas goteras.”
Expresó su deseo de ser enterrado sin pompas ni homenajes, en su propia chacra, junto a su entrañable perra Manuela, símbolo también de su forma de vida cercana al pueblo.
Con la muerte de Mujica, América Latina pierde a uno de sus líderes más genuinos, un hombre que hizo de la humildad una bandera, del sufrimiento una enseñanza y de la política un servicio, no un privilegio.
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