-Túnez arrasa con campamentos de migrantes: ¿Control migratorio o catástrofe humanitaria?-
Por: Redacción Teclalibre
Desde abril, las autoridades tunecinas han intensificado las operaciones para desmantelar campamentos de migrantes instalados en los olivares de Sfax, al este del país. Se estima que entre 20.000 y 30.000 personas del África subsahariana vivían en estos asentamientos improvisados, convertidos en un punto clave del tránsito hacia Europa.
La Guardia Nacional ha liderado acciones en lugares como El Amra y Jebeniana, en las que se han destruido viviendas precarias, hospitales improvisados y hasta pequeños comercios. Las autoridades alegan razones de seguridad, salud pública y respeto a la propiedad privada. Incluso se han incautado armas blancas y se ha informado sobre enfrentamientos entre los propios migrantes.
En lo inmediato, sí. Túnez ha logrado reducir en un 60 % las salidas de embarcaciones hacia Italia, según fuentes oficiales. Las operaciones muestran un efecto disuasivo: desmantelar los campamentos y quemar sus recursos impide que se consoliden como puntos fijos de tránsito y organización.
Pero a mediano plazo, la eficacia es discutible. Las causas estructurales del éxodo —conflictos, pobreza, dictaduras, y cambio climático— no desaparecen porque se deshagan los techos de plástico o se destruyan cocinas rudimentarias. Simplemente se mueve el problema: los migrantes buscarán rutas más ocultas y peligrosas, aumentando el riesgo de trata, violencia y muertes en el desierto o el mar.
Aquí es donde el balance se torna sombrío. Denuncias de detenciones arbitrarias, deportaciones forzadas, palizas y violaciones manchan estas operaciones. Organismos internacionales han advertido que se están violando los derechos humanos básicos de personas que ya han perdido todo: su hogar, su país y su seguridad.
Los campamentos no eran una solución digna, pero para muchos eran el último refugio antes de intentar cruzar a Europa o regresar voluntariamente a sus países. Su destrucción sin alternativas reales es una condena al abandono y al sufrimiento
Desde Bruselas, se aplaude la disminución de llegadas, pero se silencia el método. No es casual: la Unión Europea firmó el año pasado un controvertido acuerdo con Túnez para contener la migración a cambio de apoyo económico. En la práctica, esto se ha traducido en la externalización de sus fronteras, dejando a un país con tensiones internas y recursos limitados la tarea de frenar el flujo humano… a cualquier precio.
El drama migratorio en Sfax expone una dolorosa realidad: entre el deseo de orden y la necesidad de humanidad, el péndulo se inclina con fuerza hacia el castigo. La estrategia tunecina ha contenido la salida, sí. Pero lo ha hecho a un costo ético y humano que ninguna estadística puede justificar.
En lugar de políticas migratorias centradas en la represión, el continente africano y Europa deben apostar por soluciones integrales: corredores humanitarios, acuerdos de desarrollo, visados de trabajo y una cooperación más honesta.
Porque si solo se combate el efecto, el problema reaparece. Y si solo se controla con fuego, el mundo acabará ardiendo.
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