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¿HARVARD FOMENTA EL TERRORISMO… O EL PENSAMIENTO LIBRE?

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¿Harvard fomenta el terrorismo… o el pensamiento libre?

Por  Luis Rodríguez Salcedo

Pocas cosas producen más vértigo en los pasillos del poder que una mente educada. Y si esa mente, además, piensa diferente, pues ¡que suenen las alarmas del Departamento de Seguridad Nacional! Esta semana, la Universidad de Harvard, esa fábrica de cerebros brillantes que ha parido más premios Nobel que muchos países enteros, se ha visto en el ojo del huracán presidencial. ¿La razón? Nada menos que ser acusada, en tono marcial, de «conducta proterrorista». Sí, leyó bien. Terrorismo… académico, se presume.

La Administración del expresidente —y actual protagonista de una secuela política sin libreto— Donald Trump, ha decidido impedir la inscripción de estudiantes extranjeros en Harvard. Así, sin anestesia. Como quien le quita el sombrero a la Estatua de la Libertad porque ya no pega con el nuevo decorado.

Trump, fiel a su estilo de puño y tuitazo, encontró en la educación internacional el nuevo enemigo de la patria. Porque claro, ¿qué sería de Estados Unidos sin su histórica desconfianza hacia los inmigrantes? Olvidemos, por un momento, que la columna vertebral de Silicon Valley, los laboratorios más innovadores del mundo, los hospitales de mayor prestigio y las cátedras más exigentes, están repletas de personas que nacieron fuera de sus fronteras. Olvidemos también que muchos de los premios Nobel con bandera estadounidense tienen acento extranjero. ¿Molesta eso? Pues a Trump parece que sí.

La medida, impulsada por la secretaria del DHS, Kristi Noem —sí, la misma que hace discursos como si fueran audiciones para un western de Clint Eastwood— revoca la certificación del Programa de Estudiantes y Visitantes de Intercambio. El argumento: Harvard “incumplió la ley”. Qué ley, no lo explican. Pero sabemos que en tiempos de cruzada ideológica, cualquier excusa vale cuando se trata de disciplinar al pensamiento crítico.

Harvard ha respondido como se espera de una institución que tiene más de 380 años educando a líderes mundiales: con una demanda federal bajo el brazo y una frase para los libros de historia: “Sin sus estudiantes internacionales, Harvard no es Harvard”. Porque no se trata sólo de defensa institucional, sino de preservar el alma de una nación que se construyó precisamente con migrantes, ideas nuevas y la sana costumbre de disentir.

Esto no es sólo contra Harvard. Esto es contra el ideal ilustrado de que estudiar, investigar y debatir pueden cambiar el mundo. Y eso —ay, Don Trump— sí que da miedo. Porque no hay muro, decreto ni discurso inflamado que detenga a una buena idea. Ni siquiera uno firmado en letras doradas con la palabra “América primero”.

Mientras tanto, el mundo observa con la ceja alzada. ¿En serio el país que inventó el «sueño americano» ahora quiere ponerlo a dormir a fuerza de exclusión? ¿Será que los cerebros extranjeros ahora son peligrosos por pensar? ¿Será que el problema no es Harvard, sino el conocimiento?

Quizá la próxima medida sea revisar si Einstein, exiliado alemán y cerebro estrella de Princeton, fue también un agente encubierto de la relatividad… revolucionaria.

rodriguezsluism9@gmail.com

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