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Los encantos de Rusia…

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Autor: José Manuel Castillo Betances

Ciudad de Moscú  /

12 de junio de 2017  /

Rusia, la historia te acompaña: primero en la Antártida, primero en el cosmos y primero en Berlín.
La belleza de esta gran nación, de los colores del cielo, de la sangre y de la Paz, de bellas ciudades:

Moscú, con su emblemática Plaza Roja, engalanada por la basílica símbolo de poder, herencia de la humanidad, bañada por las onduladas aguas del río Moscú; San Petersburgo, cuna de grandes héroes, mecha heroica donde se templó el acero, Venecia del norte, sueño de Pedro el Grande; el palacio de invierno y su Hermitage con su Mona Lisa, Gioconda de Leonardo vislumbrando el mundo. Peterhof, Versalles del este europeo; Sochi, Kaliningrado, Yaroslavl, región esculpida por sus esmaltes y el exótico sonido de las campanas celestiales;y Sergiyev Posad, la ciudad de los templos; Kazán, fecunda en historia, rociada por las olas del legendario Volga, abrazada por la sabiduría y la magia del gran Tolstói, Lenin, Gorki, Glóbacheski y sus novelistas laureados.

Uf, sur de los montes Urales, tu gente divina, tantos colores en ti, que tu pura naturaleza hace brotar sonidos musicales.

Tu majestad no está en sus anchas, limpias y bellas avenidas, ni en sus museos que gotean historia, ni en su gran Revolución de Octubre y su gloria emancipadora de los últimos coloniales de la humanidad, ni en sus bellos jardines babilonios, ni en su ballet Bolshoi, único en derroche de arte con exuberante elegancia por cada rincón del planeta.

Su exuberante belleza, sus místicos encantos y su grandeza, que se pierde en la era bizantina para renacer en los tiempos de Pushkin y acabar abrazando la modernidad como su maquillaje adorable, clásico, verde, muy verde, tan verde como un edén en primavera.
Esa belleza mística no está en nada de lo que hemos visto.

La sublime belleza de esta gran nación de historia milenaria está en el alma solidaria de su gente, tan profunda que, con arrojo, entregó 26 millones de almas para salvar a la humanidad de la peste del fascismo; está en su principio de defensa de la paz, en la preservación de la familia, la amistad y el espíritu productivo de su pueblo; en la gloria de la mujer rusa, su belleza más allá de su profusa mirada; su alma liberada en las fábricas, en las escuelas, en los hospitales, en la vida…

Esa sublime belleza se posa en la sonrisa encantadora de la joven rusa.
Sonríen como diosa y miran como la Virgen María, con amor…

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